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Salud mental en adolescentes: “La dificultad está en poner palabras al sufrimiento”

Paula Segura, enfermera especialista en salud mental; Nieves Hermosín, psicóloga clínica y Elvira Ferrando, psiquiatra, en el Hospital de la Malvarrosa de Valencia.

Laura Martínez

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Desde 2020 se ha evidenciado un aumento generalizado del malestar emocional, de los problemas psicológicos, la demanda de consultas y de las patologías. Lo apuntan los estudios, los informes, las encuestas y los propios profesionales, que ven con preocupación el aumento del malestar más intenso en la población más joven. Las derivaciones a las unidades de salud mental de niños y adolescentes se han triplicado, como lo han hecho la gravedad o cronificación de los casos.

“Detectamos un aumento intenso de malestar emocional, de la insatisfacción con la vida, y en concreto por parte de los adolescentes. Han aumentado la impulsividad, las tentativas y gestos autolesivos, la verbalización de ideas de muerte... es un tsunami que tenemos que resolver”, señala Francisco Pérez, coordinador de Salud Mental de la Conselleria de Sanidad de la Generalitat Valenciana, que señala: “Es el problema mas acuciante que tenemos”.

Para hacer frente a este “tsunami” asistencial, que aún no manifiesta visos de ralentización, el Ejecutivo autonómico impulsó el pasado año una serie de recursos de emergencia, un refuerzo de medios que paliaran la crisis y evitaran que se agudizara. Entre las principales preocupaciones se encuentra la situación de niños y adolescentes, una parte de la población en la que se han solapado varias crisis en una etapa de desarrollo fundamental. Algunos alumnos con condiciones especialmente vulnerables dejaron de asistir al centro educativo a raíz de la pandemia, más allá del confinamiento y las restricciones de movilidad, por problemas de desregulación emocional. En otros, no necesariamente absentistas, se han despertado o agravado problemas psicopatológicos. En ambos casos estas situaciones les han llevado a un aislamiento profundo, a una ruptura de los lazos emocionales. El confinamiento ha sido un factor desencadenante, un disparador para las patologías: “Ha supuesto una ruptura que no les ha permitido reengancharse”.

“Ha habido un aumento de la gravedad y de los casos en población infantil y juvenil”, apuntan Paula Segura, enfermera especialista en salud mental; Nieves Hermosín, psicóloga clínica, y Elvira Ferrando, psiquiatra, que trabajan con los casos de especial gravedad a nivel asistencial. Forman parte del equipo de intervención comunitaria de alta complejidad, un nuevo programa creado el pasado junio en las unidades de salud mental infantil y juvenil valencianas en siete departamentos de salud.

Las profesionales tratan casos que tienen difícil encaje en la asistencia ambulatoria, derivados por su facultativo de referencia a través de la unidad de salud mental. Son casos que a nivel psicopatológico presentan gravedad y mucha comorbilidad, muchas dificultades en diferentes esferas -principalmente, la académica y social. “Tenemos un alto perfil de absentistas, pero no solo. Son jóvenes con trastornos mentales graves, acompañados en la mayoría de los casos de problemática social y problemática familiar. Lo importante del proyecto es que el equipo hace una intervención intensiva y completa a todos los niveles”, indican.

Los casos atendidos hasta ahora en el departamento de salud Clínico- Malvarrosa, en la ciudad de València, son principalmente de adolescentes, la mayoría mujeres, alrededor de los 14 años, aunque ha habido casos de menores de hasta 9 años. Ahora este equipo se encuentra con 13 pacientes, con sus respectivas familias y sus centros educativos. Estos equipos se coordinarán con los tres hospitales de día para población infantil y juvenil, uno de los recursos en marcha del Plan de Salud Mental que se materializará a lo largo del año, uno por provincia.

El perfil del paciente es difícil de determinar, dado que apenas llevan unos meses con este nuevo proyecto, pero sí se dan características comunes. Son adolescentes con trastornos mentales graves -depresión, fobia social grave, ansiedad generalizada, trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) o un trastorno psicótico-, que a menudo sufren de autolesiones o gestos autolíticos, conductas auto y heteroagresivas, mala regulación emocional y alteraciones conductuales derivadas de ello. Sobre todo, destacan las profesionales, son personas que padecen mucho aislamiento “porque no pueden relacionarse de otra manera”. “Es importante entender que cuando alguien se recluye es porque no puede relacionarse de otra manera. La idea de estos equipos es que los adolescentes puedan manejar estos estados emocionales de otra manera porque es posible. El concepto que tenemos todos es que estos jóvenes puedan volver a su día a día porque, por sus dificultades, no pueden”, recalcan.

“Son jóvenes con desregulación emocional y situaciones vividas complicadas o traumáticas a lo largo de su desarrollo. Eso implica una fragilidad y por ello, a veces, rupturas en diferentes sectores. A veces con aislamiento social como consecuencia de esta desregulación y a veces con dinámicas familiares complejas y alteradas. A veces son vivencias traumáticas que a nivel familiar hayan afectado, dificultades en la vinculación con alguna de las figuras de apego, problemas relacionales en los vínculos filioparentales (padre/madre, hijo/ hija) ... Se dan situaciones de maltrato, negligencia, abusos, separaciones violentas, violencia filoparental o violencia entre padres...”, expresan en la unidad. Hermosín, psicóloga clínica, destaca “la dificultad de poner palabras al sufrimiento” que tienen: “Perciben el mundo como un entorno muy hostil porque muchos han vivido este entorno tan hostil”.

Un malestar difícil de determinar

Los equipos trabajan con un malestar que no tiene nombre, con jóvenes que no pueden poner palabras a su sufrimiento. En ocasiones es resultado de viviendas traumáticas; en otras, por microestresores continuos. Es como una estalactita, una gota que va cayendo constantemente, apunta Ferrando, con una metáfora que refuerza la idea de que cualquier persona puede adquirir esta condición. La salud mental es una cuestión circular, es multicausal, en la que influye la vulnerabilidad, los factores de riesgo, los factores de protección y la predisposición biológica, explican. Hay ocasiones en las que se dan los ingredientes y no sucede, y otras en las que priman los factores protectores y se despierta un problema, apuntan.

Determinar el origen del malestar es una cuestión compleja, ni siquiera los pacientes son capaces de verbalizarlo. “A veces ni lo saben ellos mismos, es difícil, no podemos determinar una única causa. Va desde la etapa perinatal hasta la predisposición genética, la vinculación en la primera infancia, la maduración...”, explican, unas cuestiones a las que se suman los factores de riesgo. “Cuando alguien es capaz de comunicar de dónde cree que le viene el malestar ya hay parte de la dificultad resuelta. A ellos les cuesta hasta expresar una queja. Justo ahí, en la parte de la vinculación con el otro, de poner palabras al sufrimiento, es donde está parte de la dificultad”, explica Hermosín, a lo que Ferrando añade: “La idea es que ellos puedan entender qué les pasa, muchos no saben qué les está pasando. Por eso la reclusión, el abandono de las relaciones”, añaden.

Por la complejidad de los casos, destacan la necesidad de actuar de forma multisistémica, de abordar diversas esferas de forma coordinada, como los engranajes de un reloj. El modelo de atención concibe la salud mental desde una perspectiva circular y tiene en cuenta los sistemas familiares y otros grupos de pertenencia significativos. “Implica concebir las situaciones de una manera más amplia y trabajar con los estamentos que intervienen”, como los centros educativos, recalcan. “La idea es crear una red, que no se rompa tanto la situación. Es importante que se pueda ir cosiendo todo el entramado para que esto resulte efectivo”, destaca Ferrando. Es por ello que la coordinación entre esferas y recursos resulta fundamental, con hincapié en los centros educativos, un papel que aborda la enfermería especializada en salud mental, que además realiza un mapeo de los recursos, recupera la parte de los autocuidados en los jóvenes o les muestra otras formas de actividad, a través de entidades sin ánimo de lucro.

La flexibilidad es otro factor clave, lo que a su vez implica que puedan tratar a menos personas por cada grupo de intervención. Las visitas domiciliarias y a centros son constantes, como lo es la comunicación con los adolescentes y su entorno. “Sabemos que ellos necesitan un tiempo, una adaptación, trabajamos en aspectos que a ellos les resultan complicados. Es muy importante mantener el vínculo, que vean que da igual lo que pase, que nosotras seguimos estando”, sostienen.

En una intervención tipo, después de una primera entrevista grupal que determina el plan y una visita domiciliaria, se establece una persona de referencia para el adolescente. Más tarde se da una reunión en un centro educativo con el orientador y el tutor de adolescente, otra visita en el domicilio, en la que una parte del equipo habla con una adolescente y otra con su familiar de referencia. Tras la conversación se acuerdan por un lado medidas de tipo conductual práctico para hacer una incorporación al colegio; por otro, a nivel de intervención psicológica, las visitas semanales con la psicóloga clínica/ psiquiatra o con todo el equipo y se valora la intervención farmacológica. Después, se dan sesiones familiares en las que están todas las profesionales con toda la familia. “Valoramos qué factores de riesgo hay en la población, qué factores de protección y qué factores de vulnerabilidad y qué factores mantenedores de la situación”, apuntan. Una vez realizado el análisis, buscan una vinculación diferente del propio adolescente con su entorno a través de la creación de experiencias emocionales diferentes, que el adolescente pueda llegar a creer que las cosas pueden ser de otra manera, centrándose en las fortalezas que puede encontrar en su vida y en su entorno. Su trabajo consiste en tejer una red de seguridad, apoyo y confianza para que los adolescentes no se descuelguen de su entorno.

40 millones de presupuesto en Salud Mental

El confinamiento y las restricciones derivadas del Covid han provocado una sacudida generalizada, han sido un factor estresante para toda la sociedad. Han aumentado las patologías y también el malestar no diagnosticable, aquel que no tiene respuesta clínica, destaca el coordinador de Salud Mental de la Generalitat Valenciana. El Ejecutivo autonómico ha incrementado un 20% los recursos en el último año, pero, dado el aumento de la demanda, los profesionales siguen saturados, apunta Pérez.

El equipo que forman Segura, Hermosín y Ferrando es uno de los primeros de atención comunitaria que se crean en el plan de choque para atender esta demanda en niños y adolescentes. “Ya hay siete funcionando -tres en Valencia, dos en Alicante y dos en Castellón- y queremos que lleguen a todos los departamentos”, explica Pérez.

Estos recursos se pusieron en marcha el pasado año, cuando comenzaron a materializarse las medidas del plan de choque de salud mental, un grupo de acciones de emergencia que se implantaron mientras se trabajaba en un plan estructural a largo plazo. El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, creó la figura del comisionado en Salud Mental, que ocupa el catedrático en psiquiatría Rafael Tabarés, para coordinar estas medidas desde Presidencia. En paralelo al plan de emergencia, que supuso la contratación de 80 profesionales, se impulsó un proceso participativo pionero para diseñar las líneas maestras en salud mental desde el punto de vista de la salud pública y el bienestar colectivo.

El plan, presentado el pasado diciembre, cuenta con 40 millones de euros de presupuesto y suma 250 profesionales a la red de atención pública, entre psiquiatras, psicólogos, enfermeros especializados, y otros profesionales. Pero al margen del refuerzo clínico y la atención inmediata, el plan aboga especialmente por el ámbito de la prevención, con medidas en el ámbito educativo -desde secundaria hasta universidades-, en políticas inclusivas, empleo, vivienda y medios de comunicación, para reducir el estigma. En el proceso participativo, los ciudadanos pusieron el foco en la prevención, la información, la atención coordinada y la visibilidad de los problemas de salud mental.

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