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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

CV Opinión cintillo

Autononuestras

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El domingo fue 28F, día de Andalucía, y aprovechó la chavalada fascista para hacer eso que mejor se le da: generar odio. Usando esa táctica aprendida de Ciudadanos y que estos a su vez aprendieron de los camisas negras de Mussolini, decidieron que lo mejor que se podía hacer el domingo era montar un mitin contra las autonomías en pleno centro de Sevilla. Es decir, salir a provocar. Por si convocar un mitin en Sevilla anti-autonomías en el día de Andalucía, no dejaba suficientemente claro cuán provocadora era la intención, se desplegó además una lona rojigualda de 4 metros desde un tejado donde se podía leer: “Vascongadas es España”. Sabido es que en Euskadi gusta tanto eso de Vascongadas como en València gusta lo de Levante o a los castellanos que les llamen mesetarios. Que digo yo que puestos a provocar con todas las de la ley lo suyo hubiese sido que en la pancarta pusiese “Andaluces sois unos vagos”, pero claro, son fachas pero no son tontos. Ya arremeterán contra lo andaluz cuando gobiernen, haciendo vídeos con imágenes de archivo y ocultando el acento andaluz, por ejemplo.

La buena cuestión es que mientras tan distinguida reunión tenía lugar en Sevilla, las televisiones mostraban imágenes de la ignominiosa Barcelona donde otra chavalada, esta vez de cráneo al viento y brazo en alto hacía de las suyas y el rótulo que acompañaba la imagen los presentaba como partidarios de la unidad de España, en un caso, y “constitucionalistas” en el otro. Y es que España es así. A los neonazis se les llama constitucionalistas en los medios y al vicepresidente del gobierno se le llama “El Coletas”. Y yo, que tengo la suerte o la desgracia de compartir carrera con el señor vicepresidente Coletas y que recibí en la universidad lecciones magistrales de importantes constitucionalistas (entiéndase aquí profesores catedráticos de derecho constitucional, no neonazis) no puedo evitar recordar aquello que me explicaban de que la característica principal de la Constitución del 78, lo que la distingue de todas y cada una de las demás constituciones españolas anteriores, es precisamente su apuesta clara por el autogobierno de las llamadas “nacionalidades y regiones”. Pues la del 78 no destaca por ser la primera que garantiza derechos, ni es la primera en establecer una monarquía parlamentaria, ni tampoco la primera en definir a España como una democracia. Pero si es la primera en apostar claramente por la descentralización y el reconocimiento de la pluralidad interna del estado. Otros también aprovechaban la explicación para alabar el sistema autonómico que se había desarrollado bajo el paraguas constitucional, que no encajaba en el modelo federal y tampoco en el unitario. Y es que España es así, que igual te creamos una arquitectura política de descentralización del Estado única en el mundo y la consagramos en la Constitución, que luego a los que se quieren cargar ese modelo les llamamos defensores del orden constitucional.

No han sido nunca de autonomías, la derechona. Ellos han sido siempre más de estructuras provinciales, esas que han servido para controlar a la población, que no han tenido, ni tienen, elección directa por parte de la ciudadanía y han sido siempre un nido de caciquismo y redes clientelares. Cuando en el 78 los hoy constitucionalistas votaron en contra de la Constitución, algunos argumentaron que no era porque no quisieran democracia sino porque no estaban de acuerdo con el autogobierno. Ya lo venían avisando, en 1977, tras el congreso fundacional de Alianza Popular, en el que se rechazó explícitamente cualquier tipo de autogobierno para los territorios, se le preguntó a Adolfo Suárez que qué opinión le merecía que el congreso de Alianza Popular hubiese acabado con gritos de ¡Franco, Franco, Franco! El entonces presidente respondió: - bueno, hay que darles tiempo. Tiempo. 40 años después, viendo las imágenes de Sevilla y Barcelona mi pregunta es la del niño en el asiento trasero del coche: ¿falta mucho? Quizá 40 años más y otras dos generaciones de españoles. O no. Quien sabe.

Y eso que en la época dorada de la derecha en España, cuando gobernaban más de la mitad de las autonomías y el personal del PP a cargo de los presupuestos autonómicos era de decenas de miles de personas parecía que por fin habían aceptado las reglas de juego constitucionales. Hoy vemos que al menos algunos estaban disimulando. De aquella época me contó una anécdota un histórico militante del nacionalismo valenciano al que una vez un guardia civil le preguntó: pero oiga, ¿usted por qué es nacionalista? A lo que mi compañero le contestó: porque para mi lo mejor que le ha pasado a España en los últimos 100 años es el autogobierno y entrar en la Unión Europea y por eso quiero más de las dos cosas. A lo cual, según contaba él, el guardia civil tuvo que darle la razón.

Ciertamente, eran otros tiempos, unos en los que Constitución y autogobierno iban de la mano, en los que a los neonazis se les llamaba neonazis y los fachas no sentían orgullo de serlo porque sabían que lo que pensaban estaba mal. El autogobierno nos trajo libertad, democracia, proximidad, identificación con las instituciones, reencuentro con nuestras raíces… El autogobierno nos trajo prosperidad en muchos sentidos. Nos trajo contrapoder al gobierno central. Nos trajo dignidad como pueblos. Sé de muchos mayores que lloraron al escuchar por primera vez hablar valenciano en la televisión. De repente, existían. Les habían puesto voz. Mi abuelo no lloró, solo miró el televisor fijamente, en silencio, en estado de shock.

Con todos sus defectos, con todo lo que queda por recorrer todavía, incluso con un sistema autonómico quebrado, no cabe duda alguna: el autogobierno ha sido siempre un aliado del pueblo; en sus luchas, en sus anhelos, en sus conquistas. Lo saben los que se congregaban en Sevilla, esos a los que ya les va bien con unas diputaciones provinciales tan caras como inútiles a las que no vota nadie. Esos constitucionalistas que quieren demoler el orden de la Constitución. Esos españolistas cuya manera de querer a España es odiar a todo español que no encaja en su diminuto entendimiento. Esos que usan la bandera para escribir en ella “Vascongadas es España”. Si por ellos fuera, España sería arrastrada de los pelos al redil, al armario, a la sacristía. Después de extirparnos el autogobierno, querrán sacarnos de Europa. Al tiempo. Todo lo que sea empequeñecernos y simplificarnos les acerca a sus anhelos.

En definitiva, lo remataba otro illuminati constitucionalista ayer en twitter, con un sarcasmo finísimo, como es habitual en ellos: “que no las llamen autonomías, que las llamen autonosuyas” Pues eso, ¡que vivan las autononuestras!

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