Programa, partido o candidato
La política (especialmente, durante esos periodos electorales que, cada vez, abarcan más tiempo) puede ser entendida en clave de marketing. De hecho, esta función vital tiene un reflejo extraordinariamente natural en la propaganda de los partidos. A grandes rasgos, interesa destacar, preferentemente, alguna de las cualidades del producto, de entre las que figuran en el encabezamiento.
El programa es, quizás, la más complicada de representar en el medio-mensaje electoral, ya que la información se ha de transmitir de manera concisa y reiterativa. No es tan fácil dar con la tecla. Célebre era el mantra de Julio Anguita durante la frustrada tentativa del sorpasso, a principios de los noventa: Programa, programa, programa. Hoy en día, Pablo Iglesias aún lo trae a colación. El programa, en los canales electorales, suele plasmarse, básicamente, en un eslogan, puesto que los programas electorales –no nos engañemos- no los lee nadie. Por ejemplo, “En la buena dirección”. También se puede optar por relegar al plano secundario el programa –o la ausencia de él- y apelar a la pulsión emotiva del votante, como hizo –con crítica positiva por parte de los especialistas- UV en 1989 (“Vota lo teu”, impactante y en vena).
Por lo que respecta al partido, era un argumento que el PP esgrimía recurrentemente y que, en esta ocasión, no le reporta los beneficios de antaño. A nivel local, vamos a asistir a maniobras de distracción relativas a minimizar los efectos de una marca que, a pesar de los esfuerzos por vender la salida de la crisis, también se asocia a recortes y corrupción. En sentido contrario, Podemos sí que apuesta por vigorizar la marca, de manera que la elección de los candidatos locales parece una cuestión menor, a tenor de los objetivos prioritarios que se marca el hiperliderazgo radial. De Madrid al cielo, sin reparar en pleitos de provincianos. De todas maneras, los partidos siempre guiñan un ojo, en su escenografía, a los militantes que no fallan (y más en estos tiempos de fichajes de independientes de relumbrón para las listas) y reservan en sus representaciones públicas un espacio para la imaginería de la organización. Por ejemplo, “Socialistes ara” y el logo, en una esquina del cartel.
Por último, el candidato adquiere un valor esencial en una política, cada vez, más mediática (a la americana manera). Sin duda, es el factor de más creciente relevancia. Lo vemos, de forma descarada, en el PSOE, donde el tirón de Pedro Sánchez como líder más valorado tira del partido a base de multiplicarse en los platós televisivos. Y se ha manifestado, en toda su crudeza, en el PP madrileño, partido del que Esperanza Aguirre toma distancia de modo alevoso, con la connivencia, por común acuerdo de intereses, de sus correligionarios.
En fin, marketing en estado puro. Más difícil de discriminar en la maraña de Internet, pero fiel reflejo de la realidad en la iconografía callejera.
Fíjense, los carteles no mienten.
0