Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

* * * * * *

No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

La sangre negra

'Herdenking van de slag om Bruinsma’s bos' - Jopie Huisman, 1965.

2

Nos están metiendo homeopáticamente la guerra en el tuétano. Y si el belicismo que supura la mayor parte de lo que se publica sobre la guerra en Ucrania (y la hipotética guerra entre EEUU y China) pone los pelos de punta (o nos los debería poner), la sección de comentarios de los lectores te los acaba de enderezar. A ratos sale de allí un vocerío tabernario que recuerda el universo retratado en 1935 por Louis Guilloux en La sangre negra. Por aquel entonces los gritos de la Gran Guerra todavía resonaban en el aire, sin que las notas del jazz y el rugido de los coches deportivos fueran capaces de hacerlos desaparecer, y ya se intuía lo que iba a volver a pasar. Copio aquí una frase del magnífico texto de contraportada de la edición española (El Aleph, 2002): «La sangre negra no es una novela contra la guerra, sino contra la sociedad que la hace posible, bella, deseable; contra los poderes que la provocan o utilizan, contra las instituciones que la bendicen o la sufragan, contra los burgueses que envían a sus hijos al matadero y luego se pasean por las calles engalanadas, entonando loas a la patria». Lo único que chirría hoy en ese texto es que la burguesía ha evolucionado de manera sustancial y ya no envía a sus hijos al matadero, cede ese honor a otros.

En los foros tomados por los que opinan sin freno sobre estrategia militar como si fueran mariscales de campo, reluce el triunfo del maniqueísmo, el odio a los considerados equidistantes, el rechazo a un diálogo que se dice imposible y que puede poner en evidencia nuestras debilidades, nuestras contradicciones, nuestra parte de responsabilidad, cuando no de culpa. Se despliega ahí una intensa mitomanía cuyo origen y finalidad son los de no querer ver, no querer comprender. Se supedita la razón a supuestos principios estratégicos y morales —la defensa preventiva, la salvaguarda de la democracia (valor absoluto que, al parecer, ya no admite matizaciones)—, o a dudosas extrapolaciones y paralelismos históricos —la política de apaciguamiento frente a Hitler, el pacto de no intervención de 1936—. Los más vehementes se jactan de conocer las motivaciones de unos y otros, como si pudieran ver y oír lo que se discute en los más reservados despachos de los cuarteles generales, como si supieran lo que se cuece en la mente de Putin, de Zelensky, de Biden, de Xi Jinping o de ese batiburrillo de lumbreras al que Borrell o Ursula Von der Leyen prestan su inconmensurable don de gentes. Al mismo tiempo, se rechazan de plano algunas certezas verosímiles, y con todo ello se construye un pétreo argumentario frente a preguntas incómodas.

Instalados en unas convicciones inamovibles, hay quienes son incapaces de advertir que lo que ellos llaman equidistancia, es decir, negarse a secundar a quienes quieren que arda Troya a toda costa, a veces representa la postura más radical, ingrata e incluso peligrosa. Nadie duda de que llegado un momento hay que tomar partido, indefectiblemente, pero hasta que la oscuridad hace que todo parezca blanco o negro cabe la posibilidad de que la sensatez se abra camino. Lo dificultan unos que se afanan en apagar las luces para que desaparezca todo cromatismo y el mundo alcance lo más rápidamente un siniestro aspecto dual, así como en construir coartadas para sus ansias más o menos inconfesables de destrucción, de autodestrucción incluso. «Que el otro se quede ciego, aunque yo me haya de quedar tuerto», parece ser la divisa. Y, aunque suponga hacer el juego a los facinerosos directamente causantes de nuestros males cotidianos, rugimos como descosidos contra los que nos ponen en la diana, limpiamos los pulmones, expulsamos la bilis. De modo que la guerra, es decir, el asesinato en masa organizado a beneficio de no se sabe muy bien quién, se abre paso entre los que mienten, los que queriendo o sin querer dejan que otros hablen por su boca, los amordazados y los que, pudiendo hablar, guardan silencio, unos que muy probablemente se erguirán entre las ruinas para darnos la lección que ahora callan.

Nadie sabe con certeza cuantos muertos llevamos en Ucrania, una guerra que ya nos presentan como un simple aperitivo de lo que está por llegar. Depende, entre otras cosas, de cuándo considera cada uno que comenzó el conflicto. Pero da igual. No hace falta ser un lince para intuir que las bombas no estallan en el vacío y que no todos los combatientes son mercenarios, como parece que nos quieren hacer creer. Como siempre se ha hecho, se manda lo más vital que tiene la sociedad a morir en el frente junto a lo más obsoleto, mientras que en la retaguardia —tan amplia ahora, gracias a la globalización— se hace befa de los viejos filósofos que se interponen en el camino de las masas delirantes y sus dirigentes. Como con el patético Crípura, el protagonista de La sangre negra. No cabe duda de que, llegado el momento, todos los que están echando leña al fuego, ya sea desde una alta instancia o desde un modesto foro de opinión, merecen ser debidamente condecorados. No de una manera convencional, con una medallita, sino a lo grande, con unos trofeos que puedan lucir con orgullo, tal como razona el personaje de Guilloux citando a los patriotas de salón que tiene delante: “Nada de cintas […]. Para ser justos habría que ponerles a unos: una cabeza; a otros: una pierna o un brazo. ¿Eh? ¿Cómo estaría esta señora Faurel con la cabeza de su mayordomo colgándole del busto, por los cabellos? ¿Qué tal quedaría Nabucet con una pierna prendida en el ojal de su chaqueta? ¡Y así sucesivamente! […]. En cuanto al señor Babinot, bueno… ¡A ese habría que concederle un cadáver completo! ¿El de un general?… No son moneda muy corriente, por desgracia”.

Sobre este blog

No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

* * * * * *

No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

Autores

Etiquetas
stats