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Tutorial para entender por qué los milenials son la generación quemada y no la de cristal

Unos jóvenes en Madrid lideran la manifestación contra el escándalo de los másteres universitarios, en 2018

José Antonio Luna

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En 2005, Steve Jobs pronunció uno de sus discursos más recordados. Fue durante la inauguración del curso en la Universidad de Stanford, ante decenas de milenials que se preparaban para dar el salto de la vida académica a la laboral. “Vuestro trabajo va a ocupar mucho tiempo de vuestra vida, y la única forma de sentiros verdaderamente satisfechos es hacer aquello que creáis que es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amando lo que hacéis. Si aún no lo habéis encontrado, seguid buscando”. Esas fueron las palabras del cofundador de Apple frente al atril, incidiendo en una de las ideas que ha convertido a sus oyentes en una generación quemada: la narrativa tóxica de “haz lo que te gusta y no volverás a trabajar un solo día”.

Miya Tokumitso, autora del libro Hacer lo que te gusta y otras mentiras sobre el éxito y la felicidad, señala que el discurso de Jobs está basado en la narrativa del “trabajo amado”. Es decir: se elimina la “laboriosidad” del empleo hasta tal punto que acaba condicionando el éxito y la felicidad de la persona. Hay una integración trabajo-vida abocada al desgaste, aunque quienes lo padecen a veces ni siquiera lo perciben como tal.

Este es precisamente uno de los temas abordados en No puedo más: cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada (Capitán Swing), escrito por la periodista estadounidense Anne Helen Petersen y traducido al español por Lucía Barahona, que procede de un artículo viral que ha acumulado más de siete millones de lecturas desde su publicación. Este no pretende ser un libro de autoayuda al uso ni dar una solución, sino ofrecer una lente para ver con claridad el mundo que le ha tocado vivir a una generación. De hecho, la firma del correo de la autora es ya una declaración de intenciones sobre su postura: “Mi jornada laboral puede no ser la suya. No sienta la obligación de responder a este correo electrónico fuera de su horario laboral habitual”.

La propia Helen cuenta cómo sufrió las consecuencias de verse sobrepasada. Fue poco después de perseguir historias durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, de entrevistar a los supervivientes de un tiroteo en Texas o de ir a una ciudad de Utah a escuchar a mujeres que escaparon de una secta. Nunca se detuvo porque la rueda de actualidad informativa tampoco lo hacía. Entonces, su editor de BuzzFeed le confesó algo: “Creo que estás un poco quemada”. Ella, en cambio, no lo veía así. No había sufrido ningún derrumbe dramático ni nada por el estilo. Y optó por continuar.

“Estamos acostumbrados a seguir adelante, aunque nos sintamos cansados o enfermos. Nos dicen que lidiemos con eso, que debemos ser fuertes, ya que nuestra capacidad para avanzar es también un indicador de nuestro valor como trabajadores. Lo he visto incluso con la COVID: personas que se contagiaron y aún así continuaban trabajando, ya que de esta manera demostraban que eran mejores empleados”, cuenta la periodista a elDiario.es en una entrevista por videoconferencia.

Estar quemado es un síntoma del capitalismo, y a medida que se ha vuelto más fuerte, el agotamiento también lo ha hecho

El desgaste profesional (burnout) fue reconocido por primera vez como diagnóstico psicológico en 1974 por Herbert Freudenberger, que lo aplicó a casos de derrumbe mental o físico como resultado del exceso de trabajo. Es diferente al agotamiento, porque este significa llegar a un punto a partir del cual no se puede seguir. El desgaste, en cambio, es alcanzar ese mismo punto y obligarse uno mismo a continuar.

Existen antecedentes históricos del desgaste. El “cansancio melancólico del mundo”, como lo llama el psicoanalista Josh Cohen, aparece en el Antiguo Testamento o incluso es diagnosticado por Hipócrates. A finales del siglo XIX apareció el término de la neurastenia: pacientes que se sienten agotados por el ritmo de la vida industrial moderna. Pero ¿cuándo empezó a hablarse del agotamiento tal y como se entiende hoy en día? “Estar quemado es un síntoma del capitalismo, y a medida que se ha vuelto más fuerte, el agotamiento también lo ha hecho”, considera Helen. “Con la llegada de la era digital, además, el trabajo ha conseguido llegar a todos los rincones de nuestras vidas. No creo que los humanos estén quemados por naturaleza, lo que nos agota es el tipo de trabajo que recompensa nuestro sistema social y económico”, añade.

“Dejad de lloriquear, milenials”

“Dejad de lloriquear, milenials. Vosotros no sabéis lo que es trabajar duro”, recibió Helen en su correo electrónico tras publicar un artículo sobre el agotamiento de su generación. Fue solo un email de muchos similares. La periodista cuenta que al principio esos mensajes solo lograron incrementar su ira contra los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964), que a menudo describen a sus descendientes como la “generación de cristal”, de la “piel fina” o de “los ofendiditos”. Sin embargo, más tarde comprendió que esto no era una guerra generacional: el desgaste es un síntoma de vivir de la sociedad capitalista moderna.

Según Helen, no tiene mucho sentido que los boomers critiquen a los milenials por su forma de ver la vida cuando precisamente los primeros fueron responsables de la educación de los segundos. “Somos lo que somos gracias a ellos, como un espejo oscuro en el que se ven reflejados. Pero algunos, en lugar de sentir empatía o bondad hacia nosotros, reaccionan diciendo que eres de 'cristal', como si fueras frágil”, señala la periodista.

La autora aclara que los milenials (nacidos entre 1980 y 2000) ya no son en su mayoría una generación de jóvenes. Hace tiempo que muchos no intentan conseguir el primer empleo, sino organizar sus vidas con un patrimonio que, según un estudio de 2018 por la Sistema de Reserva Federal de EE.UU., es un 20% menor que el de los boomers en el mismo momento de su vida. Pero nunca se prepararon para ello.

El eslogan aprendido era que a base de estudios universitarios, trabajo y esfuerzo se podía vencer al sistema para, al menos, vivir cómodamente. No ha sido así. Y para la generación Z (nacidos a finales de los 90), la diferencia entre la teoría y la práctica ha sido similar o incluso mayor. ¿De dónde viene este sentimiento? “Procede de una sensación de inestabilidad y precariedad de los boomers. Cuando tienes esa mentalidad, lo que enseñas a tus hijos desde muy pequeños es que tienes que convertir tu vida en un currículum para conseguir el mejor trabajo posible y tener seguridad”, explica la autora.

No tiene por qué ser así

Pero la generación no es lo único a tener en cuenta. Existen otros factores, como la raza, el género, el lugar de nacimiento o el estatus socioeconómico que también condicionan cómo es esa experiencia de desgaste. Por eso uno de los aspectos fundamentales del libro de Helen, según cuenta, ha sido evitar situar en el centro la experiencia milenial blanca de clase media. “Depende mucho de cuánta estabilidad tengas como individuo dentro de una sociedad. Si hay algo en tu vida, tu clase o tu identidad que te desestabiliza, eso es otro valor más dentro de la ecuación económica que tratas de resolver. Por ejemplo, si eres una persona negra en Estados Unidos en tu día a día también te preguntas, ¿por qué la gente asume cosas de mí por el color de mi piel?”, reflexiona la periodista.

Los milenials decimos que 'no es suficiente' o que 'no podemos más' y eso se convertirá en cambio político. Ahí está la esperanza

En su análisis, Helen hace hincapié en dos elementos que según ella son determinantes para entender el desgaste de los milenials en su país: lidiar con la deuda de la universidad y la contratación de un plan de pensiones privado. Son preocupaciones que al menos por ahora no están tan presentes en países como España, donde son necesidades que a priori deberían estar cubiertas, pero sigue sin ser suficiente. “La deuda estudiantil en Estados Unidos es un gran obstáculo, pero solucionarla no acaba con los otros problemas. Los países pueden proporcionar redes de seguridad, y tener pensiones o sanidad pública es un avance enorme, aunque esto es parte de la solución”, observa la escritora.

Al final del libro no existe una gran revelación como resolución al conflicto, ya que sería imposible e irreal, pero sí hay esperanza. Para Helen el punto de partida podría ser la interiorización de una simple frase: no tiene por qué ser así. “Creo que los milenials somos una fuerza enorme y gran parte de la población actual. Cuando decimos que 'esto no es suficiente o ya no puedo más', eso se convertirá en cambio político. Ahí está la esperanza”.

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