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'Amante por un día': cine romántico de pensamiento, palabra y obra

Fotograma de 'Amante por un día'

Rubén Lardín

Decía el escritor Josep Pla, aunque no hay que ser Josep Pla para decirlo, que las relaciones entre sexos están abocadas a la decepción. Y añadía que eso que llamamos felicidad no es más que “una decepción razonable, pensada”.

En Amante por un día, la última película de Philippe Garrel, Jeanne vuelve al regazo familiar tras vivir su primer desengaño sentimental. Allí descubrirá que su padre, profesor universitario, mantiene una relación con una alumna de su misma edad.

La vida inopinada

Tras La jalousie (2013) y La sombra de las mujeres (2015), Amante por un día abrocha una trilogía que podríamos llamar “de la reconciliación”. Tres películas en las que Philippe Garrel, autor esencial del cine francés contemporáneo, explora las emboscadas del deseo y mide las dimensiones del amor.

A sus 23 años, Jeanne vive su primera ruptura como un traumatismo. Ariane, la amante de su padre, se siente profundamente enamorada, ávida de vida. Cada una de ellas encontrará resguardo en la circunstancia de la otra, mientras su padre, Gilles, que pasa de los cincuenta y trata de explicar cada día el sentido de la vida desde su tribuna como eminente profesor de filosofía, se verá reducido a elemental materia humana en medio de ese fuego cruzado entre su hija y su amante.

A partir de estos personajes, que de una manera u otra se sienten desplazados del lugar que creen que les corresponde en la vida de los otros, la película trata de esclarecer cuestiones tan prosaicas como esenciales: ¿qué es más significativo, un encuentro o un desencuentro? ¿Cuántas de nuestras acciones son sacrificio y cuántas elección? ¿Cómo se reparten los poderes en las relaciones del corazón? ¿Cuánto se quiere? Probablemente, lo que se puede.

Cuando Jeanne le pregunta a su padre qué es la infidelidad, este relativiza: “Nadie lo sabrá nunca. Es una palabra como cualquier otra. Algunos son fieles a cosas que a los demás no les importan”.

El cine del buen amor

Amante por un día tiene como asunto la lealtad conyugal, conducta que presenta como simple fuente de placer y dolor y sobre la que la película no emite juicio, aunque el director, como buen cachorro amamantado en la Nouvelle Vague, les hace decir a sus personajes lo que otros dirían de ellos y así los condena a su índole insignificante de hombres y mujeres.

Garrel, que rueda en 35 milímetros para obtener imágenes ciertas y lo hace en blanco y negro para alumbrar la verdad, tiende a películas menudas en las que no ocurre nada extraordinario. Los personajes se mueven por ellas como energías ligeras y autónomas, transportando la trama sin dificultades ni aparente intervención, y todo resulta tan natural que como espectadores llegamos a experimentar el pudor de quien asiste sin coartada a la intimidad de otros, a sus miedos y secretos.

Aunque sus argumentos aluden siempre a una vida insuficiente o desbordada, las imágenes de Garrel se arriman en cuanto pueden al amor del hogar, a la ciudad conocida y al entorno doméstico y tranquilizador. Y así Amante por un día fluye con una familiaridad milagrosa, sin las pedanterías dialécticas que a veces corrompen el drama francés, libre de cursilerías, llevada de una prosa sencilla y límpida y capaz de culminar con ilusión de cine antiguo: en un beso fresco, glorioso y elocuente.

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