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Premios Oscar

‘La belleza y el dolor’, el conmovedor documental que muestra la importancia del activismo en el arte

Nan Goldin en un fotograma de 'All the beauty and the bloodshed'

Javier Zurro

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Muchos de los museos más importantes de todo el mundo tienen alguna sala con su apellido: Sackler. Los visitantes entran a ver las obras de arte más conocidas y lo ven allí escrito. No saben bien a quién se refieren, pero el tener una placa en una de las instituciones artísticas más reconocidas lo legitima. Si los Sackler están en el Guggenheim de Nueva York o en el Victoria & Albert de Londres es que lo merecen. Los Sackler son filántropos. Amantes de las artes. Millonarios que han decidido dar su dinero para que el resto pueda disfrutar de las mejores obras. Lo que nadie cuenta. Lo que esas placas no dicen, es que ese dinero lo han hecho matando a millones de personas.

La familia Sackler es la responsable de una pandemia, la de adictos a los opioides por culpa de la cual han muerto ya más de 200.000 personas en Estados Unidos, unas 200 al día. Su medicamento, el OxyContin, fue recetado por los médicos del país para cualquier dolor a pesar de saber de su efecto adictivo. Una droga que se tomaba para una tendinitis o para un postparto y que creó una dependencia en los pacientes, que terminaron enganchados y buscando alternativas como la heroína cuando se les acababa la receta. La clase obrera y la clase media han sido las más golpeadas por una familia que, a pesar de ello, veía honrado su apellido en los museos. Se olvidaban de todas las investigaciones que mostraban cómo la farmacéutica de la familia, Purdue Pharma, había pagado más de 46 millones a más de 68.000 médicos en forma de comidas, viajes y regalos para que recetaran sus opioides. 

A costa de la vida de la gente, los Sackler tienen una fortuna estimada en más de 13.000 millones de dólares. No parecía motivo suficiente para que se les retirara la placa, y es ahí donde entro el activismo. Los afectados por el OxyContin se unieron y se organizaron para evitar que esto quedara impune. Entraron en los museos sin permiso, grabaron sus performances y las subieron a redes sociales. No han logrado que se juzgue a los Sackler, pero al menos varios museos ya han retirado el apellido de sus salas.

Entre las afectadas por la crisis de los opioides se encontraba Nan Goldin, la fotógrafa que ya retrató con su cámara otra crisis, la del VIH en los 80 y 90 y que había estado enganchada al OxyContin. Goldin se convirtió en parte de la lucha contra los Sackler y siempre tuvo en mente hacer un documental sobre este activismo. Sus ganas se cruzaron con las de Laura Poitras, la documentalista ganadora del Oscar por CitizenFour. Ambas se conocieron en 2014. Goldin había influido mucho en Poitras cuando estudiaba en la escuela de cine, y cuando le comentó que buscaba gente para unirse al proyecto, Poitras entró encantada. “Le dije que haría cualquier cosa que necesitara. Yo estaba muy emocionada. Era ella la que asumía el riesgo y pensé que lo que estaba haciendo era importante de verdad. Pero además también fue una oportunidad de colaborar con una artista cuyo trabajo he amado durante muchos años”, cuenta Poitras de los orígenes de La belleza y el dolor, un sobrecogedor trabajo que ya está en las salas.

Al final, el documental adoptó una estructura más personal. Poitras decidió narrar la historia a través del archivo fotográfico de Goldin, para también contar la historia de la propia fotógrafa y unir dos luchas y dos pandemias, la del VIH y la de los opioides. El resultado es un filme hermoso y doloroso, como deja claro su nombre. Un trabajo que es uno de los favoritos al Oscar en la categoría de Mejor documental, que también fue reconocido con el León de Oro y que deja de manifiesto la importancia de no callarse, de luchar contra los poderosos.

La idea que vertebra la estructura del filme se le ocurrió “pronto”. “Tras este encuentro casual donde me dijo que buscaba gente para el proyecto tuvimos una reunión más formal para hablar sobre la película, y fue en esa reunión donde me habló de una exposición que había hecho llamada Testigos: Contra nuestra desaparición en respuesta a la crisis del SIDA y que hizo con una comunidad de amigos que habían vivido dicha situación o incluso habían muerto. La hizo en 1989 y fue polémica. Tenía obras increíbles. Era también una celebración de la sexualidad gay en un momento donde había mucha homofobia por el sida. Esa exposición fue un ejemplo de cómo ella había tomado partido en estos dos momentos de pérdidas devastadoras, el sida y los opioides. Ella veía gente morir mientras el Gobierno no hacía nada y usó el poder que tenía como artista para poder hacer algo. Tuvo mucho impacto y supe desde el principio que estas dos ideas tenían que converger, pero otras capas, como la más personal en la que ella habla de su vida, fueron surgiendo cuando comenzamos a hacer las entrevistas”, recuerda la directora.

La belleza y el dolor muestra el poder del activismo. Cómo salir a la calle, entrar en un museo para gritar que la familia Sackler son unos asesinos, importa. “Quería que se mostrara eso, cómo un grupo realmente pequeño de personas se organizaron, se enfrentaron a la familia Sackler y exigieron a los museos que eliminaran su nombre y dejaran de aceptar su dinero. Creo que la gente no era muy optimista con que eso sucediera, y es bastante empoderador ver el efecto del activismo en este caso. Por otro lado, todavía no se ha hecho justicia. Es una victoria significativa, pero los Sackler han escapado de sus cargos criminales, algo que me parece una locura dada la forma en la que promocionaron esa droga y todo el dinero que ganaron con ella sabiendo lo que estaba pasando”, añade Poitras.

Su explicación sobre por qué los Sackler no se han enfrentado a la justicia en EEUU es clara: el capitalismo. “Este es un país que está impulsado por el capitalismo, no tenemos un sistema de atención médica que funcione y además está movido por grandes farmacéuticas. Una familia multimillonaria podía comprar la salida a sus problemas. Deberían haber sido acusados ​​de crímenes hace años, porque este problema surgió por primera vez a principios del año 2000. Todo el mundo veía que las comunidades estaban siendo devastadas por esta droga y seguían promocionándola bajo la falsa afirmación de que era segura”. Los Sackler siguen impunes, pero ya sin su hueco en los museos gracias a gente como Nan Goldin y Laura Poitras, que demuestran que la unión y el activismo puede lograr pequeños pasos.

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