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Los Goya que (casi) se olvidan de la política

Vicepresidente y presidenta de la Academia durante el discurso.

Francesc Miró

Dicen que hemos salido de la crisis, aunque casi nadie se lo cree realmente. Sin embargo, parece que la Academia ha asumido el discurso a su manera: la 31 gala de los Goya ha sido una de las menos reivindicativas de los últimos tiempos. El cine español, que durante muchos años ha sido sintetizador y altavoz de las luchas sociológicas y políticas que se han vivido en nuestro país, hoy parece estar más cómodo mirándose el ombligo. Nadie les culpa.

Este es el tercer año consecutivo en el que la película más taquillera de nuestro país, es -y seguimos sorprendiéndonos- española. La tendencia la rompió 8 apellidos vascos, y en la misma senda hizo lo propio su secuela, 8 apellidos catalanes. Eso fue en 2014 y 2015. Ahora, Un monstruo viene a verme, de Juan Antonio Bayona, es el título que encabeza la lista de las más taquilleras. También se ha convertido en la más premiada de los Goya 2017. Aunque el premio gordo cayese sobre los hombros de Raúl Arévalo y su Tarde para la ira.

No es baladí: se cruzan dos mensajes. El primero nos dice que los buenos números de taquilla se valoran en la sacrosanta Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Así lo defendieron Yvonne Blake y Mariano Barroso. El segundo es que el talento joven también tiene salida y ya no es Barajas. Aunque no arrase en las taquillas, una ópera prima puede convertirse en la película del año.

La Academia saca pecho

El discurso de la presidencia de la Academia reafirmaba el tono de la gala con el que ya había jugado Dani Rovira como presentador. La ceremonia iba de poco discurso crítico abiertamente con la política cultural del Gobierno del PP. Tampoco ni un solo eco victimista, algo de lo que a veces han adolecido los artistas de nuestro cine. Este año se podía resumir en que nuestro cine triunfa y tiene futuro.

Razones no les faltan, al fin y al cabo 2016 ha sido un buen año, en términos económicos, para el cine patrio. Uno de cada cinco espectadores que entraron a una sala de cine el año pasado lo hicieron para ver una película española. Algo que a gran escala se traduce en casi un quinto del total de la cuota de pantalla y en la jugosa recaudación de más de 100 millones de euros, según Fapae.

“Pero la taquilla no es la única referencia para medir el valor de una película”, decía con voz grave el vicepresidente de la Academia Mariano Barroso. “Hay otras películas, otro tipo de cine que busca y abre nuevos caminos, y que es tan necesario como el que llena las salas. Su rentabilidad es distinta, pero también es necesaria. Es la rentabilidad de la cultura, del conocimiento y de la identidad”, defendía. Palabras que embellecen una gala, pero que contrastan con las medidas políticas de un gobierno que mientras pone trabas a los nuevos realizadores, que no parten con el favor de la industria como Raúl Arévalo, ofrece museos de cine para hacer las paces con un sector cultural históricamente crítico. 

Muchos problemas, pocas palabras

Nuestro cine sigue enfrentándose a problemas fundamentales que la Academia debería abordar y, también, hacer públicos. Se podría haber aprovechado el mayor evento mediático de nuestro cine para hablar de que el borrador del canon digital que prepara Méndez de Vigo nos retrotrae a 2003 en términos jurídicos.

Tampoco se han lucido dedicando tiempo a nuestro cine de animación. Como Enrique Gato no ha estrenado ningún taquillazo este año, los pocos minutos dedicados al formato eran los de protocolo para entregar los cabezones respectivos. Y eso que Pablo Vázquez se ha hecho con dos Goya: a Mejor Largometraje y Mejor Cortometraje de animación. Atrás quedan años en los que Pocoyó tomaba vida en un homenaje abierto a la producción animada de nuestro país.

Pocas palabras también para potenciar y recoger el testigo de los centenares de festivales y proyectos culturales que ayudan a la difusión de nuestra cultura cinematográfica. Esos mismos de los que alardeamos cuando en Cannes gana un Cortometraje español. Una industria con sus propios demonios que no parecen ser de demasiado interés para los académicos.

A no ser que sirvan de chiste: Dani Rovira no dudaba, tirando de un tuit de Gerardo Tecé, en reírse de que los agradecimientos de un cortometraje los pronunciase más gente que los de un largometraje. El presentador tuvo a bien decir que era “porque no cobran y les hace más ilusión subir”. Como si el hecho de no poder profesionalizar seriamente una gran parte de nuestro tejido creativo fuese cuestión de mofa.

Y eso sin hablar del curioso tupido velo que se ha decidido correr sobre que sigamos siendo uno de los países de la UE con el IVA más alto a los productos culturales. Nueve países europeos aplican el tipo general a los productos culturales. La media europea de estos se establece en torno al 12’10%. Pero en España seguimos, de momento, con el 21%: así que prácticamente doblamos la media europea. Solo Hungría (27%) y Dinamarca (25%) superan el nivel español.

Pancarta de alfombra roja

Este año, las pocas muestras de descontento se escucharon fuera de la gala. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, afirmaba días antes de la ceremonia y sin reparos que no había visto ninguna de las películas que optaban al Goya. “Pero sí que leo novelas”, dijo para salir del apuro. Pedro Almodóvar era el encargado de soltar la primera puya al respecto. “Como gobernante, una buena manera de conocer la realidad es ir al cine”, decía en la alfombra roja.

Una alfombra en la que también se dejaron ver Alberto Garzón, que afirmó que Rajoy sufre “una desconexión dramática”con nuestro cine. También lo hizo Pablo Iglesias que decía confiar poco en un apoyo claro del Gobierno a los problemas del sector cultural. “El PP y la cultura son dos nociones diferentes”, resumía.

A las puertas del Marriott también se pudo escuchar lo que el silencio de puertas adentro no permitió. J.A.Bayona, que se ha llevado el Goya a Mejor Dirección por una película con nueve cabezones, ha señalado que “del presidente del gobierno” esperaba “un poco de compromiso”, que no termina de llegar. De la misma manera, Antonio de la Torre no ha tenido reparos en afirmar que el Gobierno actual “no ha hecho políticas beneficiosas para el cine”, pero  ha expresado su deseo de que este año bajen el IVA cultural. Lo hizo en una alfombra roja en la que también pudimos ver el chal con mensaje feminista de Cuca Escribano.

Ya en el escenario, sí que se escuchó un canto a una realidad social sin el glamour del mundo del cine. Lo hizo la voz de Silvia Pérez Cruz, que rasgó el ambiente con una canción a capella sobre los desahucios que arrancó los aplausos de todos aquellos que querían escuchar algo, por breve que fuese, que se saliera del guión.

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