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'Mary y la flor de la bruja', cómo captar la magia de Ghibli y no morir en el intento

Póster de 'Mary y la flor de la bruja', primera película de Studio Ponoc

Francesc Miró

Cada vez que Hayao Miyazaki aseguraba que se retiraba, al amante de la animación se le encogía el corazón. Pasaba el tiempo y parecía haber llegado el ocaso de Studio Ghibli. Era fácil pensar que la factoría que nos trajo La tumba de las luciérnagas, Mi vecino Totoro, o El viaje de Chihiro podía pasar a la historia en cualquier momento. Podía formar parte del pasado y no regalar jamás nuevas obras maestras al formato animado.

Cuando falleció el cofundador del estudio a los a los 82 años, Isao Takahata, Miyazaki ya contaba con 77 y achacaba graves problemas de vista y salud. El legado de ambos parecía dedicar sus esfuerzos a gestionar el museo que lleva el nombre de la compañía, y a contribuir en la producción de obras de talentos de otras latitudes como la excelente La tortuga roja del holandés Michael Dudok de Wit.

Sin embargo, en abril de 2015 el productor Yoshiaki Nishimura se armó de valor y reunió a un equipo de animadores y animadoras con los que abandonar el barco y fundar una nueva empresa: Studio Ponoc. Su principal aliado, el animador Hiromasa Yonebayashi, discípulo directo de Miyazaki que había dirigido bajo sus órdenes Arrietty y el mundo de los diminutos y El recuerdo de Marnie. Ahora, el realizador se encarga del primer largometraje de la nueva factoría: Mary y la flor de la bruja, que llega a los cines de nuestro país gracias a Selecta Visión.

Dudas y herencias innegables

“Claro que tenía dudas”, confiesa Hiromasa Yonebayashi, apodado Maro en la industria. Al otro lado del teléfono, y del mundo, se muestra tranquilo al explicar que cuando el proyecto llegó a sus manos tuvo que pensárselo dos veces. “He trabajado veinte años en Ghibli así que es obvio que mi estilo es el resultado de mi experiencia allí. Cultivarse al lado de maestros como Miyazaki o Takahata te lleva a empaparte de incontables experiencias y conocimientos. La mayoría de estos han anidado en mí y en mi forma de entender este arte”, dice. “Soy el director que soy porque estoy configurado por lo que he aprendido”.

Aquel proyecto, Mary y la flor de la bruja, iba a ser su tercer largometraje como director, pero sobre todo sería la presentación al mundo de Studio Ponoc. La responsabilidad era muy grande. También el agravio comparativo. “Al fin y al cabo iba a hacer una película sobre una joven bruja, e inevitablemente el espectador podía pensar en Nicky, la aprendiz de bruja, del maestro Miyazaki”, explica. “Me sentía mal al pensar que si contase una historia con esos elementos, esta sería comparada constantemente con semejante obra maestra. Es natural que eso haga que surjan dudas”.

Sin embargo, dio el paso y se implicó en el futuro de una compañía que había acogido a extrabajadores de Studio Ghibli, y que quería apostar por nuevas historias y nuevas caras en el mundo de la animación. “Me decidí por varios factores”, explica. “Por un lado, queríamos que la primera película del estudio mostrase de lo que éramos capaces. Un film que tuviera más acción. Que fuera una película con mucho ritmo y también mucha fantasía. Y eso la historia de Mary nos lo daba”, explica. Cierto es que el sosiego de obras como El viento se levanta, o el tempo de La colina de las amapolas, en las que Maro había trabajado como animador, están lejos de lo que propone Mary y la flor de la bruja, una película absolutamente exuberante en lo visual y en lo narrativo.

“Pero también fue la temática de fondo que trataba: hablamos de una protagonista que renuncia a la magia por proteger el mundo que ama. Y eso me parecía un concepto muy potente”, explica el director de la película. “Estamos acostumbrados a que si una historia tiene magia, esta es un elemento que ayuda a solucionar la trama. Sin embargo, Mary es un personaje que se ve abocado a un mundo mágico en el que esto no le hacía la vida mejor. Todo aquello transmitía cierta idea de que por mucha fantasía que hubiese, aquella historia iba sobre seres humanos”, afirma contundente.

Feminismo y animación contemporánea

Como decíamos, Mary y la flor de la bruja es la tercera película de Maro. También la tercera vez que narra la historia de una joven que lucha contra las vicisitudes de un mundo que no la comprende. Y también, qué cosas, la tercera vez que adapta un relato escrito por una mujer: Mary Norton en Arriety y el mundo de los diminutos, Joan G. Robinson en El recuerdo de Marnie y Mary Stewart en la película que nos ocupa.

“A mí también me sorprende ese aspecto de mi carrera”, cuenta Maro. “Creo que es cosa del destino. No me preocupa que el protagonista sea un chico o una chica, pero está claro que se pueden establecer ciertos puntos en común entre mis películas por haber sido escritas por mujeres y por narrar historias de mujeres”, dice. “No obstante, creo que lo que siempre me ha atraído de estas historias era el intentar representar personajes jóvenes que crecen y cambian. Me apasiona retratar la evolución, el cambio que se da en sus corazones. Cómo empiezan a comprender sus sentimientos y cómo eso afecta al modo en que se relacionan con el mundo”, explica Yonebayashi.

Pero puntualiza que, “en las tres películas que he hecho -y ahora también el corto en el que trabajo-, el protagonista principal parte siempre de cierta debilidad, de una falta latente de poder, pero en su vida acontece un cambio que le empodera. Que hace que empiece una aventura, que decida crecer”. 

Eso, en definitiva, nutre un discurso que se puede rastrear en sus filmes, también en Mary y la flor de la bruja. Pero que igualmente conlleva cierta forma de entender la animación, de enfrentarse a su trabajo. “A pesar de ser una historia para niños, o sobre todo por el hecho de serlo, aprendí de Miyazaki y de Takahata que debía ser fiel a ciertos aspectos de la realidad para que los más pequeños vean y entiendan cómo es el mundo”, reflexiona.

Y esta forma de pensar condiciona el trabajo a muchos niveles. “Aunque sea una película con muchas criaturas fantásticas, o llena de imágenes espectaculares, no podemos ni debemos construir una historia que sólo sea bonita. Que esté bien verla en el cine y luego, cuando llegues a casa, la olvides por completo”. Según él, la filosofía del estudio que encabeza tiene un objetivo común en sus producciones: “Tenemos el compromiso de construir historias que el espectador sea capaz de conectar en cualquier sentido con su día a día. Que le sirvan para algo, que tengan algún reflejo positivo en su vida real”.

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