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La futura gestión del medio ambiente valenciano: del programa a la realidad

Els efectes dels devastadors incendis de 2012. Alcublas. / Andreu Escrivà

Andreu Escrivà

En este periódico se hizo hace poco un excelente análisis de la parte ambiental de los programas electorales. Jordi Castro repasaba las propuestas de los partidos, y preguntaba a sus responsables cómo veían la gestión de nuestro entorno. El resultado, exceptuando a la representante popular, fue un rotundo suspenso para la gestión ambiental del Partido Popular. Conseguir esa unanimidad es complicado, pero posible tras años empeorando sistemáticamente las políticas y programas ambientales.

El caso es que ahora, después de luchas ecologistas y vecinales, de múltiples denuncias y sanciones de la Unión Europea, de vertidos e incendios, de opacidad e ilegalidades, de trámites de cartón piedra y prioridad absoluta del ladrillo, llega un tiempo nuevo. Un tiempo en el que no vale vivir a la contra, que siempre es más fácil, sino ponerse a los mandos. Demostrar que las propuestas que se hacían desde la oposición no son cartas a los reyes magos, sino acciones concretas que pueden mejorar las cosas.

De los temas en los que la hasta ahora oposición coincide, hay uno reincidente: los incendios. Lamentablemente, todos se fijan en el fuego y no en el bosque, y esto viene a ser como si tratamos la fiebre con hielo, pero sin administrar ningún medicamento. No debemos atajar los síntomas, sino tratar la enfermedad. No hay bosques sin medio rural, pero el arraigo y las oportunidades para las poblaciones de interior no deberían basarse únicamente en subastas de parcelas forestales al mejor postor. Malvender el bosque como única salida a las comarcas de interior, obviando que es mucho más que árboles y madera, es de una cortedad de miras que asusta, aunque lamentablemente haya sido la única acción emprendida hasta ahora. Los incendios son mediáticos y dolorosos, y también un buen recordatorio de todo lo que estamos haciendo mal (especialmente en aquellos en los que tenemos la certeza de que el carácter catastrófico hubiese sido evitable sin recortes), pero hay que ir a la raíz (y nunca mejor dicho). Hay mucho que hacer, de la misma forma que el vaciado de contenido, trabajadores, presupuesto y protección legal de los espacios naturales protegidos nos dicta claramente qué hacer: revisión legislativa de la ley 11/1994, puesta en marcha de todos los instrumentos de ordenación territorial previstos y, por supuesto, dotación de medios y personal.

Otros consensos: prohibición del fracking (que según los datos disponibles parece una nefasta idea para nuestro territorio) y potenciar las energías renovables (qué fácil decirlo, qué difícil hacerlo en un mercado eléctrico como el español). En el caso de los residuos, aunque no se menciona directamente el muy cuestionado PIR (Plan Integral de Residuos), todos coinciden en “reciclar más”. Y en este punto hay que enfatizar: cuando cada año salen las estadísticas que reflejan un mayor volumen de materiales reciclados no estamos hablando de una noticia positiva per se. Reciclar más implica gastar más energía (en procesos y transporte) y mayor consumo previo. Lo que debemos buscar es, ante todo, reutilización y reducción. El problema, sin embargo, es que incentivar la reducción es complicado en el marco de una economía en crisis, ante la cual casi todas las salidas propuestas desde la esfera política pasan por aumentar el consumo. Saber mejorar las perspectivas económicas de los ciudadanos desligándolas del incremento en el uso de materias primas es uno de los grandes retos de nuestro siglo. Y un spoiler: es posible hacerlo, porque ya lo hemos hecho antes.

Y como una niebla rodeando y uniendo a todos estos temas, aunque sólo mencionado expresamente por Compromís y PP en sus respuestas, está el cambio climático. Las medidas estratégicas y técnicas adoptadas por los sucesivos gobiernos del Partido Popular distan –y de qué manera- de lo que deberíamos hacer para encaminarnos hacia una descarbonización de la economía, esto es: desacoplar el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero y del uso intensivo de los combustibles fósiles. El cambio climático, un asunto inmenso y poliédrico, es el gran reto del siglo XXI, no sólo para el País Valenciano sino para toda la humanidad. Y a pesar de ello, aquí deberíamos preocuparnos de una forma muy especial: somos ya ejemplo de sus efectos, como los 44,4 ºC alcanzados este 14 de mayo en Carcaixent, usados por Al Gore en una presentación en París. El nuestro es un pequeño país mediterráneo con suelos frágiles, precipitaciones escasas y una alta vulnerabilidad a las variaciones climáticas. Lo que haga el País Valenciano puede parecer irrelevante a nivel global, pero debemos mostrar que el cambio climático nos importa, porque nos va el futuro en ello. Existe una vía valenciana hacia la sostenibilidad que pasa por ser pioneros en la lucha y la prevención del cambio climático, en aplicar estrategias pioneras y aprovechar el enorme potencial de talento que tenemos en universidades y centros de investigación, también en el saber acumulado durante siglos en los campos de cultivo, porque somos un país eminentemente agrícola, por mucho que el PIB diga lo contrario.

Lo mejor –si es que hay algo bueno- del cambio climático es que nos obliga a cambiar sí o sí. A replanteárnoslo todo. A actuar de una vez. Pero más interesante aún es que los cambios necesarios para frenar el calentamiento global también implican mejor calidad de vida, mayor bienestar, progreso social, oportunidades laborales, habitabilidad urbana y futuro rural. Luchar contra el cambio climático es construir un mundo mejor. Es la crisis, la ruptura, el shock que puede cambiarlo todo: no lo desperdiciemos como una coletilla en campaña electoral, como una vulgar pegatina para poner en la chaqueta de la conselleria. Hagamos del nuestra acción contra el cambio climático un asunto central, transversal, duradero. Será duro, será difícil de explicar, costará votos, pero vale la pena arriesgarse y dejarse la piel por el país en el que vivimos y que heredarán los valencianos que lo habitarán en cinco, diez o cien años.

Y por todo ello, también por todos los puntos en común exhibidos, no hay otra salida que llegar a un gran pacto por el medio ambiente valenciano. Porque es un asunto central (¡sin territorio no hay país!), porque sus tiempos van mucho más allá de una, dos o tres legislaturas. De nada vale remar en una dirección cuatro años si después giramos 180 grados o nos paramos en seco. Si el nuevo gobierno y la nueva oposición quieren trabajar por el futuro de los valencianos, que empiecen por el suelo que pisamos y el aire que respiramos.

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