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La frágil memoria del paso de César Vallejo por Astorga

Sala del Museo Casa Panero dedicada al escritor peruano César Vallejo

José María Sadia

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El Museo Casa Panero de Astorga, envuelto en la polémica en los últimos meses por su cierre temporal y su uso como “casa del terror” en la última celebración de Halloween, encierra la turbulenta historia de una familia de escritores, a cuya cabeza se sitúa la contradictoria personalidad del poeta Leopoldo Panero (1909-1962). Pero entre los muros del edificio —adquirido por el ayuntamiento en los años 80, restaurado y musealizado en las décadas posteriores— hay mucho más. En sus estancias descansa el recuerdo de eruditos astorganos como el historiador Luis Alonso Luengo, el etnógrafo José María Luengo o el compositor Evaristo Fernández Blanco. Y también, en una habitación de la planta superior, un espacio dedicado al poeta peruano César Vallejo (1892-1938). El motivo de este homenaje no solo habla de cómo el intelectual hispanoamericano se entregó por completo al comunismo, sino también del impacto que provocó en el propio Leopoldo Panero.

“A Leopoldo Panero le marcó mucho conocer a César Vallejo, tanto la persona como la obra”, describe quien quizá mejor conozca la compleja intrahistoria de la estancia del poeta peruano aquel verano de 1931 en Astorga. Algo difícil por la escasez de datos que ha dejado una frágil memoria que ahora rescata Javier Huerta Calvo, catedrático de Literatura Española y presidente de la asociación Amigos Casa Panero de Astorga. Panero había conocido a Vallejo a finales de los años veinte en el café madrileño Granja del Henar, cuya tertulia organizaba el dramaturgo Ramón María del Valle Inclán. Ahí arrancó una intensa relación.

“Vallejo era un comunista muy puro que predicaba con el ejemplo, y cuya personalidad va a contrastar con la de Pablo Neruda, a quien se le apodaba 'comunista de salón'”, precisa Huerta. El viaje vital de Vallejo —que nunca disfrutó de un periodo de cierta tranquilidad económica— transcurrió coqueteando con la pobreza entre su Perú natal, el París de las vanguardias o la España de la República y la guerra. El caso es que un joven Panero experimentó “bastante conmoción” en aquellas tertulias a las que acudía el poeta. Tal fue así que Leopoldo invitó a Vallejo a su casa de Astorga, que visitaría en una fugaz estancia aquel verano de 1931.  

El intelectual hispanoamericano, que había publicado ya algunas de sus obras más carismáticas como Los heraldos negros (1918) o Trilce (1922), desembarcó en la ciudad leonesa en un momento clave de su vida. Acababa de visitar la Unión Soviética en un viaje que supondría un punto de inflexión en su pensamiento político y en su propia obra: de aquellos inicios en las corrientes vanguardistas a escritor ganado completamente para la causa comunista, algo que no le había ocurrido a otros colegas del mundo literario. Una experiencia que cristalizaría en el libro de viajes Rusia en 1931. 

Una visita difícil de olvidar

Puede parecer un detalle sin importancia, pero prueba que el encuentro en Astorga dejó una huella significativa en Leopoldo Panero. El astorgano, que publicó una apasionada reseña de Rusia en 1931 en el diario madrileño El Sol, portaba —según se ha manifestado— una insignia con la hoz y el martillo en el ojal de su chaqueta tiempo después de su encuentro con Vallejo. La anécdota no deja de subrayar el carácter cambiante, paradójico, de Leopoldo Panero, prácticamente inclasificable. Porque, ¿cuál era el pensamiento político real de aquella joven promesa de la literatura española? “En alguna carta que manda a los padres parece simpatizar con el Partido Socialista; en 1931 se implica en la II República y después de conocer a Vallejo parece involucrarse más en el comunismo”, señala Javier Huerta. Pero hay más.

Las turbulencias políticas de aquella España a las puertas del conflicto fratricida le pasarán factura. Precisa Huerta que, con la llegada de la Guerra Civil, Leopoldo Panero es acusado de pertenecer al Socorro Rojo Internacional, un servicio social impulsado por la Internacional Comunista en 1922. Las circunstancias, los hechos, se van encadenando, envenenando, hasta dar con Panero en la cárcel en octubre de 1936, de donde estuvo a punto de no regresar con vida. Leopoldo recurrió a un viejo conocido, Miguel de Unamuno, sobre quien había publicado algunos artículos en El Sol. Unamuno, caído en desgracia ya por entonces, le hizo saber que nada podía hacer para ayudarlo y, sin embargo, dio un consejo a su madre —Máxima Torbado era la emisaria de su hijo— que acabaría salvándole la vida.

Como le había sugerido el exrector de la Universidad de Salamanca, Máxima fue a visitar a Carmen Polo —esposa del general Franco y con quien le unía algún tipo de parentesco— rogándole por la vida de su hijo. La consecuencia: Leopoldo Panero abandonaría la prisión días más tarde. Aunque eso no fue todo. “Cuando Panero sale de la cárcel a mediados de noviembre de 1936 es consciente de que, de seguir por el mismo camino, sería de nuevo detenido, y esa es la razón por la que se incorpora al ejército y en 1937 se afilia a Falange”, relata el presidente de Amigos Casa Panero de Astorga. Una historia de innumerables contradicciones: socialismo, comunismo… Falange. Y un llamativo destino para quien se había implicado, por ejemplo, en las reconocidas Misiones Pedagógicas de la República. 

Qué fue de Vallejo

La experiencia en la España republicana no le fue favorable a César Vallejo, que intenta abrir camino a su literatura y mejorar sus condiciones vitales a través de distintas publicaciones, en las que contaría incluso con la ayuda de Federico García Lorca. Nada prosperó. El poeta peruano optaría en 1932 por regresar a París junto a su prometida, Georgette Philippart. A Vallejo se le volvió a ver por España en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, celebrado en Valencia, en julio de 1937. También formando parte del Comité Iberoamericano para la Defensa de la República, donde chocaría con la personalidad de Pablo Neruda. Vallejo, que había querido situarse del lado de los más desfavorecidos (héroes en la España de la guerra civil, pensaba) vería pronto su propio final: fallecía el Viernes Santo de 1938 en París.

Así pues, mientras César Vallejo había abrazado el comunismo más extremo, su admirador Leopoldo Panero se había alineado del lado de los vencedores en la España franquista. Eso no impidió a Panero mantener su admiración por el peruano, un sentimiento constatable en dos hechos. En 1945, Leopoldo incluyó algunos versos de Vallejo en una antología de poesía hispanoamericana. Tres años después, cuando se cumplía una década de la muerte del autor de Trilce, le dedicaría una elegía en su libro de poemas Escrito a cada instante (1948). 

Un desafortunado final

Pero el destino final no fue más amable con Leopoldo Panero. “Su muerte prematura está directamente relacionada con el trauma de haberse enfrentado a Pablo Neruda (lo hizo en la polémica Carta perdida a Pablo Neruda de 1956), un gigante literario que por entonces elogiaba a Stalin”, explica el experto Javier Huerta. “Hasta quienes habían sido insultados por Neruda le reprocharon a Panero sus críticas”, añade Huerta. El poeta astorgano, sumido en el desconcierto, fallece en 1962.

¿Qué memoria queda, entonces, de aquella lejana visita de Vallejo a Astorga en el verano de 1931? “Muy poco”, reconocen desde la asociación Amigos Casa Panero. Entre otras cosas, porque la estancia del peruano no quedó registrada en la prensa de la época. O, al menos, se desconoce. Hasta la fecha, Javier Huerta no ha podido acceder a la única colección completa de uno de los diarios más importantes de la ciudad leonesa, El Faro Astorgano, hoy inaccesible, en manos de un empresario local. El recuerdo, pues, permanece en las líneas y versos que Leopoldo Panero dedicó al poeta y, en la actualidad, en una de las salas de la Casa Panero de Astorga, temporalmente clausurada.

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