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José Antonio Luna / Nando Ochando / Leonardo Ibáñez

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La exposición Invitadas del Museo del Prado no solo es una de las más importantes del año, también es una de las más relevantes de la historia del museo. Su objetivo era explorar la misoginia impregnada en el arte a través de los siglos y entonar un 'mea culpa' como institución que también ha sido responsable de esa discriminación de género. Un “elefante en la habitación” complicado de abordar y que más de un mes después de su presentación todavía sigue dando de qué hablar, aunque no todas las voces alaban cómo la pinacoteca ha construido este recorrido.

La Red de Investigación en Arte y Feminismos y Mujeres en las Artes Visuales (MAV) son dos de las asociaciones que han criticado la muestra y que han explicado sus razones en comunicados que, a su vez, han firmado cientos de investigadoras y expertas. Por ejemplo, la Red de Investigadoras señala que la exposición devalúa a las artistas “tanto cuantitativa como cualitativamente”. Por su parte, MAV afirma que es “una oportunidad perdida” y que esperaban “una reflexión mucho más profunda a la hora de plantearla”.

A la crítica también se han sumado, a través de artículos, diferentes investigadoras, expertas y activistas como la gestora cultural y comisaria de arte Semíramis González, que en ¿Tienen que ser invitadas las mujeres para estar en el museo? lamenta que el debate surgido no esté siendo enriquecedor, sino todo lo contrario: “A quienes la criticamos se nos ha acusado de censoras, llegando a afirmar que estábamos incluso pidiendo que no se viese la exposición”.

Carlos G. Navarro, experto en pintura del siglo XIX y comisario de lnvitadas, explicó en una entrevista a elDiario.es que “el museo es heredero de un legado machista que repasa activamente, y este repaso se debe a una conciencia líquida que ha amparado la aparición de esta exposición autocrítica”. Añade que “el museo entiende el mensaje que ha recibido de la sociedad” y que están trabajando en ello, pero que “todavía faltan muchas manos y esfuerzos”. “Esta exposición no es el final, es el principio”, apostilla.

Aún así, las profesionales reprochan la falta de diálogo y reflexión compartida por parte de un museo que, a pesar de buscar la aparente autocrítica, no ha tenido en cuenta el discurso de las asociaciones feministas que llevan años trabajando en esta materia. Es justo lo que denuncia la catedrática de la Universidad Complutense especializada en arte Marián López Fernández-Cao, también integrante de MAV, con la que analizamos cinco claves por las que la exposición Invitadas no es tan feminista como pensábamos.

1. Es una exposición sobre cómo ven los hombres a las artistas

La expectativa era que la exposición hiciera que el Prado sacara los cuadros de pintoras que estaban escondidos en sus almacenes, pero no ha sido del todo así. “Es una parte muy pequeña la que se centra en las artistas y tampoco se oye su voz”, critica Marián Cao. “Donde el público esperaba ver a mujeres artistas, el museo le presenta a hombres artistas que pintan a mujeres. Es grave”, señala también la escritora Laura Freixas en un artículo de La Vanguardia. En la misma línea se sitúa Isabel Tejeda, profesora de Bellas Artes en la Universidad de Murcia, que apunta que “una de las lagunas más colosales de este proyecto radica en la representación de artistas que trabajaron entre finales del ochocientos y 1931. Que solo haya un cuadro en la exposición de Lluïsa Vidal o de María Röesset, y ninguna fotografía de Eulalia Aibatua, ninguna pintura de María Blanchard, Maruja Mallo o de Ángeles Santos, o diseño de Manuela Ballester”.

Ni siquiera el cartel promocional utilizado para Invitadas, esa lona gigante que cuelga sobre la fachada del museo, es el cuadro de una artista. En cambio han optado por colgar Falenas, de Carlos Verger, cuyo título hace referencia a “una mariposa nocturna de cuerpo delgado y anchas y débiles alas, fatalmente atraída por el fuego”, en este caso asociado a prostitutas. Pero, como señalan la Red de Investigación en Arte y Feminismos, “el estudio sobre la iconografía misógina del siglo XIX no supone en absoluto una novedad, ya que existen desde hace décadas numerosas publicaciones especializadas y exposiciones dedicadas a esta cuestión, tanto en España como fuera de nuestro país”.

Lo que tampoco es nuevo es la ausencia de artista en las salas del Prado, y muestra de ello es la exposición de 2016 de Clara Peeters: hubo que esperar 197 años desde la creación del museo para asistir a la primera muestra dedicada a una pintora. Otros logros son conseguidos a base de peticiones populares, como ocurrió con la obra El Cid de Rosa Bonheur, que sí está presente en esta muestra. Es una pieza que evoca la libertad y la insumisión de una artista que, sin embargo, llevaba dos siglos guardada en los almacenes. Fue en 2019, tras un movimiento masivo en Twitter a favor de Bonheur y su importancia como referente, cuando finalmente la dirección del museo decidió colgar su lienzo en la exposición permanente.

2. Tiene una sola voz

A pesar de que existen numerosas profesionales y colectivos que llevan años trabajando en materia de género en el arte, algunas de ellas citadas al comienzo de este artículo, el museo no ha contado con ellas. Y no solo a nivel nacional: historiadoras como Linda Nochlin y Griselda Pollock ya denunciaban hace cuatro décadas que la Historia del Arte debería sustituir la importancia de la materia (la pincelada) por la del materialismo (las condiciones sociopolíticas de una obra).

Quizá esa falta de colaboración con quienes llevan décadas trabajando el tema es la que ha podido provocar errores como el del cuadro que se encargaba de abrir la muestra: un lienzo destrozado que servía como muestra del trato recibido por las pintoras a lo largo de la historia inicialmente atribuido a Concepción Mejía de Salvador y que, al final, resultó ser de un hombre. Así lo descubrió la experta Concha Díaz Pascual, que en su blog Cuaderno de Sofonisba destapó al verdadero autor: Adolfo Sánchez Mejía.

3. Las cartelas tienen un sesgo patriarcal

La primera sección de Invitadas habla directamente de “reinas intrusas” para referirse a la serie cronológica de los reyes de España encargada por Isabel II a José de Madrazo en 1847. El objetivo era hacer una genealogía de sus antepasados reales para demostrar que era la heredera legítima del trono que los carlistas no querían reconocer, pero la muestra vuelve a colocar el adjetivo de “intrusa” y obvian detalles como que fue la propia Isabel II quien estableció por Real Decreto la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1853, que contribuyó al renacer del arte en el país.

Se entiende que la intención del museo al repasar los premios nacionales otorgados a obras machistas es denunciar cómo el Estado legitimaba ese tipo de discurso, tal y como sucede con las piezas de niñas sexualizadas pintadas por Pedro Sáenz que fueron reconocidas en Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Pero falta contexto que vaya más allá del sesgo patriarcal en la pincelada para, por ejemplo, entender por qué personajes como la ya mencionada Isabel II no merecía ser tratada de “intrusa”.

4. Un apoyo que queda invisibilizado

Llegando casi al final del recorrido se muestra cómo las artistas estaban limitadas a demostrar sus virtudes en géneros considerados entonces de menor importancia, como el bodegón o la miniatura, pero no se muestra la otra cara de la moneda, que también existió: la de instituciones como el Ayuntamiento de Zaragoza, que en 1881 concedió a Agustina Atienza y Cobos una pensión de 1.000 pesetas anuales para realizar sus estudios en la capital. Lo mismo ocurrió con la diputación de Lugo y Maruja Mallo o con la Diputación de Valladolid y Marcelina Poncela.

La óptica está centrada solo en el retroceso y no en el avance que supusieron, por ejemplo, asociaciones tan importantes como Lyceum Club Femenino, un centro cultural fundado en 1926 en Madrid que fue el caldo de cultivo para la creación de las Sinsombrero (las creadoras de la Generación del 27) y para dar pasos hacia la igualdad en la cultura.

5. La parte por el todo

En Invitadas hablan de un periodo histórico muy específico (finales del siglo XIX y primer tercio del XX), lo cual no sería un problema si no se hiciera desde un punto de vista muy limitado sin dar una visión general del contexto. Es justo lo que decía a este periódico Concha Díaz Pascual, la experta que descubrió que había un “invitado” en la muestra: “Todo el acento se ha puesto en la consideración de la mujer en un tiempo muy puntual, porque solo se produce en los cinco o seis últimos años del siglo XIX, cuando acaba la moda de la pintura de historia y empieza la de la pintura social. Pero eso se produce durante muy pocos años, no fue así todo”.

Asimismo, la exposición finaliza en una fecha emblemática a la que ni siquiera hace referencia y que bien podría haber sido el broche de oro: 1931, el año de la aprobación del sufragio femenino en España durante la Segunda República. Un hito en el que las mujeres no fueron invitadas, sino con el que fueron reconocidas.

 

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