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Cómo hacer de un festival un espacio LGTB inclusivo: “Desde la dirección hasta la organización deben tener respeto”

El público del festival underground Truenorayo en la edición de 2016.

Laura Martínez

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El asesinato de un joven a la salida de una discoteca en Galicia a gritos de “maricón” ha desencadenado una serie de protestas y ha puesto el foco en la violencia verbal y física que sufren las personas LGTB en los espacios de ocio. La oleada de denuncias por agresiones homófobas y el auge de los discursos de odio -que crean el marco que las legitima y el contexto que las propicia-, una suerte de Me too del colectivo LGTB, recuerda la necesidad de contar con espacios seguros también en los ambientes lúdicos.

Con la extensión del discurso LGTBfóbico algunos eventos han decidido subrayar su carácter inclusivo y plantar cara desde la cultura. Es el caso del Truenorayo Fest, un certamen underground que celebra en septiembre su octava edición en la Sala Mutant de València. En la presentación del evento, sus organizadoras -todas mujeres y algunas parte del colectivo LGTB- recalcaron la necesidad de vincular cultura y activismo y ejercer como altavoz ante las denuncias y de modelos de sexualidad alternativo. En palabras de Ada Diez, codirectora, se trata del “derecho a ser” y de concebir la cultura como motor de cambio: “Aunque tenemos derechos conquistados, todos los días tenemos que pelear para poder ejercerlos”, expresó la también ilustradora y programadora cultural, que reclama un “feminismo transversal”.

Las responsables del evento, que cuenta con la colaboración de la concejalía de Acción Cultural y Juventud del Ayuntamiento de València, entienden que el festival debe implicarse en todas sus estructuras para ser un espacio seguro, desde la dirección hasta los artistas y los trabajadores: “Todos los estratos deben tener ese respeto por los colectivos”, afirma. En esta línea, Diez considera que el público debe sentirse arropado y seguro cuando acude a un espacio cultural o de ocio: “Exigimos que los comportamientos sean acordes con los valores del festival”, indica en conversación con elDiario.es, donde expresa que en ediciones anteriores han tenido que expulsar a asistentes por acoso.

El mensaje de tolerancia y diversidad, añade, va calando en el público edición tras edición. “Hay muchos comportamientos -misóginos o LGTBfóbicos- arraigados y se cambian a través de la educación y la cultura, mostrando la diversidad”, una idea que tratan de poner en práctica con el cartel, los artistas o las jornadas que acompañan a cada edición. La codirectora, que organiza el certamen junto a Lourdes Sanz, considera que es responsabilidad de todo el equipo saber cómo actuar en caso de agresión, más allá de modelos como el de los puntos violeta. Los organizadores de grandes eventos, desde festivales de música a fiestas patronales, comenzaron a incorporar hace un lustro los puntos violeta como espacios de información y denuncia contra agresiones sexuales y violencia machista. El punto, más allá de las actuaciones pertinentes en caso de agresión, cumple la función de lanzar el mensaje al público de que la violencia no se tolera. Si bien se tiene en cuenta su importancia simbólica, la organización del Truenorayo aboga por una perspectiva más transversal: “Una víctima necesita una actuación inmediata, que todo el equipo sea capaz”.

El festival contará con público reducido en un aforo inferior a 200 personas, en función de las medidas que marque Salud Pública, del 23 al 25 de septiembre. El evento, que conjuga activismo y artes escénicas trabaja en potenciar la música como plataforma de difusión cultural reivindicando el papel de la mujer y del colectivo LGTB+ como rol activo: “Las mujeres existimos más allá del 8 de marzo y las personas LGTB más allá de junio”, el mes del Orgullo, recalca Diez, que cree que “visibilizar los problemas hace que tengas herramientas para resolverlos”. La prioridad, expresa, es “que puedas asistir siendo tú. Las personas LGTB hemos ido ocultándonos. El altavoz es imprescindible”.

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