Al final del año, cada uno cuenta la feria como le va: quien haya tenido mala salud desea que en el año que entra no le flaquee. El pobre ruega bienes, el angustiado pide paz, pero todos deseamos que la rueda del destino nos sea, ahora sí que sí, favorable. Escribía Sylvia Plath en sus diarios: “Si consigo superar este año habré logrado la mayor victoria de mi vida”. Claro que la desgracia no se suele circunscribir a un año natural, pero andamos siempre buscando asideros que nos aseguren que la cosa irá mejor. Por favor.
En mi Nochebuena familiar se siguen cantando villancicos. Tras El burrito sabanero y Ya vienen los Reyes (o Ya viene la vieja, en su variante popular), según avanza la noche comenzamos a entonar canciones un poco más lúgubres como Al alba, de Aute, o Palabras para Julia en versión de Paco Ibáñez. Los niños se han ido durmiendo por los sofás o en las camas, dejados caer como muñequitos, entre abrigos grandes y fríos. Con suerte, antes nos han dado el sobre con estrenas para que lo custodiemos. Y así no toca hacer el cuadro de buscarlo, al marchar. Llega el momento en el que, ya con las luces bajas, se escucha “no sé decirte nada más, pero tú debes comprender que yo aún estoy en el camino” (y los demás aúllan: “en el camiiiiiinooooo”).
Es un momento de lucha obrera, de batalla común: cada cual está haciendo su balance, mirando en la columna de lo que falta, tragando con cava algún desprecio o lo que sea. Que no se necesita hablar de ello para darnos por enterados. Y cantamos esos versos de Goytisolo, que son himno nacional, porque tratamos de seguir creyendo que la vida es bella, ya verás. Es como Miguel Hernández desde la cárcel animando a su hijo a defender la risa pluma por pluma, con sus cinco diminutas ferocidades. Son reveladoras las frases que les dedican ciertos escritores a sus hijos. Aunque muchas las llevo conmigo, siempre me gustó de una manera especial, por radical, la frase que le escribe André Breton a su hija, Aube: “te deseo que seas locamente amada”. No parece un gran consejo, la verdad, sobre todo por el adverbio.
Pero por ahí va también Madame de Staël, cuando afirma que “pasiones tendríamos que pedirle a Dios, si nos atreviéramos a pedirle alguna cosa”. No basta con tener un salón en París en el siglo XVIII o ser baronesa para hablar de esa manera; solo puede hacerse desde el privilegio de haberlo vivido. Quien lo probó lo sabe. Hace poco una amiga me habló de un antiguo amor que había regresado y al que temía, del que seguramente debería escapar. Supe que eso sería lo sensato, supe que iba a ser difícil que encontrara la manera de hacerlo.
Si has vivido al margen, imagino, no le dedicas un poema a tu hija para decirle que oposite a la función pública o que invierta en determinados productos financieros
Claro que no todo son consejos alocados; también hay deseos más sabios, un poco más reconfortantes. Está por ejemplo el precioso poema de Kipling a su hijo, If: “Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti, / pero también aceptas que tengan dudas”. Incide mucho en este tema: en atreverse a perder la consideración ajena sin hundirse, en el valor de volver a empezar sin decir una palabra de la pérdida. Entiendo por norma general que los que escriben líneas como las que he referido no tuvieron, precisamente, una vida gregaria o común. Si has vivido al margen, imagino, no le dedicas un poema a tu hija para decirle que oposite a la función pública o que invierta en determinados productos financieros.
Obvio que no: escribes, a tus hijos o a quien sea, desde la experiencia radical de no estar nunca instalado del todo en ningún sitio. Esa es la soledad salvaje del corredor de fondo, como canta Ángel Stanich en su enorme canción “Le Tour ‘95”. Ese mismo es siempre el lema de los que tienen una pasión, de los que desean con furia y que por tanto han catado más de una vez el sabor de la derrota y del triunfo. Hay que aprender a tratarlos a ambos, según Kipling, como a impostores. Viene la Navidad, hacemos recuento de daños porque es inevitable. La rueda de la fortuna medieval da una vuelta más. Hay que cargar en brazos al porvenir de nuestros huesos y nuestro amor. No todo han sido desdichas, claro que no. Heredo canciones, espero dejar canciones.
Les regalo un poema de Ungaretti, “Mattina”: “Me ilumino / de inmensidad”.