OPINIÓN

Convent wisdom: cuidado con lo que deseas

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La semana pasada vino Vito Quiles a Valencia a armar bulla en la Facultad de Filología. Un nido de rojos, decían. Y, entonces, parte del campus de Blasco Ibáñez acudió en masa a impedir que aquel entrase en la universidad, institución que para algunos todavía conserva el carisma de ser el templo del saber, refugio de las libertades. Hubo bronca, la Policía intervino y la cosa no acabó fatal del todo. En el orden simbólico, me imagino que ambas partes pensaron que ganaban. Los antifascistas eran más e impidieron que los otros entraran en una facultad donde, por cierto, Quiles ni siquiera había solicitado permiso formal para dar una conferencia sobre periodismo y libertad. Tal vez hubiera sido más sencillo dejarlo correr, no sé. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. 

A Quiles y su pandilla se sumaron muchos; los estudiantes que los esperaban en Filología también eran muchos. Adivinen qué banderas llevaba cada grupo. El orden simbólico de las cosas. Y es que hay que elegir trinchera: “no caben medias tintas”, “no podemos permanecer neutrales”, dicen unos y otros. [1] Recuerdo una inquietante advertencia de Cristo en el final de los tiempos, o sea en el Apocalipsis: como no eres ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Pasé mi juventud con miedo a ser esa asquerosidad blanda, a no ser radical, a no involucrarme de verdad y que, por tanto, nada verdadero pudiera sucederme. Porque hay que mojarse. Desde que tengo uso de memoria hemos estado en el final de los tiempos. Y este largo circunloquio viene a tenor de un artículo de Diego S. Garrocho sobre lo que llama “el giro católico”, del que hay muchas evidencias. También han escrito Olmos, De Prada y otros tantos sobre el tema.

Es cierto, hay un auge del catolicismo entre los más jóvenes. Podemos caricaturizarlo desde aquí, es fácil, y decir que son todos unos cayetanos (porque la mayoría lo parece) y confundir a un grupo con el otro; a los que cantan a Hakuna y van a misa de forma masiva con los que jaleaban a Quiles. Algunos son los mismos, pero no todos. Sin embargo, se tienen simpatía. Digamos que pertenecen de algún modo a la misma trinchera. En una cena me senté al lado de un tipo estupendo cuyos padres lo habían educado en las verdades socialistas, marxismo pata negra. Pero cayeron en desgracia en la organización a la que pertenecían y él me contó esa noche cómo fue la ruptura de un sistema de creencias que creía sólido, inmarcesible. Yo le conté mi película: lo mismito, pero en otra trinchera, la católica. Y hablaré de esta última porque es la que conozco. 

Como es habitual en estos casos, no se considera a sí misma una trinchera; cree estar al margen de ataduras humanas y políticas. Nuestro reino no es de este mundo. Que, sin embargo, todos (o casi) voten partidos de derecha se explica por la defensa que supuestamente hacen estos del derecho a la vida. Que le pregunten a Ruiz-Gallardón. En este sentido, lo católico tiene el prestigio innegable de lo duradero, de la tradición: es una identidad densa, dice Garrocho. Y es que andamos necesitados de épica. Los valores maravillosos que laten en el evangelio (el amor al enemigo, la entrega de uno mismo) tienen además un ropaje concreto, una estética que puede oscilar entre lo hermoso y lo kitsch. De lo demodé del catolicismo parece que nos hemos olvidado últimamente, después de tanto escarnio: si hasta Byung-Chul Han es católico. [2]

Me pasé buena parte de la adolescencia y juventud feliz de estar en el lado bueno de la historia. Cuánta pureza. Todos preocupados por la justicia social (imposible por definición), el dinero y la fama y tú con Cristo en el corazón. Eso sí es revolucionario. Pero no solo. Una fe vivida con honestidad te lleva a arriesgar: no hipotecas, por ejemplo, tus decisiones personales a la seguridad económica. Saltas al vacío, vaya, bien formando una familia muy joven, bien consagrando tu vida a Dios. Lo de la peli de Alauda no es una fantasía: hay conventos femeninos que se han llenado en pleno siglo XXI. Claro que en este aspecto el catolicismo es propositivo: puedes encontrar tu vocación con veinte años, vivir una vida plena de sentido. ¿Quién no desearía esto? Hartos de lo material, en busca de algo duradero… Nadie puede superar a un joven con ideales, nunca, en ningún sitio. Tiene el poder arrollador de los años que le quedan por vivir. Por eso sus apuestas radicales son épicas. Es como el casino: pones una pasta (todos esos años y tu belleza, tu grande belleza) y puedes de verdad romper la banca.

Por eso me escaman algunas de las hipótesis que lanzaba Garrocho en su artículo, [3] porque tengo olfato para el aroma a catequesis. Me refiero concretamente a cuando aventura: “Quizá, también, los más jóvenes se hayan dado cuenta de que es imposible vivir en un mundo sin perdón ni misericordia”. Dudo que los tiros vayan por ahí. Sin cuestionar la autenticidad de los sentimientos de esos cachorros católicos (o no más que la de los que se manifiestan aquí y allá por otras cosas), olvidar el elemento gregario es errar el diagnóstico. Al giro católico lo acompaña siempre una comunidad de creyentes y suele ir aparejado de un fuerte sentido de pertenencia. No sé si reducir esta tendencia a una moda es acertado, pero desde luego conviene hablar de las comunidades donde suelen vivir la fe los nuevos católicos. Porque muchas de ellas son estructuras jerárquicas y necesitan savia nueva.

Hay una diferencia entre la necesidad de encontrar un lugar en el mundo y una misión en el mismo y la alegre renuncia a la libertad de conciencia y al fuero interno de cada uno

Qué peligroso mezclar a Dios con el ascendiente espiritual de un adulto sobre un adolescente, qué fácil es bordear los límites del abuso de conciencias. Si un giro espiritual puede ser positivo, por qué no, un giro católico suele ir de la mano de ciertas prácticas muy asentadas de las que parece que nos habíamos olvidado porque nadie iba a misa ni se casaba ya por la iglesia. So capa de la dirección espiritual se pueden moldear cabecitas a imagen y semejanza del mentor. Hay una diferencia entre la necesidad de encontrar un lugar en el mundo y una misión en el mismo y la alegre renuncia a la libertad de conciencia y al fuero interno de cada uno. El Dios verdadero, en según qué manos, puede resultar aterrador. 

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[1] André Breton dice en Nadja: “Tranchons-en des héros: beaucoup de malheureux et quelques pauvres imbéciles”. / “Hablemos de héroes: muchos desgraciados y algunos pobres imbéciles.”

[2] El profeta de nuestro tiempo bien podría haber citado a Cortázar, por cierto, cuando dijo aquello de que somos nosotros los regalados al smartphone. En su cuento Instrucciones para dar cuerda a un reloj escribe el argentino: “Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”. 

[3] Debo confesar que me sorprendió que no nombrara a Chesterton (hasta hace poco no había artículo católico que no lo citase) pero, claro, es que ahora es Simone Weil la que está de moda. El hype de Weil, a veces de la mano de María Zambrano, tal vez haya llegado para desbancar al bueno de Chesterton, que ya lo ha dado todo.