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Al otro lado de Internet: cuatro documentales para abrir la mente en lo que dura un viaje de metro

La periodista y escritora Scaachi Koul en uno de los reporajes de la docuserie 'Internet y el nuevo periodismo'

Francesc Miró

Que el título no induzca a error. En España esta serie de reportajes semanales, surgida de un acuerdo entre Netflix y Buzzfeed, se titula Internet y el nuevo periodismo. Pero resulta ser que de nuevo periodismo tiene poco. Son reportajes con un narrador que investiga una historia, contrasta fuentes, hace colisionar puntos de vista y saca sus conclusiones para motivar las del espectador. Son documentales protagonizados por personas que buscan historias, las encuentran y les dan forma. Y eso no está mal pero no es que sea, precisamente, nuevo periodismo: es el periodismo de siempre con nuevas herramientas para conectar y narrar.

De ahí que su título original, Follow This, parezca bastante más apropiado. El verbo ‘seguir’ ha adquirido en tiempos de redes sociales otra significación más amplia, aunque la RAE aún no la contemple. Y en este caso muchas de las historias nacen de la información en red. Pueden surgir de un hilo de Twitter o un post de Facebook, pero bien podrían requerir un espacio propio u otro tipo de formato para ser tratadas. Para ser explicadas por reporteros que sigan lo que nace en la red hasta su concreción de carne y hueso.

He aquí dónde es evidente el carácter propagandístico de Internet y el nuevo periodismo: BuzzFeed no desaprovecha ni una oportunidad para reivindicar su web más allá de las listas de 'Qué personaje de Diseny eres'. Tampoco para retratar a sus reporteros como héroes modernos, perpetuando aquella idea romántica del periodismo tan alejada de la realidad como usted ahora mismo del planeta Epsilon Eridani b.

No obstante, superado el deje de material manoseado por personal de marketing, lo que permanece es una serie documental inteligentemente planteada que aborda realidades actuales con sensibilidad e intención. También es la prueba de cómo Netflix está apostando por nuevos formatos breves para conquistar las pantallas de nuestros móviles: los puedes ver en un viaje de metro, pues todos duran menos de veinte minutos. Y no por ello son menos efectivos, amén de estar siempre enfocados desde una perspectiva feminista, integradora y progresista.

La intersexualidad y la lucha del tercer género

“Nací sano y me enfermaron”, dice la voz trémula de Lynn. “La gente cree que los intersexuales son enfermos. Que es un desorden. Pero no es así en absoluto. A mí me han jodido la vida pero bien”. Lynn es una persona intersexual a quien extirparon los genitales masculinos cuando era un bebé, para reconstruirle una vagina. Su historia es una de las que narra el tercer episodio de Internet y el nuevo periodismo. La reportera especializada en temáticas LGTBIQ+, Juliane Löffler, recorre Alemania para atestiguar qué pasaría si se convirtiese en el primer país europeo en reconocer el tercer género en pasaportes y partidas de nacimiento, tal y como ordenó el Tribunal Constitucional alemán hace unos meses.

Y para ello recorre hospitales en los que se practica la castración de gónadas en caso de intersexualidad, e incluso habla con padres que optaron por practicar esta invasiva operación quirúrgica, enfrentándoles a la duda de qué harían actualmente.

La sensibilidad de la temática nunca opta por la elusión de determinados aspectos que dan a una problemática su consecuente dimensión política y necesidad de abordarla. Internet y el nuevo periodismo tiene un interés claro por dar visibilidad a temáticas en torno a la concepción del género y el sexo, así como a las distintas luchas del colectivo LGTBIQ+ . Y, aunque se eche de menos profundidad y contexto, dado que nuestras televisiones aún quedan lejos de ofrecer dignos reportajes sobre este tipo de temas, no está de más acercarnos a las realidades de estos colectivos mediante este tipo de píldoras, pequeños fármacos contra la intolerancia.

Preparacionistas afroamericanas

Si llega el fin del mundo u ocurre algún cataclismo grave, lo pasarás mal. Pero si encima formas parte de alguna minoría o colectivo oprimido, lo pasarás peor. De eso trata otro de los reportajes de la serie de Buzzfeed. De cómo los colectivos con menor nivel de renta o las personas racializadas -o, básicamente, todo el que se escape del galvanómetro caucásico de clase media-, sufren más cuando estalla una crisis humanitaria.

“Tras el Katrina, empecé a tomármelo enserio, porque la gente estaba sufriendo y no estaba preparada para eso. Me dije: 'no dejaré que me pase esto'. Así nace Afrovivalist, un sitio para animar a la gente de color a prepararse y enseñarles lo que hay que hacer para sobrevivir”, dice una mujer cuyo nombre prefiere guardar en secreto. Se la conoce por el nombre de su iniciativa, Afrovivalist, una mujer afroamericana que prepara a personas racializadas para aprender a sobrevivir en situaciones extremas. Les enseña a cazar, a purificar el agua, a controlar el pánico, primeros auxilios... “El Gobierno ya no se preocupa por la gente, se preocupan de sí mismos y de sus sureños blancos”, dice. “Tenemos que estar preparados por si ocurre una catástrofe. ¿Quién nos va a ayudar? ¿El Gobierno de Trump? Somos el colectivo más vulnerable de Estados Unidos. Eso tiene que acabar”, dice Aton Edwards, otro preparador para personas racializadas pero en el contexto urbano.

El acercamiento hacia la figura del preparador, de alguien que enseña técnicas de resistencia y autodefensa alejadas del mórbido interés popularizado por programas como El último superviviente de Bear Grylls, ya aporta una visión sugestiva del asunto. Pero si a dicho tema se le añade un tamiz por su relación con temas raciales y socioeconómicos, el programa gana en capas de profundidad sin escatimar en discurso.

Los derechos de los hombres

Se hacen llamar activistas por los derechos del hombre, más conocidos como MRA por sus siglas en inglés, y suelen ser personas que creen que pertenecen a un colectivo oprimido, el de los hombres blancos cisheterosexuales. Presionado, cuando no humillado, por un feminismo que –supuestamente-, les está arrebatando derechos. “Estos grupos usan cosas como leyes sesgadas, altas tasas de suicidio entre hombres y falsas denuncias para alegar que el feminismo destruye la vida de los hombres”, explica Scaachi Koul, redactora de Cultura de Buzzfeed Canada. Y parece que de ellos va el episodio Los derechos de los hombres, de Follow This.

Pero tras ofrecer una panorámica de los MRA en Norteamérica, en que el perfil del activista cuenta en su haber con un caldo de cultivo de hombres de mediana edad con antecedentes de agresividad, divorciados o autodenominados incels –involuntary celibate-, este episodio tiene tiempo de conducir su propósito hasta significarse como una breve exploración de la masculinidad tóxica contemporánea. Y cómo internet ha posibilitado su crecimiento. “Los misóginos en Internet se han multiplicado en los últimos años, divididos en grupos que sermonean de todo”, dice Koul, incluyendo en lo que describe como Hombresfera a los Alt-Right, los Incels, los Pick Up Artists –artistas del ligoteo-, y los MGTOW -siglas del inglés de Men Going Their Own Way-. Todos con espacios en la red que se retroalimentan en su militancia contra el feminismo y la igualdad.

A través de un viaje por víctimas de abusos, casas de acogida, mujeres que defienden los movimientos MRA e incluso una visita al proyecto Mankind, esta acercamiento nos muestra a hombres que también necesitan espacios para el afecto, para educar en igualdad y para tratar de romper estereotipos sobre sus emociones y cómo gestionarlas. “El feminismo quiere que para los hombres sea más fácil pedir ayuda, acudir a un terapeuta, demandar afecto o pedir cuidados de formas que creen que ahora no pueden”, afirma Koul. Pero mientras reflexiona de ello en la calle, dos hombres se gritan fuera de foco por haber tropezado en la acera. La reportera mira a cámara con el rostro desencajado por la decepción y dice “Mira, yo no sé como arreglar eso”, en un ejercicio de realismo irónico que viene configurar un discurso sobre el trabajo emocional que los hombres deberían realizar para vivir en un mundo más feminista.

Espacios seguros

En Estados Unidos, el consumo de opioides provocó, de forma directa, un total de 42.249 muertes en 2016, convirtiéndose en la principal causa de muerte accidental del país. Se estima que 115 norteamericanos fallecen al día de sobredosis, según el Instituto Nacional contra el Abuso de Drogas. Y lo que se plantea otro de los reportajes de Follow This es qué pasaría si se abriesen más centros seguros de inyección.

Se trata de espacios supervisados por personal sanitario que permiten a los adictos el uso de agujas limpias bajo supervisión, controlando sus constantes vitales, previniendo la muerte por sobredosis y la transmisión de enfermedades como el VIH o la Hepatitis C, así como ofreciendo asistencia inmediata a quien quiere desintoxicarse.

Sin embargo, este tipo de espacios, presentes en países como Canadá o Francia, no gozan de una visión positiva en parte de la sociedad norteamericana, que las percibe como un método de normalizar la drogadicción. Azeen Ghorayshi, redactora de ciencia en Buzzfeed News, enfrenta los puntos de vista de adictos y exadictos, ofrece abundantes datos y visión científica de la mano de asociaciones pero también de profesional sanitario. Todo sin obviar los claroscuros de la medida, es decir, de hecho de posibilitar espacios para el consumo de sustancias ilegales.

Y, sin embargo, tampoco tiene miedo a significarse. Así lo certifica que, en su tercer acto, recoja el emocionante testimonio de Marlys McConnell, cuyo hijo falleció de sobredosis. “Es imprescindible que existan. Yo sé que mi hijo consumía en el sótano de su piso. Sé que tuvo la sobredosis en un baño, solo. Sé que tenía que ocultar esa parte de sí mismo. De haber tenido un espacio seguro en el que consumir, habría estado rodeado de gente que le habrían dado dignidad y ayuda. Y creo que si hubiera tenido eso a mano, todo habría cambiado”, dice McConnell. Hoy es voluntaria en un espacio seguro de inyección y lucha por que abran el primero en Seattle.

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