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España busca cazatesoros mileuristas para crear el primer mapa del patrimonio subacuático

La excavación del pecio Bou Ferrer, hallado frente a la costa alicantina

Peio H. Riaño

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Antes de los fondos marinos están los fondos documentales. En estos se hallan perdidas las últimas pistas que dejaron los naufragios de los barcos españoles hundidos en las profundidades del mar. Para llegar al patrimonio subacuático hay que peinar metros y metros lineales de legajos que conservan la historia perdida. Y hacer que emerja de las profundidades de los archivos y devuelva a la vida la desgracia marina que el paso del tiempo ha vuelto invisible. España es el país con la historia marítima más dilatada y con una situación geográfica tan privilegiada que es la cuna de un patrimonio pendiente de buscar.

“No lo hemos aprovechado. No hay responsables que entiendan la importancia de la cultura submarina. Necesitamos descubrir lo que tenemos, saber lo que puede haber y conocer dónde está para protegerlo. No tenemos un catálogo marino de naufragios de barcos en aguas españolas y de barcos españoles en aguas internacionales. No sé a qué esperamos”, cuenta Miguel San Claudio (A Coruña, 57 años), doctor en arqueología submarina y figura de referencia en los procesos de búsqueda de buques hundidos. Ha dirigido más de 50 intervenciones subacuáticas y trabajado para el Museo Nacional de Arqueología Subacuática y para el Arqueológico de La Coruña.

Hemos hablado con él porque el Ministerio de Cultura acaba de poner en marcha una iniciativa que vendría a paliar levemente ese punto ciego del patrimonio español. Por primera vez en la historia invertirá una partida económica en la creación de ese catálogo de naufragios. Con un presupuesto de 177.453 euros, financiados con los fondos Next Generation UE, ha licitado el estudio y la documentación bibliográfica y de archivo para localizar menciones e información relacionada con el hundimiento de buques de Estado españoles.

Un salario mínimo

La empresa que lleve a cabo el cometido tendrá un equipo de seis personas, con un director, cuatro técnicos especialistas en archivística y documentación y un auxiliar. Los cuatro trabajarán 30 horas semanales a cambio de un salario anual de 15.500 euros. Poco más de 1.000 euros al mes. En seis meses tendrán que entregar la base de datos —con un mínimo de 1.500 entradas— y los seis meses restantes las memorias de cada entrada.

“Nosotros vimos la licitación pero no nos presentamos porque no podemos pagar ese salario al año. Tenemos ya bastante trabajo adelantado porque hemos recopilado al menos 2.000 hundimientos en la zona de Galicia. Pero 177.000 euros es un insulto para una tarea así”, opina Miguel San Claudio, dueño de la empresa Archeonauta.

Los buscadores de barcos hundidos en papel acotarán la búsqueda a cuatro siglos. Iniciarán sus pesquisas a mediados del siglo XIV y llegarán hasta el momento de la industrialización de España, en 1850. “El carácter patrimonial de los buques de Estado que se encuentran mencionados en las fuentes de este período está fuera de toda duda”, informan desde Cultura. A partir de mediados del XIX el uso de maquinaria “supuso una mayor producción en los astilleros de buques, sobre todo, de guerra, lo que ampliaría demasiado el número de embarcaciones y hundimientos a investigar”, explica la Subdirección General de Gestión y Coordinación de Bienes Culturales del Ministerio de Cultura y Deportes.

El ámbito de estudio incluye tanto territorio nacional como internacional, porque las naves naufragadas no pierden la condición de propiedad del Estado de pabellón aunque su hundimiento se produzca fuera de su mar territorial. Por eso será obligatorio peinar los archivos de La Marina y otros como el Archivo General de Indias o el Archivo de Simancas.

Un trabajo minucioso

Toda la documentación hallada será digitalizada y elaborada en una base de datos en la que se especificará de cada naufragio el nombre de la nave, la fecha de la desgracia, la causa, quién era el capitán, el puerto del que salía y su destino, el cargamento... y la zona de naufragio, especificando el nombre del mar, océano o equivalente. Incluso las coordenadas. Una vez se haya terminado la base de datos se realizará un informe extenso de cada uno de los naufragios, en el que se cuentan los aspectos relacionados con la historia de la embarcación y su hundimiento. De cualquier manera, el objetivo de este minucioso trabajo no es buscar restos, sino menciones a hundimientos.

Es la primera vez que el Ministerio de Cultura asume la responsabilidad de diseñar un mapa de los hundimientos, pero en 2013 el director de los Archivos Navales, Pedro Coll Martín, ya rastreó tres archivos de los siete que tiene la Armada. Y dictó un informe en el que se habla de 1.580 hundimientos, de los cuales 596 eran embarcaciones españolas. El siglo XVIII es la centuria que más barcos ha mandado al fondo del mar. Ahora estos cuatro trabajadores se sumergirán en un océano de papel con la esperanza de rescatar del olvido los tesoros del patrimonio. Para dibujar el mapa del tesoro primero hay que hacer una tabla Excel.

En España no se ha hecho una prospección con un robot recorriendo toda la costa e identificando los hitos. Es un proyecto muy potente y muy necesario. Daría un vuelco significativo a nuestro trabajo porque se multiplicaría el patrimonio hallado

Jaime Molina Arqueólogo y catedrático de la Universidad de Alicante

Jaime Molina es arqueólogo y catedrático de la Universidad de Alicante, participa en las excavaciones del navío Bou Ferrer, un barco del siglo I, hallado a un kilómetro de la costa de la Vila Joiosa (Alicante), sumergido a 30 metros y con cerca de 5.000 ánforas en las que transportaban vino y aceite a Roma. Es el barco más grande encontrado en el Mediterráneo. Para los investigadores de época romana como él no hay documentos que consultar, solo trabajo de prospección: entran en los primeros cuarenta metros de la costa y buscan con sus trajes de buzo y la botella. Ahora también tienen cartas batimétricas, que les ayuda a descubrir qué irregularidades sospechosas hay en las profundidades.

Más pescadores que documentos

“Los pescadores también nos ayudan. Ellos hacen la mayor parte de los descubrimientos con sus redes de arrastre. Nos traen los restos a los museos y nos dan las coordenadas donde los han encontrado y allí que vamos. Ahora estamos detrás de un barco monumental. Los arrastres sacaron varios cañones y un ancla gigante. Debe ser un barco de dimensiones enormes”, cuenta Molina emocionado. Sin embargo asegura que de este galeón hundido a unos 80 o 100 metros no hay noticias documentales. “No siempre están citados. En este caso iremos con un sónar de barrido lateral y luego bajaremos con un robot, que hace cientos de fotos”, cuenta el experto. A partir de esas fotos montan un modelo en 3D.

Los primeros esfuerzos del Ministerio de Cultura en cultivar y proteger el patrimonio subacuático llegan con un retraso significativo respecto a países como Italia y Francia. Molina explica que los ministerios de Cultura de ambos países emplean desde hace tiempo un robot para crear la carta arqueológica del patrimonio subacuático. Lo llama “el gran proyecto que multiplicará el conocimiento” de los yacimientos hundidos en las profundidades marinas. “En España no se ha hecho una prospección con un robot recorriendo toda la costa e identificando los hitos. Es un proyecto muy potente y muy necesario. Daría un vuelco significativo a nuestro trabajo porque se multiplicaría el patrimonio hallado”, asegura Jaime Molina.

¿Esto haría desaparecer la búsqueda en la documentación y archivos? “Para nada. No son informaciones excluyentes”, asegura Miguel San Claudio. Es cierto que el robot descubriría hitos que en los documentos no hay noticias, pero “si quieres conocer lo hundido necesitas tanto el robot como el documento”, añade el arqueólogo gallego. San Claudio se empeña en aclarar que el tesoro no es lo significativo, que el patrimonio nacional hundido no está bien cuidado ni en buenas manos, que falta voluntad política para crear un plan especial subacuático, como lo hay para las catedrales, para los próximos 20 años. “Pero no hay el más mínimo interés en el estudio del patrimonio cultural subacuático”, lanza la queja San Claudio como resumen.

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