Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Noticia de agencia

Noticia servida automáticamente por la Agencia EFE

Esta información es un teletipo de la Agencia EFE y se publica en nuestra web de manera automática como parte del servicio que nos ofrece esta agencia de noticias. No ha sido editado ni titulado por un periodista de eldiario.es.

Con tetas no hay permiso

Los escotes, principal fijación de la censura franquista y su cruzada contra el erotismo

elDiario.es

Madrid —

Décadas después de que Hollywood aparcara el código Hayes, en España todavía vivíamos “protegidos” de pensamientos impuros gracias a la infatigable dedicación de la tijera franquista. Según Bienvenido Llopis, autor de La censura franquista en el cartel de cine, la principal obsesión de la censura del generalísimo fueron los escotes: los de Marilyn Monroe, Sophia Loren, Ava Gardner y otras divas de la gran pantalla.

Las principales víctimas fueron nuestros bonitos carteles pintados. Nada que pudiera alterar la moral y el orden establecidos -ideas políticas, religión, pero sobre todo sexo- escapaba al ojo del censor, que devolvía los trabajos a los artistas para retocarlos una y otra vez. El resultado es una muestra accidental de surrealismo hilarante.

Al palabra de honor de Rita Hayworth le aparecen mangas por arte de magia; las chicas Bond de From Russia with Love desaparecen del cartel. Sara Montiel se queda abrazando el vacío en La mujer perdida al borrarse el cuerpo de Giancarlo del Duca.

La imponente abertura del vestido de Anita Ekberg en La Dolce Vita fue demasiado y, aunque intentaron cubrir aquel muslo en unos programas de mano que nunca llegaron a distribuirse, al final optaron directamente por prohibir la película. Y lo mismo le pasó a Once Upon a Time, protagonizada por Cary Grant, porque el título que la distribuidora le dio en España, El eterno pretendiente, les resultó inadmisible.

De la censura al destape: Jane Birkin, la venganza

“En el 99 % de los casos la cartelería la hacían artistas españoles, contratados por las distribuidoras”, explica el autor y cita nombres como Jano, “el más prolífico”, Joseph Soligó, “el que más gusta a los coleccionistas” y Macario Gómez, su favorito.

En ocasiones bastaba con el nombres y hasta el rostro de una estrella para desatar la furia censora. Era el caso de Charles Chaplin, que aparece sin cabeza y rotulado como Carlitos en los carteles de Shanghaied. A James Cagney, un clásico del cine de gangsters, se le solía excluir de los repartos, mientras que los de Joan Crawford o Bette Davis, que tan a menudo encarnaron el prototipo de mujer sin escrúpulos, eran incluidos y luego borrados.

Cuando la censura terminó por decreto del Boletín Oficial del Estado (BOE) el 1 de diciembre de 1977, España vivió un efecto rebote. Tanta urgencia parecía haber por desnudar a la mujer que, por ejemplo, Jane Birkin, que aparecía con vaqueros y camiseta en el cartel francés de Catherine & Cie, se queda con un diminuto biquini en la misma imagen del cartel español, preludio del “destape” que vendría tras el fin de la dictadura.

Todo empezó con un beso

Llopis empezó a recopilar este material hace 28 años, cuando tenía un puesto de venta en el Rastro madrileño. Un cliente, dueño de unos cines en la ciudad de Burgos (norte), se le acercó y le mostró un programa de la película Camino de Santa Fe con un sello del arzobispado local estratégicamente colocado para camuflar el beso de Errol Flynn a Olivia de Havilland.

“Se me encendió la lamparita”, dice el autor, que ha dedicado media vida a este proyecto que está teniendo muy buena acogida en España. Apenas un mes después de ser publicado, la primera edición se ha agotado y ya van por la segunda.

“He estado buscando por toda España, pateándome el país de arriba a abajo”, asegura Llopis, que se hizo con unos anuarios del cine español de comienzos de los sesenta, con los listados de empresarios de cine, direcciones y teléfonos, y empezó viajar.

“Me he hecho rutas de tres a veinticinco días, entrando en los pueblos, preguntando a la gente, unas veces con más suerte que otra. He encontrado cines que a lo mejor estaban llenos de material y llevaban 20 años cerrados, y otros que llegabas y había un supermercado o un bingo”.

Etiquetas
stats