Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Deporte y política entre Palestina e Israel
El pasado viernes de madrugada estaba rodeado de amigos viendo el partido con que mi querido equipo, Palestino, volvía a jugar un campeonato internacional. Con un estadio colmado de banderas de Palestina en Santiago de Chile, mi equipo derrotaba al gran Nacional de Uruguay en la primera fase de la Copa Libertadores. El simbolismo de esa imagen hizo que muchos en Palestina madrugasen para seguir el partido y ver como la bandera de Palestina podía levantarse en lo alto del futbol mundial. Eso, claro, a base de mucho esfuerzo, algo que si bien existe de sobra en Palestina, no alcanza para traer los resultados necesarios. En Palestina los obstáculos para la práctica de la actividad deportiva resultan muy difíciles de remover, resignándose a participar más que competir.
Cuando cualquier equipo o selección nacional de Palestina se prepara para un torneo, hay preguntas que probablemente solo se las hace un equipo en esta zona: por ejemplo, cómo lograr un permiso de la potencia ocupante para que el entrenador entre en el país, para que los jugadores de Gaza puedan reunirse con los de Cisjordania, para que se permita un entrenamiento en Jerusalén o para traer a jugadores palestinos con nacionalidades varias, especialmente aquellos que juegan en el mundo árabe.
Entonces no importa mucho que la FIFA haya construido un hermoso complejo para el desarrollo del futbol palestino en El Bireh, porque la planificación del futbol, o de cualquier otro deporte, no es solo trabajo del entrenador, sino también del teniente de turno apostado en el checkpoint más cercano. Futbolistas y árbitros baleados y golpeados, detenidos, estadios bombardeados, la Asociación de Futbol de Palestina y varios de sus clubes allanados, entre otros episodios, dan cuenta de una realidad cotidiana.
El deporte en Palestina, con todas sus implicaciones, tiene forzadamente las características de deporte aficionado. Son muchos los héroes que en atletismo, natación, judo, baloncesto, voleibol y fútbol, entre otros, continúan practicando como si los problemas se fuesen a solucionar pronto. Pero lamentablemente parece que ese entusiasmo no tiene mucho que ver con la realidad. “A levantar la bandera de Palestina donde nos lleven” es una frase repetida entre los entusiastas deportistas, y al parecer eso es lo máximo a lo que pueden aspirar mientras una ocupación militar extranjera continúe controlando todos los aspectos de sus vidas. Para competir ha de pasar algo más de tiempo.
Ello sucede mientras Israel tiene acceso a las principales competiciones del mundo. Sin ser un país europeo, Israel compite en la UEFA y en otras competiciones europeas, siendo tratado como si fuese un país de la zona. Premiado con la organización de la última copa europea de futbol sub-21, el deporte es solo uno de las tantas actividades donde Israel no paga un precio por sus violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Y ello no tiene que ver solo con los atropellos que directamente la ocupación lleva a cabo en contra del pueblo palestino, sino incluso con decisiones tomadas por las mismas federaciones deportivas israelíes.
Algunas colonias israelíes cuentan con equipos de fútbol federados en Israel. Tanto Ariel como Ma'ale Adumin y más recientemente los extremistas que viven en Kiryat Arba tienen equipos que juegan a nivel nacional en Israel. Esos equipos intentan indudablemente normalizar la situación de ocupación en Palestina. Si bien hoy no juegan partidos internacionales debido a que no se encuentran en la primera división israelí, eventualmente podrían jugar contra equipos, por ejemplo, españoles si la situación cambia. Al estar federados en la Federación Israelí, pasan a formar parte de la UEFA y luego de la FIFA ¿Nada que decir, señores?
Así como se normaliza la ocupación a través del deporte, existen escenarios de un racismo erradicado de los estadios de la UEFA desde hace mucho tiempo pero que hoy se pueden ver en Israel. Uno de los equipos israelíes más populares, por el cual vibran iconos del movimiento de los colonos israelíes como Netanyahu, Lieberman y Bennet, el Beitar Jerusalem, es un activo animador de las ligas europeas. Su gran característica no es solo disputarle el torneo al Maccabi Tel Aviv, sino el “orgullo” de no haber fichado nunca un jugador árabe para sus filas. Si bien nadie puede forzar a un equipo a fichar por razones de origen o religión, lo cierto es que en el Beitar el racismo es la regla. Cuando contrató a dos jugadores chechenos, la cantidad de ataques en contra del equipo fueron de tal magnitud, que incluso cuando uno de los jugadores anotó en un partido, gran parte de la “fanaticada” se retiró del estadio en signo de repudio.
Es en su estadio, el Teddy Stadium en Malha, construido sobre una aldea palestina destruida, donde se pueden fácilmente escuchar canticos como “odio a los árabes” o “muerte a los árabes”. ¿Cuál ha sido la reacción de la Federación Israelí de Futbol? Algunas multas, pero nada que pase a mayores. Los extremistas de “La Familia”, como se llaman los hinchas del Beitar, siguen amenazando y levantando su odio racista a través de las canchas de Israel y del resto de Europa sin recibir mayor sanción.
Así como en la política, el deporte israelí se ha beneficiado de la impunidad de que goza para poder seguir desarrollándose, mientras el deporte en Palestina, así como el resto de las actividades practicadas en ella, continúan mermándose a manos de una ocupación que controla todos los aspectos de las vidas de los palestinos. Por ahora seguiremos vibrando de madrugada con los triunfos del Palestino en Chile, aunque no se nos olvide que si la situación cambiase, en Palestina también podríamos competir con los mismos colores, no solo participar.
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.