Alfons Roig en escala de grises
A juzgar por lo que viene publicando la prensa desde hace unos días, la amenaza del descrédito absoluto se cierne sobre la figura de Alfons Roig. Se trata de una condena en blanco y negro, sin escala de grises. El asunto que nos concierne, de extrema gravedad, es arrojado al foro de la opinión publicada por un artículo de Martí Domínguez, del 6 de septiembre, publicado en un semanario valenciano, en la que se hacía eco de unas declaraciones de Juan Genovés (1930 -2020), recogidas en un volumen de conversaciones aparecido en junio, después de su muerte días antes de cumplir 90 años. En ellas, el pintor no solo acusa a AR de pederastia, sino de traficar con la menesterosidad de sus feligreses y pupilos para satisfacer sus lúbricos deseos. A las graves acusaciones, vertidas por quien ya no puede probarlas sobre quien tampoco puede ya defenderse, Domínguez no les encuentra reparo alguno: “No podemos dudar de la palabra de Genovés. ¿Por qué habríamos de hacerlo?”. Roma locuta, causa finita: Roma ha hablado, causa cerrada, en el más puro estilo fideísta.
La primera reacción no se hace esperar. Un diario de Valencia publicaba el día 14 una página completa en la que reproduce el “juicio sumarísimo” de Genovés “sobre el sacerdote Alfons Roig” y donde citaba la referida columna del “profesor y escritor Martí Domínguez” como figura de autoridad: “Un escándalo”, concluía el periodista, parafraseando a Domínguez. ¡Y tanto! Eso sí, en ese momento todavía sin testigos vivos y visibles de los hechos denunciados.
Un diario de alcance estatal templaba el día 15 el discurso y, después de transcribir las acusaciones de Genovés a AR y ponderar su figura, reproduce las palabras de algunos de sus discípulos. Ni José María López Yturralde, ni Jordi Teixidor, ni Artur Heras vieron ni tuvieron noticia de los abusos denunciados por el autor de El abrazo. Entre tanto, los responsables del Área de Cultura en la Diputació de València, a la que AR legó un importantísimo patrimonio en obras de arte y libros, aseguran que la institución provincial “’abre una reflexión’ por las acusaciones de abusos de Alfons Roig”. El diputado Xavier Rius añade: “No tengo ninguna duda de las palabras de Genovés, cuya lucidez personal tuve la suerte de conocer”. “Quitaremos el nombre de Roig del MuVIM si se demuestran los abusos”, declara al día siguiente a ese mismo diario Gloria Tello, diputada al frente del Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat, al tiempo que, como Rius el día anterior, reclama prudencia.
El viernes 17, el affaire Roig da un giro de 180 grados: alguien ratifica las denuncias de Genovés y declara haber sido víctima en 1948 del, a la sazón, profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos en un viaje de estudios a las ruinas del castillo romano de Sagunt: “Alfons Roig me clavó la mano por delante del cuello hasta el ombligo. Tenía 16 años”, declara el artista Monjalés (1932). De paso, aprovecha para reprobar moral y políticamente a AR, que según él: “destacaba entre los profesores falangistas con los que llenaron la escuela. Él formaba parte de todos los jurados que concedían las becas y solía hacer camarillas […]. El que se acercaba a él, tenía más posibilidades de obtener una beca, porque el retor siempre estaba en el jurado que las otorgaba. Y eso lo usaba para meter mano a los chavales […] Lo sabíamos todos, también Doro Balaguer”. Ya no es solo, por tanto, su experiencia personal de Sagunt. Ahora su memoria implica a muchos otros “chavales”, el falangismo con que se había llenado la Escuela de Bellas Artes (¿Felipe M. Garín?, ¿Josep Maria Bayarri?, ¿el represaliado escultor Vicent Beltran?) y no se sabe qué becas utilizadas por AR para chantajear sexualmente a los aspirantes. Otro periódico de ese mismo día también habla con Monjalés, que amplía su acusación a otros casos de los que no puede dar nombres: “Años después también hablé del tema con otros artistas que me contaron que habían pasado por lo mismo”. Y ya para concluir sentencia: “Intelectualmente era un bluf”, alguien influido por otros, como Eusebio Sempere; y ágrafo (“no tiene apenas obra escrita”), a diferencia de Aguilera Cerni y Tomás Llorens, al que llama cariñosa o displicentemente “Tomasín”. Si el único baremo para medir la importancia del magisterio de alguien fuese la cantidad de obra escrita, ¿en qué lugar habría que poner la figura de Sócrates? Además, parece que Monjalés no ha visto nunca el volumen Art viu del nostre temps, de Alfons Roig…
Vaya por delante y sin ambages nuestra condena a toda clase de abusos y acosos, en particular a los infligidos a menores, sea cual sea la orientación sexual del abusador; pero después de lo leído estos días, a golpe siempre de titular, no estaría de más reflexionar sobre los contenidos y el tono de lo declarado y de lo publicado.
Hasta el momento solo ha aparecido una persona viva que haya revelado una experiencia de acoso - abuso en primera persona, Monjalés. Éste dice que Doro Balaguer (1931 – 2017) era también sabedor de los hechos; pero lo bien cierto es que las informaciones de Doro sobre AR solo rezuman reconocimiento: “Tuve con Alfons Roig muchos años de relación, no demasiado asidua, pero pronto convertida en amistad y afecto. […] El caso es que el año 1960 tuve que pasar una temporadita en la prisión de Carabanchel, por un motivo indisimulable: pertenecer al PC. Pues bien, a pesar de la causa y de la época, la única persona, no directamente familiar, que trató de visitarme, fue Alfons Roig” (Alfons Roig i els seus amics, Diputació de València, 1988, p. 16). En el mismo texto, Balaguer destacaba los valores académicos de AR en esa Escuela de Bellas Artes cuyas aulas compartió con Monjalés, respecto al resto del profesorado, porque sus opiniones y criterios sobre el arte contemporáneo eran por completo heterodoxos e innovadores.
Juan Genovés, el primum mobile del affaire Roig, que dice conocer los abusos sin cuento del cura a menores, no dudó en ceder una obra de su colección particular (Los sitios, 1981, óleo/acrílico, 85 x 100 cms.) para la exposición celebrada en Sala Parpalló – Palau de la Scala, entre junio y julio de 1988, bajo el título Alfons Roig i els seus amics, un año después de la muerte de éste. Si tan abyecto era el cura y tan arraigada la repulsa del pintor, ¿por qué accedió a que figurase una obra suya en dicha exposición conmemorativa? Y tuvo tiempo suficiente después para haberse desmarcado de aquella participación.
En lo concerniente al tono y/o las maneras periodísticas de algunos de los intervinientes, la cosa deja bastante que desear. Desde quienes, en un primer momento, dan por buenas unas acusaciones sin testigos, hasta quienes utilizan de deliberadamente citas mutiladas y sacadas de contexto. ¿Es solo una impresión que la execración de AR estaba ya decidida antes de la aparición en escena de Monjalés?
Arrojado al circo mediático de las redes sociales, donde reverbera el negro sobre blanco de la prensa online, la lapidación digital de Alfons Roig ya ha comenzado.
Josep Monter, Artur Heras y Anacleto Ferrer son editores del volumen titulado Alfons Roig. La devoció per l’art, IAM, València, 2019.
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