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La invasión de los “fakes”

José Manuel Rambla

Desde el día en que Platón nos asomó a la puerta de su sabia caverna, todo el mundo es consciente de que las cosas no siempre son lo que parecen. Bien lo saben magos y prestidigitadores que han hecho de su habilidad para confundir nuestra mirada un arte para la diversión o el engaño. Arte que en esta nueva era post Matrix ha alcanzado las más altas cotas de virtuosismo técnico hasta hacernos incapaces de distinguir ya entre realidad y virtualidad, sin otro consuelo pasado de moda que el de pensar que también el bueno de Alonso Quijano veía gigantes donde solo había aquellos antiguos molinos que, como nos recordaba atinadamente estos días Elena Poniatowska, hace ya mucho, mucho tiempo que no existen.

Porque solo la mirada de un loco o de un niño tienen perdonada la credulidad ante lo que no es lo que parece. La inocencia se salva así de ser tenida por tonta y puede entregarse al artificio visual al que es sometida sin tener que activar defensas ni protecciones. Superada la pubertad o alcanzado un grado de raciocino mínimamente homologado por el estado, la iglesia o Standard & Poor’s, solo queda resignarnos a caminar por la vida en un constante estado de alerta.

Y no será fácil mantener la tensión necesaria para evitar caer en la trampa preparada a nuestro paso. Sobre todo ahora que nos lanzan el anzuelo de algún espejismo artificial con el que poner a prueba nuestra agilidad visual desde lugares cada vez más insospechados. Desde cualquier parte surgen como hongos los aprendices de Orson Wells empeñados en mostrarnos cómo José Luis Garci se vio envuelto en una conspiración de cine, o cómo después de siglos de ostracismo y persecución por fin salen del armario los fills de puta de Benimaclet. Embaucadores nobles y bienintencionados, sin duda, a los que sin embargo se les suma toda una pléyade de anónimos fulleros de las redes sociales que cotidianamente nos bombardean con sus fakes en un ávido intento de hacernos caer como pardillos.

Ante tanta confusión no es extraño que al final acaben pagando justos por pecadores. Eso es lo que parece haberle ocurrido al concejal del PP de Nules, José Vicente Adsuara. Su foto utilizando la tarjeta de crédito para preparar unas “rayas” de polvo blanco durante una fiesta con los amigos, le ha terminado cortando una carrera política que, sin duda, podría haber sido fructífera. El concejal se defiende ahora asegurando que todo era una broma, una inocentada sin malicia. Porque en realidad todo era falso, nos suplica, un chapucero fake para reírse entre amigos, que la tarjeta utilizada no tenía crédito y que el polvo recogido no era para la narizfake. Y a fuerza de repetir que las cosas no eran lo que parecían el pobre concejal dejó de parecer el regidor que era y se vio obligado a dimitir.

Es lo que tiene este mundo de falsedades. Es así como hemos terminado sustituyendo la revolución permanente por la incredulidad constante. Hartos de engaños ya sospechamos de todo. ¿Será la recuperación económica el fake de Montoro para preparar el próximo ajuste? ¿Será Susana Díaz el fake que el PSOE prepara como alternativa frente a Mariano Rajoy? ¿Será Alberto Fabra un fake de sí mismo? Ay, maldita incertidumbre.

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