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El libro como objeto, el documento y el arte

Javier Peñafiel, 'Ranura'. Bibliotecas Insólitas, La Casa Encendida

J.M. Costa

El libro no corre hacia su desaparición, por mucho que se anuncie cada dos o tres meses. Hacia lo que camina, no sin trompicones, es hacia un cambio de paradigma como no sucedía desde la Baja Edad Media (hablamos de Occidente). Aparte de quienes se aferran a la inmutabilidad de las cosas por razones tan valiosas como privadas, lo cierto es que se lee mucho mejor El Quijote o Moby Dick en un e-book o una tableta que en una edición en papel que ocupa más volumen o puede estar mal impresa y perfectamente descuajaringada al cabo de poco tiempo o un par de lecturas. El libro, hoy como ayer, puede tener otro sentido.

Sobre esto, de forma a veces implícita y a veces explicita, tratan sendas exposiciones en lugares tan conceptualmente alejados como La Casa Encendida y el Museo Lázaro Galdiano en Madrid. La de La Casa Encendida se llama Bibliotecas Insólitas (hasta el 10 de Septiembre) y está comisariada por Gloria Picazo, quien realiza en su texto del catálogo un repaso desde las bibliotecas como templos del saber hasta su necesaria redefinición en los tiempos digitales que vivimos.

La primera fotografía de ese catálogo (antes hay un grabado algo tópico sobre el incendio de la biblioteca de Alejandría), no podía venir más al pelo: la Torre Montaigne. Michel de Montaigne (1533-1592) fue uno de esos raros personajes capaces de la mayor altura intelectual, de realizar política activa como alcalde de Burdeos y de vivir según una ética genérica que funcionaba también en lo personal. La Torre redonda era su biblioteca y en sus vigas estaban escritas diferentes citas clásicas y pensamientos cortos propios. Un pequeño fichero inspirador disfrazado de decoración. ¿La biblioteca como libro?

A partir de ahí un estupendo ensayo (género ideado por Montaigne según bastantes autores) que conduce, no solo por nuestra civilización, sino también por las asiáticas o la musulmana, hasta llegar a hoy mismo, donde las bibliotecas van pasando de lugares de conservación y silencio sepulcral a contener otro tipo de actividades, muchas veces en grupo.

Con todo y si bien la biblioteca puede adoptar tal o cual arquitectura o tal o cual funcionamiento, lo fundamental es su contenido, el libro, el papel escrito. Y sobre ese material básico trata la exposición, aunque no de forma exclusiva. Empecemos por su final, que da pleno sentido a esta muestra y en gran medida a la del Lázaro Galdiano. La relación de Clara Boj y Diego Díaz (ambos 1975) con el libro es muy escasa. Como obra, esto es, porque ninguno de ellos había realizado lo que conoce como libro de artista y su campo de trabajo se centra desde hace muchos años en lo digital con especial incidencia en el manejo y visualización de datos.

En Data Biography (cada vez que se titula en inglés una obra, es probable que muera un gatito en Indonesia) se recoge en forma física, -páginas impresas-, su actividad en lnternet desde principios de año, algo que proseguirá hasta el 31 de diciembre. Las paginas pueden consultarse y no hace falta un gran esfuerzo intelectual para darse cuenta de que esto implica cuestiones como transformar en físico lo que nació como virtual (suele suceder lo contrario) y que lo generado sin orden ni concierto puede acabar ocupando un estante en una biblioteca tradicional y ser incluido en la base de datos (digital) de la misma. Que así de paradójicas y poco lineales son las cosas.

Bibliotecas Insólitas abre con Ignasi Aballí (1957), lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que ha tratado varias veces el tema de los libros y muchas más los textos, casi omnipresentes en sus trabajos. Aquí están parte de sus Listados, una obra enorme compuesta por recortes de titulares de periódicos sobre las cuestiones más diversas.

Alias es la editorial del mexicano Damián Ortega (1967), dedicada en principio a poner a disposición textos clásicos sobre el arte de nuestros días o catálogos descatalogados. Cualquier estudiante de historia del arte o bellas artes está familiarizado con nombres como Filliou, Ad Reinhardt, Tacita Dean, Lawrence Weiner o John Cage. Clásicos del arte tratados como arte en sí mismos.

Fernando Bryce (1965 y sí, sobrino de Bryce Echenique) lleva trabajando desde los años 90 en algo que podría considerarse a contracorriente de la evolución. De forma sistemática ha ido dibujando páginas de periódicos y también de libros. Es decir, regresar de lo industrial a lo más artesanal para, esa es la intención, dotar a esas imágenes y textos (siempre en ByN) de una nueva vida. Una nueva vida lograda a través de esa regresión técnica que le da a cada imagen una nueva vocación de permanencia: es una obra de arte. O libros como el Américas del 2009.

Hay varios ejemplos de Libros de Artista como los de Enric Farrés Duran (1983), acompañados a veces por textos y que encuentran su origen en un trabajo en una librería de segunda mano. Farrés Duran ha realizado discos, cinturones, postales, felpudos... Francesc Ruiz (1971) también hace libros de artista, solo que presentados como cómics, que siempre han sido tema central de su obra. Dora García (1965) tiene una relación con lo textual muy intensa desde hace mucho tiempo y su acción Roba este libro (2009-2016) traía ecos de cuando carteles parecidos aparecían en librerías progres de los 70 a lo largo y ancho del mundo post-hippy (en Madrid una cerca de Quevedo que no duró un año). Aquí hay otras, entre ellas de la revista/archivo Mad Marginal o la serie Todas las historias.

Hay ediciones de Iñaki Bonillas (1984), Javier Peñafiel (1963) o de Juan Pérez Agirregoikoa (1963), en parte dibujos al carboncillo digamos que normales, pero también libros desplegables con lemas como Culture serves capitalism o Reject work.

Oriol Vilanova (1980) incluso ha creado su propia editorial Ediciones para amigos que se muestran aquí junto a catálogos comerciales que se presentan en archivadores voluntariamente escultóricos. Y Antònia del Río (1983) presenta Expurgo, un método propio de las bibliotecas no universales por el que se van renovando fondos a base de retirar otros que pasan a ser almacenados fuera del alcance de los lectores. Del Río aplica el método a los fondos de la misma Casa Encendida.

Además y en parecido sentido hay una última sala llamada Sala de Reserva, en alusión a las salas para la lectura restringida de textos, bien debido a su estado de conservación, bien por razones ideológicas o, antes, morales y religiosas.

Hay algo muy curioso y es que en Bibliotecas Insólitas apenas se trata el tema de la encuadernación, algo que tras la aparición de las dobles cubiertas suele pasarse muy por alto. Pero tradicionalmente, más o menos desde el Renacimiento, la encuadernación ha sido un capítulo esencial en la idea de libro. Del libro/texto como objeto. Raro, bello, innovador, todo lo que podamos pensar de un objeto que tiene vocación de ir algo más allá de su utilidad como lectura.

Documentos valiosos y simbólicos

Aquí se enlaza, casi suavemente, algo tan en principio ajeno a Bibliotecas Insólitas cómo Documentos con pinturas (Diplomacia, historia y arte) (hasta el 8 de Octubre). La exposición del Lázaro Galdiano, comisariada por Elisa Ruiz García y Juan Antonio Yeves, es pequeña, al fin y al cabo se trata de formatos reducidos. En realidad son documentos. Aunque la literatura creativa es lo que identificamos como cultura, esta ha sido siempre una parte muy pequeña de la producción escrita. Lo más frecuente y ello en todas las civilizaciones escribientes, son los textos comerciales, las disposiciones oficiales, las concesiones, los juicios, la correspondencia… Como sigue sucediendo. Por regla general ese tipo de textos se encuadernaban en legajos sin mayores adornos, pero un número nada despreciable recibió otro tratamiento: como objeto valioso con carácter simbólico además del simplemente jurídico.

Lázaro Galdiano fue un gran bibliófilo y una de las primeras piezas expuestas es una Carta Rodada de 1435 en la que Juan II de Castilla concedía la categoría de ciudad a la villa de Frías, en Valladolid. A ello siguen la concesión a un Álvar Gómez de los lugares de San Silvestre y Belvis de la Jara o al primer marqués de Villena la villa y castillo de Escalona. Aparte de que la escritura, casi miniada, parece mágica de tan perfecta, en estas primeras muestras aparece lo que es el centro de la exposición. Resulta que ya en estos ejemplos, lo que son unas secas disposiciones administrativas se ven adornadas por su receptores con dibujos y pinturas que parecen innecesarios y desde luego no son funcionales. Resulta que para los afectados, ese documento estaba entre sus objetos de mayor valor, algo que pasaría de generación en generación y que acreditaría, por ejemplo, la hidalguía que era necesaria para acceder a determinados cargos públicos.

Hay documentos espectacularmente ilustrados como la carta ejecutoria de hidalguía concedida por Felipe II al sevillano Arias Pardo de Cela o la sobrecarta de otro documento similar de Felipe II en favor de Hernando de Mora, de Valladolid. Hay también escrituras de mayorazgo, donaciones reales, certificados de armas o de blasones… Para finalizar con ejemplos de encuadernación desde el Renacimiento al principios del siglo XIX.

Aunque no se sea un bibliófilo, merece la pena acercarse por este museo, que tiene otras riquezas dignas de una visita. Documentos con pinturas explica cómo el texto/libro, objeto en sí mismo que supera y refuerza su contenido escrito, tampoco es una idea que hayan traído las nuevas tecnologías. Podemos retrotraernos a algunos libros de horas de la Edad Media, pero el mero hecho de que hasta los documentos hayan podido recibir este tratamiento artístico, deja intuir una pulsión que se pierde en los tiempos.

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