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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Procesos emancipatorios, servidumbre voluntaria y singularidad

Joaquín Caretti

En la primera página de Psicología de las masas y análisis del yo publicado en 1921, Sigmund Freud hizo una afirmación esencial: “La oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a fondo”. Confirmando un poco más adelante: “(…) la psicología individual es simultáneamente psicología social.” Años después Jacques Lacan lo diría de la siguiente manera: “El inconsciente es la política”, señalando que hay una íntima ligazón entre la política y la subjetividad.

Es lícito interrogarse sobre la importancia que puedan tener estas dos afirmaciones para la política, donde la identificación de las masas con el amo encarnado o con un ideal tiene un carácter fundamental para obtener el apoyo electoral. Y aún más central es preguntarse sobre el valor que tendría para un proyecto emancipatorio saber de qué está hecho un sujeto, ya que es difícil pensar que es posible la emancipación de una tiranía sin que algo modifique la subjetividad de los ciudadanos. Dicha emancipación, que es para todos, afectará, de algún modo, la forma singular de estar en el mundo -lo que llamamos el síntoma del sujeto- y permitirá encontrar unas vías de expresión menos sufrientes.

Étienne de La Boétie proporciona un excelente ejemplo de por qué es imprescindible detenerse en la estructura del sujeto para pensar cualquier proyecto que pretenda transformar la realidad política. En el siglo XVI escribe su Discurso de la servidumbre voluntaria o el Contra uno y señala con claridad una de las mayores dificultades de cualquier política emancipatoria: “(…) ver a un millón de hombres servir miserablemente, con el cuello bajo el yugo, no forzados por una fuerza mayor, sino de algún modo (eso parece) como encantados y fascinados por el sólo nombre de uno, del que no deben ni temer su poder, pues está solo, ni amar sus cualidades, pues es con ellos inhumano y salvaje.” Nada confirma que los hombres quieran liberarse necesariamente de sus cadenas sino que, por el contrario, se percibe que muchos de entre ellos quieren permanecer atados. Por eso, la idea de que hay una clase objetivamente predestinada a la revolución por el lugar que ocupa en relación a los medios de producción no resiste ningún análisis. Dicha clase la integrarían individuos que podrían no querer ser liberados. Sujetos que paradójicamente preferirían seguir en una sumisión voluntaria, dispuestos a intercambiar libertad por seguridad, cuestión esta muy actual, como se pudo apreciar en la manifestación parisina por los atentados a Charlie Hebdo donde se vitoreó a la policía y se marchó junto a líderes que someten a sus pueblos al austericidio. Incluso están los que dicen que quieren libertad pero trabajan realmente en la dirección contraria, por ejemplo, cuando continúan votando a partidos que toman medidas que afectan negativamente a sus intereses.

Dos palabras usa La Boétie para describir la posición subjetiva de los hombres con relación al amo: encantados y fascinados. Desvela así que en la subjetividad puede operar un goce que deviene de estar en una posición de servidumbre. El ciudadano pudiendo ser libre, sin embargo, encuentra una satisfacción en la sumisión al nombre del Uno, es decir,  a un hombre o a una idea. Rechaza la libertad. Y, aún más: “Es el pueblo el que se subyuga, el que se degüella, el que pudiendo elegir entre ser siervo o ser libre, abandona su independencia y se unce el yugo; el que consiente su mal o, más bien, lo busca con denuedo”.

¿Puede nuestro pensamiento aceptar esto? ¿Cuál sería el beneficio que el sujeto obtendría de una posición de sumisión a un nombre, es decir a un significante que se transforma en amo de uno mismo? ¿Cómo puede ser que el sujeto consienta en su  mal, que lo busque, que trabaje en contra de sí mismo?

Desde la revelación freudiana del inconsciente sabemos que el sujeto tiene una herida, una división de su subjetividad que no le permite sostener una identidad consolidada consigo mismo. Hay un Otro interior que agita la vida y el cuerpo de los hombres con sueños, fantasías, sufrimientos, actos involuntarios, identificaciones, pulsiones, deseos y síntomas que muestran, de este modo, su desamparo existencial.Es Otro al que estamos sujetados tanto como lo estamos al lenguaje. Es un amo interior del cual el sujeto no quiere saber nada y pretende disfrazarlo bajo el manto de un sojuzgamiento que vendría del exterior, formulado como “es el otro el que me impide, es el otro el que no me deja”,aserto que lo desresponsabiliza de los hechos de su existencia. Por consiguiente, cualquier proyecto político emancipatorio debe tomar en cuenta esta fractura subjetiva y sus consecuencias sintomáticas.

Sabemos que es a causa de este hiato subjetivo que las palabras que vienen del Otro le darán un poco de consistencia al sujeto. Son palabras-amo que ordenarán la precariedad y el desamparo en el que se nace. Es a partir de esta herida que podríamos pensar la función que el amo tiene y el goce que puede provocar que un Otro -exterior al sujeto- ordene el mundo, aún a costa de una posición de servidumbre. Esta es la  paradoja: por un lado el Otro sojuzga y por el otro, al donarle palabras que lo nombran, le da al sujeto un ser en el mundo. La servidumbre voluntaria es así una consecuencia lógica de la estructura subjetiva que se orienta mejor con un amo que con una libertad de la cual no quiere saber nada. Dicha libertad implica el encuentro con una imposibilidad real, la cual limita cualquier ilusión de alcanzar una felicidad total. Es sólo a partir de la aceptación de un límite, un “yo soy eso” y de vislumbrar que es posible una relación diferente con el Otro interior que el sujeto puede salir de la servidumbre para permitirse recorrer el camino de su emancipación. Su libertad pasaría entonces por un querer lo que desea y un saber hacer con el desamparo.

El que la acción política emancipatoria tenga en cuenta el aspecto subjetivo de la ciudadanía y el de sus dirigentes le podrá permitir orientar de un modo más lúcido su propia práctica, abandonando las ilusiones puestas en la creencia de un impulso innato a la libertad. Le permitirá incluir en su reflexión la posibilidad de inventar formas donde pueda expresarse la subjetividad hendida de cada uno; es más, podrá buscar que esta se manifieste como garantía de que lo que se construya se haga bajo la orientación del deseo y no sobre la base de las identificaciones que esclavizan o del narcisismo que enceguece. Podrá con su propio accionar facilitar el abandono de las cadenas sin instaurar unas nuevas, ya que no se tratará de pasar de un amo a otro ni de impulsar la idea del sacrificio, tal como ha sucedido en la historia de los movimientos emancipatorios. De este otro modo se podría trabajar  en la construcción política de una comunidad, que incluyendo el deseo del sujeto, se alejaría sustancialmente de los fenómenos de masas. Claro está que para que esto tenga lugar tienen que quererlo, y también hacerlo propio, la política y sus líderes.

La marcha de Podemos del 31 de enero de 2015 es, a mi entender, un ejemplo de que otra manera de hacer política es posible. Su característica principal y de algún modo inédita, fue la de no reclamar nada, no demandar ninguna cuestión al poder, no protestar, no quejarse. Se trató de una concentración civil para decir a los amos que gobiernan que su tiempo se está acercando sin remedio a su final y que se avizora el momento de un cambio. Eso se plasmó sin duda allí, donde una multitud de ciudadanos refrendaron con su presencia activa su decisión de que es factible hacerse con el gobierno, de que es factible construir otro país. Esa concentración manifestó el anhelo social de conseguir otra forma de convivencia que no consista en la aceptación pasiva de medidas siempre contrarias al pueblo y ha resultado una muestra -ciertamente contingente y sin garantías- de desaparición de la servidumbre voluntaria. En ella se erigió un deseo, común y singular a la vez, que puso en evidencia la inscripción subjetiva en un proyecto anudado a la historia de España  que pretende construirse con la participación de cada uno de los ciudadanos.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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