Isabel Aguirre es la arquitecta que cosió la roca bajo el Monasterio de Caaveiro con tanto mimo que acaba de recibir el Premio Europeo de Intervención en el Patrimonio Arquitectónico en la categoría de espacios exteriores, que en muchos casos considera heridos “brutalmente” por las infraestructuras.
Aguirre (Vilagarcía de Arousa, 1937) diseñó junto a Celestino García Baña el proyecto de intervención en este enclave, escondido en las Fragas do Eume (A Coruña), que resultó vencedor entre más de 32 propuestas por haber logrado su máxima integración con una gran economía de recursos y por una renuncia en favor de la expresividad del lugar en defensa de la identidad y de la naturaleza.
Piedra a piedra ha recuperado el camino de subida al monasterio, los espacios exteriores, la bajada al molino y el puente no sin “gran dificultad” porque el propio cenobio se encontraba en un estado “muy ruinoso”, y “lo más grave era que la roca donde estaba asentado se estaba agrietando de manera peligrosa”, explica la arquitecta pontevedresa en una entrevista con Efe.
Hubo que “coserla” con acero pero “fue una gozada” participar de este laborioso trabajo que ha merecido un reconocimiento importante con el que confiesa estar “encantada”, tras ganar el concurso de ideas para su realización en 1999, recuerda, entre las que se descartó la presencia de coches porque suponía “invadir el carácter sagrado del sitio”, su uso doméstico o como centro de investigación.
Premio Nacional de Arquitectura por su remodelación del parque compostelano de Bonaval con Álvaro de Siza, Isabel Aquirre defiende la arquitectura contemporánea gallega porque tiene un “nivel muy alto” y “es bastante impresionante su calidad”, como ponen de manifiesto profesionales como Manolo Gallego o Penela, y obras como los museos coruñeses de la Tecnología o de Bellas Artes.
No obstante, la urbanista y paisajista cree que todavía queda “mucho camino por delante” en este ámbito, donde “se ha apostado por la eficacia y la economía y no se han tenido en cuenta las heridas que se han hecho al paisaje” en Galicia, que su rica frondosidad tiñe rápidamente de verde.
Es la Administración, explica, a quien corresponde la intervención en el paisaje por la puesta en marcha de las infraestructuras, donde cree que “se han perdido oportunidades” ante las que demanda esfuerzo, por ejemplo, en los cortes de montañas provocados por autopistas o el Ave y ante los que propone realizar una pieza escultural en la ladera para mitigar el impacto visual.
Con la excepción del puente de Rande, en Vigo, que es una “obra de ingeniería estupenda”, en esa zona las entradas y salidas de la autopista “son heridas brutales” al entorno, al igual que el cinturón de Santiago o el acceso a grandes ciudades, lo que lleva a la arquitecta a preguntarse: “¿Por qué no se aprovecha para hacer estas intervenciones con un sentido de creación paisajística?”
Su respuesta es clara y pasa por la “esclavización que tenemos y hemos tenido hasta ahora por el tráfico rodado, porque se ha pensado en la eficacia y no en el paisaje”.
La situación podría mejorar, en opinión de Isabel Aguirre, con un proyecto paisajístico que acompañe al de la infraestructura en concreto, ya que los estudios de impacto ambiental no son vinculantes, sostiene.
El camino del Monasterio de Caaveiro que ha restaurado podría ser un “ejemplo” en este sentido, pues había que pavimentarlo y darle efecto y al mismo tiempo solventar problemas como las escorrentías que iban comiendo el monte.
Primero desviaron las aguas en sentido contrario a la ladera y después, en lugar de poner un pavimento típico, colocaron sobre el suelo piedra a piedra hasta conseguir una “obra especialísima en el paisaje”.
La arquitecta, directora de la escuela gallega de paisaje, de la Fundación Juana de Vega, señala que el presupuesto condiciona la forma en la que se construye pero asegura que “hay maneras y maneras de hacerlo”. “Hemos visto enormes obras carísimas y que son un espanto”, añade.
Entre las asignaturas pendientes en Galicia cita la señalización porque “la gente se pierde por todos lados”; sin embargo, concluye con ironía, “a veces perderse no es malo porque encuentras verdaderas maravillas que no están anunciadas”.