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“Querido diario, que te den por culo”: las frustraciones de una quinceañera excluida por flaca y 'bollera'

Sydney, protagonista de 'Esta mierda me supera'

José Antonio Luna

“Querido diario: que te den por culo. Es broma. No sé qué coño escribir aquí”. Son las primeras líneas en la libreta personal de Sydney, una joven de 15 años que se define a sí misma como “una aburrida chica blanca superflaca”. Trasladar los sentimientos al papel es complicado, pero lo es más cuando ni siquiera se tiene claro qué se siente. Y eso es justo lo que le ocurre a esta protagonista: no tiene ni idea de cómo sobrevivir en una montaña rusa de emociones.

Esta mierda me supera (Roca Editorial) es la última obra de Charles Forsman, autor de la historieta The End Of The Fucking World que se convirtió en todo un fenómeno gracias a su adaptación de Netflix. Esta novela gráfica intentará seguir la estela marcada por su predecesora, y por eso también contará con una adaptación televisiva que está prevista para 2020 en la misma plataforma de streaming.

Todavía no sabemos si se convertirá en una comedia negra tan bien llevada como la anterior, pero lo cierto es que en las páginas de esta publicación se encuentran todos los ingredientes necesarios para que así sea. El autor ha dejado de lado la idea de una road movie a través de viñetas, aunque hay un rasgo fundamental que se mantiene: la de ser un adolescente incomprendido.

Sydney discute continuamente con su madre, no consigue superar la pérdida de su padre y, para colmo, las espinillas y los cambios propios de la pubertad empiezan a aparecer en su cuerpo. A todo ello hay que sumarle el amor no correspondido de su mejor amiga, que según palabras del personaje es “un mierdaseca de manual” que no tiene reparo en llamarla “bollera” cada vez que se cruza con ella.

“La adolescencia fue una etapa de mi vida con mucho dolor y aislamiento”, dijo Charles Forsman a eldiario.es. Por eso, no es de extrañar que vuelva a un tema que vivió en sus propias carnes y del que todavía queda por explorar. De hecho, una de las novedades es que el historietista ha añadido ciertos elementos sobrenaturales que le distancian de su habitual naturalismo. Sydney tiene un tipo de “superpoder” muy particular.

Es capaz de hacer daño a los demás con la mente, como una especie de psicoquinesis no controlada. Le ocurre de forma espontánea en dos ocasiones: cuando le insultan y cuando está a punto de tener un orgasmo. Si lo hace, se activan los poderes, se desmaya y despierta en un lugar aleatorio. “Es un poco mierda. Porque siempre estoy cachonda perdida”, lamenta ante su incapacidad de llegar al éxtasis antes de que aparezcan sombras negras a su alrededor.

Se distancia de esta forma del prototipo de superheroína, como puede ser Eleven de Stranger Things, que representa la estructura clásica de aprender a utilizar sus surrealistas habilidades para luchar por el bien. Aquí Sydney no comprende lo que ocurre y tampoco tiene demasiado interés por hacerlo. Lo que al final le preocupa es lo que a todo adolescente: sentirse integrado en una sociedad que continuamente rechaza lo que eres.

Por esta razón, lo que se presenta como un superpoder para Sydney es en realidad un calvario de aquello que desea y realmente no puede: no sufrir cada vez que le llaman “bollera” y tener relaciones con alguien sin sentirse incompleta. Forsman deja de lado toda nostalgia por el tiempo pasado y aborda el tránsito a la adultez de una forma más bien pesimista, como una etapa llena de frustraciones producidas por los cambios físicos y mentales.

Problemas que no se pueden verbalizar

The End Of The Fucking World mezclaba dos emociones a priori contradictorias: la violencia con el amor. Las metía en una coctelera y el resultado era una dramedia siniestra y tierna a partes iguales. En una escena podíamos ver a su protagonista meter la mano en la trituradora y en la siguiente intentando abrazar a su acompañante (probablemente sin éxito).

Sin embargo, Esta mierda me supera carece matices adorables. Todo lo que le ocurre a Sydney está bañado por la impotencia, ya se mueva en el ámbito familiar o en el amoroso. Al igual que ocurre en cómics como Paciencia o Ghost World, el conflicto gira en torno a la insuficiencia para traducir en palabras los sentimientos. La joven no solo es que tenga miedo a afrontar el futuro o a decepcionar a la gente que le rodea, sino que es incapaz de verbalizar estas dudas.

En cierto modo es ahí donde radica la esencia de series como BoJack Horseman: en mostrarnos que el estado de depresión no está causado por una razón concreta. A veces, aparecen las lágrimas cuando ni siquiera quien llora puede entender por qué lo hace, justo como le ocurre a Sydney.

De nuevo, el discurso se apoya en dibujos simples con el que mantiene el aura de fanzine de sus primeras publicaciones. Las emociones complejas son representadas con trazos sencillos, una tendencia que no parece ser nada nueva. “Es la misma razón por la que a la gente le gustaba Snoopy, de Schulz. Usó un estilo simple, pero fue capaz de representar emociones humanas complicadas”, explicó el autor a este periódico.

Puede que la conclusión de esta novela gráfica resulte brusco y desesperanzador. Quizá demasiado. Pero de lo que no queda duda es de la capacidad de Forsman para convertirse en cronista de la angustia de ser adolescente y diferente en un mundo donde lo que prima es la norma de lo habitual.

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