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Érase una vez un hijo

Philomena, lo nuevo de Stephen Frears

David Parages

Si algo se le puede reprochar a Stephen Frears es su dedicación al trabajo. Desde los años setenta en los que irrumpió en la televisión hasta el día de hoy, su carrera se ha caracterizado por la abundancia de títulos y la diversidad de géneros. Este afán por no dejar huecos en su filmografía y por mantenerse siempre activo ha provocado una trayectoria irregular, en la que brillan joyas como “Las amistades peligrosas”, “Alta fidelidad” o “The Queen”, y otros films indignos de su talento. Se podría decir que el cine de Frears vale lo que valen sus guiones, y dependen del cuidado que el director inglés ponga en llevarlos a la pantalla. En este sentido, no cabe duda de que “Philomena” es una de sus grandes películas.

El consabido rótulo de inspirado en hechos reales y lo dramático del argumento podrían alertar hasta al más precavido de los espectadores. No hay razones para asustarse. Al igual que sucediera en “Los timadores” o en “Café irlandés”, el humor infalible de Frears sale al rescate de la trama. La historia de una madre que decide buscar al hijo que le arrebataron en un convento muchos años atrás, podría haber hecho correr ríos de lágrimas. En lugar de eso, “Philomena” convoca una emoción sin aspavientos, y logra alcanzar el complejísimo término medio entre la sonrisa y el sollozo al que aspiran los buenos narradores.

El guión de Steve Coogan y Jeff Pope lo pone fácil: las situaciones y los diálogos se suceden con velocidad y con una precisión matemática, al servicio siempre del relato. No hay atajos ni rodeos en el texto de “Philomena”, sino un terreno fértil donde la pareja de actores protagonistas puede explayarse. Judi Dench y el propio Coogan dan vida a la voluntariosa madre y al periodista encargado de cubrir la noticia, dos intérpretes de escuelas distintas que se complementan a la perfección y llenan de humanidad a sus personajes. Resulta gozoso verles compartir el mismo plano, alternarse las réplicas y ejercer cada uno como espejo del talento de su compañero.

La película adquiere hondura cuando se adentra en debates relativos al ejercicio de la política y de la fe, cuando avanza en su progresiva toma de conciencia. El personaje encarnado por Coogan busca redimirse profesionalmente de un trabajo insatisfactorio, a través del periodismo de interés humano. Su arco de transformación abarca desde la desconfianza hasta el compromiso, un recorrido semejante al que experimenta el público del film. Del drama a la comedia pasando por el cine de denuncia, “Philomena” depara multitud de estímulos a lo largo de su metraje. Es cine vivo y vivificante, que establece una corriente de empatía con el patio de butacas apelando a una sensibilidad que no debe confundirse con sensiblería.

Una vez más, Stephen Frears demuestra que se puede hacer entretenimiento de calidad aplicando una mirada fresca sobre fórmulas clásicas. Andando los viejos caminos con zapatos nuevos.

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