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Con la financiación en carne viva

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“Cuques de llum,

o gestes fracassades en la foscor del dia,

reposen ignorades dintre els navils orfes

del perill de naufragi“.

Emili Rodríguez-Bernabeu. Alacant, 1996. ‘Inquietud’

La justa financiación del País Valenciano es la ascua incandescente que pasa de gobierno a gobierno, de siglo a siglo, cuyos perjuicios pagan los perdedores. En el Pacte del Majestic (Barcelona, 1996), cuando en un ramalazo de cinismo antológico, José María Aznar, decía hablar catalán en la intimidad, se comprometieron en el Passeig de Gràcia a remediar la herida histórica de la financiación autonómica sobre todo para Catalunya. Conjurados entre bromas y diretes CiU de Jordi Pujol –no confundir con posteriores ediciones– el PNV, con su cupo asegurado y el Partido Popular con hambre irremediable de poder concibieron la entente que se muestra inalcanzable en 2025. Los valencianos ven con parsimonia y escepticismo que se avanza en la floritura del diálogo bilateral cuya filosofía es ancestral.

Convidados de pega

En las fiestas de alto copete están los invitados de verdad, aquellos que no necesitan invitación – asisten por pleno derecho– y la corte de pega que se muere por asistir al jolgorio, aunque tan solo fuera por decir que estuvieron allí. Un año después del Pacte del Majestic –marco de hondo significado en la política convergente de Catalunya– Ernest Lluch i Martín –más catalán que socialdemócrata y por eso Felipe González se lo quitó de encima– siguió escribiendo del agravio comparativo que comporta el privilegio fiscal de Euskadi y Navarra, primero en un artículo: ‘Asimétrica financiación autonómica’ (1997) y después en otra pieza más directa: ‘El concierto, visto desde aquí’ (1998). Entre conciertos y cupos se ha llegado en 2025 a lo que era fácil de vaticinar: Catalunya tendrá pronto su financiación autonómica avanzada. De igual modo que dispone ya de competencias para recaudar sus impuestos a través de la Agencia Tributaria Catalana. Los avances de los catalanes, conseguidos con dos armas definitivas– partidos políticos catalanes y masa crítica entre los catalanes– en la negociación política, pueden llevar a reacciones diversas: envidia, celos, rabia, impotencia o la sana alegría que permite presumir que Catalunya, con Salvador Illa, abre un surco en el nudo gordiano de la política territorial hispana. Cuyo antecedente sólo puede beneficiar a las demás autonomías y concretamente a la valenciana. La que tiene un pasmarote por presidente, Carlos Mazón, en expectativa de destino o de que la providencia lo indulte. Sin ser consciente de que a los “ninots” únicamente se indultan por las fallas.

Provincianismo al poder

Mientras en Catalunya adelantan en las cosas que dan de comer, en la ciudad de València su alcaldesa del PP, María José Català, se distrae cambiando el acento de su denominación sembrando el terreno para que los valencianos tengan un motivo más de controversia y enfrentamiento. Se ignora si la regidora valenciana ha contado con el asesoramiento de su secretario del grupo municipal del PP, Ignacio Rodríguez Santana–depurado por Rita Barberá–, garganta profunda y amedrentador de periodistas por encargo, que se ha instalado con mando en plaza en la alcaldía de la torrentina, María José Català. Lo del acento es una anécdota para no dormir y sobre todo para ayudar a los ciudadanos a ignorar de dónde son y cómo se llaman. En el otro flanco del surrealismo político valenciano sobresalen los forcejeos del expresidente de la Generalitat y exconcejal del Ayuntamiento de Rita Barberá, para optar a renovar el cargo del que salió con diez imputaciones y a la vez complicarle el futuro y la credibilidad al actual residente en el Palau del carrer dels Cavallers sin honra ni rumbo, salvo el que le presta el contratado general Gan Pàmpols, para sacarle las castañas del fuego, con la venia de Alberto Núñez Feijóo. Prueba palpable de la absoluta ignorancia del PP de Génova, 13 que ignora las señas de identidad de la política valenciana. El Partido Popular de la CV, tiene serios problemas de unidad y coherencia. Carlos Mazón ha conseguido que las tensiones subterráneas que provienen del provincianismo de sus convicciones afloren. El turnismo hegemónico provincial entre Alicante, València y Castelló – el alicantino de Cartagena Zaplana, Olivas & Camps por Valencia y Alberto Fabra de Castelló– para presidir el Consell de la Generalitat con su corte doméstica correspondiente, ha desembocado en un vodevil de tiras y aflojas con su correspondiente nepotismo que hizo crisis con la Dana del 24 de octubre de 2024, cuando Mazón se columpió en El Ventorro y andanzas posteriores que no logra recordar, víctima de amnesia irrecuperable mientras las riadas se llevaron por delante vidas y haciendas.

Camps, a corrales

Paco Camps y los que lo jalean han de tener claro que no es candidato creíble ni aceptable para un cargo que Mariano Rajoy le forzó a dejar, asustado por las noticias que recibía de València y que los jueces del lugar han declarado no culpable, pero nunca inocente. Su vida política murió cuando en su mandato presidencial –antes consejero y edil municipal– ocurrieron las trapacerías que todos sabemos y que no hay juez alguno con capacidad de borrar. Dedíquese al británico peloteo del tenis y a veranear en Xàbia (La Marina), en cuya salsa social puede despuntar ante sus fieles. Mal está el PP de València si no es capaz de proponer un candidato de mayor solidez cívica e intelectual, que desbanque al cuestionado Mazón que lleva casi un año noqueado y en tiempo de descuento. En el PP sensato se han oído voces de lamento por el arrumbamiento de Isabel Bonig, que era mujer con desparpajo e ímpetu, ex alcaldesa de la Vall d’Uxó y admiradora de la personalidad férrea de Margaret Thatcher que casi privatizó el Big Ben y la abadía de Westminster.

Despolítica empresaria

Los empresarios valencianos, los pocos que representa la CEV que preside Salvador Navarro y sobre todo, los demás, están firmemente convencidos de que mientras no se resuelva la afrenta de la financiación autonómica del País Valenciano, para el mundo de los negocios, para las infraestructuras y para el bienestar de los ciudadanos, el porvenir se presenta negro y oscuro como un túnel sin salida. Cuánto más tiempo presida la Generalitat, Carlos Mazón, el prestigio y la autoestima de este territorio, que un día fue Regne de València, se seguirá deteriorando. Carlos Mazón en su carambola predeterminada con Vox, fue precedido por dos legislaturas de gobiernos del Botànic, presididos por Ximo Puig y aliados con Compromís. Tampoco consiguieron desatascar las necesidades perentorias del País Valenciano el que aún mantienen en sus siglas los militantes domésticos del PSOE. Además, muy principalmente consiste en la piedra angular programática de una coalición valenciana, Compromís, que carece de sentido si no defiende, ante todo, los intereses de los valencianos. Menos vinculándose a Podemos de Pablo Iglesias – centralista– como se intentó en su día por Mónica Oltra y después se consumó uniéndose a Sumar, con criterios políticos dispares y alejados de la obediencia valenciana que caracteriza a Compromís, según proclaman.

Primero, creérselo

El panorama político valenciano es sombrío con un Partido Popular en el poder tambaleante y orgánicamente incapaz de marcar territorio en defensa del País Valenciano. En el que no cree. El PP en 2023 desde antes de las elecciones, inclinó la cerviz ante las imposiciones de Vox de Carlos Flores y en 2025 está todavía más entregado al partido de Santiago Abascal, –para el que el País Valenciano ni existe-, es intolerante, ademocrático, anti autonomista y contrario a la supranacionalidad de la Unión Europea. El PSOE en el País Valenciano, si tiene voluntad de gobierno, ha de renovar sus cuadros dirigentes y presentar candidatos a los puestos clave con autoridad moral y capacidad de liderazgo mucho más allá de los condicionamientos del escalafón y las servidumbres partidistas que, como se ve, no conducen a ninguna parte. Lo que queda de Compromís, todavía con una representación substanciosa en las Corts Valencianas, ha visto su imagen muy deteriorada tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado. Mal pertrechados van los valencianos si disponen de tan escaso y poco efectivo equipo del valencianismo para conseguir los resultados que se necesitan y ejercer, además, ante el resto del Estado español el papel que se necesita para equipararse a otros territorios que avanzan y obtienen resultados, aunque escueza.

La realidad hay que verla como es. De nada sirve seguir la táctica del avestruz y esconder la cabeza para no identificar los problemas ni afrontarlos con éxito. ¿De qué sirve tener un estadio cubierto para eventos y espectáculos multitudinarios o disponer de un puerto a lo largo de 70 kilómetros de litoral (València, Sagunt y Gandía), o las mejores naranjas del mundo, si se ríen de nosotros? ¿De la incapacidad para hacer valer el peso específico de lo valenciano, más allá de destrozar el ecosistema para que los visitantes lo disfruten como tierra conquistada? Es esencialmente un desafío político. Sin políticos con ‘trellat’ y audaces, un ave nunca consigue volar.