'Otro verano sin pueblo', la novela que se ríe de la desgracia de tener que compartir piso con desconocidos
“A todas las chicas con las que se me ha sincronizado la regla” es la dedicatoria que abre Otro verano sin pueblo (Temas de hoy), la primera novela de la cineasta Beatriz de Silva. Un libro divertido, tierno y fresco que sigue a Isabel, una de las tantas jóvenes cerca de los treinta obligada a compartir piso con desconocidos; y que en un intento por encajar y escapar de la soledad, acaba por inventarse una vida paralela en la que hay espacio para el sentimiento de pertenencia, una familia que le echa de menos y recibe con los brazos abiertos cuando vuelve a casa en el fin de semana y un largo etcétera de arraigos que, en realidad, no tiene. Claro que, esa 'vida', está basada en una red de mentiras cada vez más difícil de mantener.
Las invenciones, fruto de su instinto de supervivencia, conforman un cómico y angustioso viaje en el que también encuentra las bondades de la amistad –genuinas y no tan genuinas–, el cariño, la diversión, la empatía y la compañía de todos esos 'quienes' que, pase lo que pase, siempre aparecen como salvavidas.
Beatriz de Silva ha elegido la comedia para armar esta historia sobre las, y cada vez son más, generaciones para las que adquirir –o no compartir– vivienda se ha convertido en una utopía cada vez más lejana. “Cuando consideras que algo es temporal, aguantas más cosas, pero si la sensación es que va a ir para largo, frustra mucho más. Igual no quieres estar incómoda siete o diez años. Esto genera una herida terrible para nuestra generación y las que vengan”, lamenta la autora, que en lo que lleva de año ya ha tenido que mudarse tres veces.
Comedia al rescate
“El dinero ayuda a ser feliz, pero la comedia también”, asegura, “es un mecanismo de supervivencia, porque si no, todo pesa”. Incluso si te ves obligada a dormir en el portal de tu casa porque te has dejado las llaves dentro y tus compañeras no regresan hasta el día siguiente, o si te roban la ropa en una fiesta con piscina y tienes que volver a casa medio desnuda. Dos de las situaciones a las que tiene que enfrentarse la Isabel de su novela.
En este mismo género ancló su cortometraje Tula, con el que estuvo en la shortlist de 15 finalistas para los Oscars en 2023. Su protagonista era la mujer encargada de limpiar los baños de un colegio femenino, cuya jornada se ve alterada cuando la hija adolescente de la directora del centro le confiesa que está embarazada. Una irónica película que ponía evidencia –y sacaba los colores– a la sangrante falta de educación sexual.
Comedia, “muy gamberra”, será también el largometraje que acaba de empezar a rodar, Todos los colores. Un coming of age liderado por una chica en silla de ruedas: “Quería explorar esta historia de adolescentes desde una perspectiva que no hemos visto”, asegura. Mafalda Carbonell encarna a la joven protagonista, liderando un reparto que completan Silvia Abril y la campeona paralímpica Eva Moral.
Glee y Sex Education son dos de las pocas series que han incorporado personajes en silla de ruedas, pero, como apunta Beatriz de Silva, ambos son significativos sobre cómo suelen ser hombres los que padecen la discapacidad en la ficción. “Parece que inconscientemente es más fácil para el público aceptar que una chica se enamore, que el revés. A lo mejor nadie se ha parado a pensarlo, pero es positivo para normalizarlo”, valora.
La tristeza incomoda
La Isabel de su novela es también una de las tantas personas obligadas a mudarse a las grandes ciudades –en este caso a Madrid– para estudiar y trabajar. “¿Por qué tenemos que tener todas las oportunidades centralizadas o en tres ciudades concretas?”, se pregunta Beatriz de Silva. La autora, que nació en Cáceres en 1994, es consciente de que hay para quienes salir de sus pueblos es una decisión voluntaria: “Está guay salir si tienes esa necesidad, pero también me gustaría tener la opción de volver, porque hay muchos que no la tenemos”.
Uno de los motivos por los que Isabel no se muestra tal y como es –y está– con sus compañeras es porque no quiere dar pena por su situación familiar (no tiene relación con su padre y su madre falleció). Un mecanismo de defensa aprehendido ante el hecho de que “la tristeza es incómoda”. “Cuando ves a alguien triste, a lo mejor lo primero que te sale es alejarte porque tú quieres estar bien, y lo mismo cuando te pasa a ti. Si lo estás, no quieres que la gente se aparte, e intentas no dar esa sensación para que no te abandonen”, afirma la escritora, que insiste: “A todos nos pasa en general, intentamos ser atractivos por el miedo a que nos rechacen, y la tristeza no es atractiva”.

Un miedo que no es justo y no debería existir, pero que se da. En parte porque la gestión de la tristeza no solo tiene que ver con la que uno siente, también con cómo se comporta respecto a la ajena, y la necesidad de sentir que debemos ayudar a quien está sufriendo, haciendo algo. “Igual tenemos que quitarnos el chip de ser útiles, no hace falta serlo, muchas veces con estar, ya es suficiente”, argumenta.
La culpa y la vergüenza son otros dos temas en torno a los que Beatriz de Silva reflexiona en Otro verano sin pueblo, así como la perversa convivencia que se da entre ambas. Isabel va con sus amigas durante una temporada al gimnasio, cuyos vestuarios son ecosistemas que reflejan los complejos con los que cada coexistimos, como podemos, lo mejor que podemos. “No me avergonzaba de mis estrías, mis rodillas valgas, los pelos en la nariz o los brazos, sino de ser demasiado de ellos cuando debería haberme acostumbrado ya. Me acomplejaba más el complejo que mi propio cuerpo en sí. Me daba vergüenza mi vergüenza”, se reconoce Isabel, rodeada de mujeres de distintas edades, tallas y complexiones, sudorosas o recién duchadas.
La escritora y cineasta ahonda en el complejo diálogo y contradicción que se establecen en una misma por cómo cuando al ver a “alguien que, con la misma supuesta diferencia que tú, no se lo toma como un complejo”, y cómo eso “genera culpa”. “Te lo puedes tomar como aprendizaje o decir vaya mierda soy por no ser capaz de quererme como lo hace ella”, señala sobre un sentimiento que hay que “trabajarse”.
Beatriz de Silva es consciente de que las personas se configuran “porque las experiencias vividas llevan a ello”, pero que existe una ventana de oportunidad para tratar de, al menos, “poder decidir” cambiarlo. El imperio actual de las redes sociales afecta de lleno a esto, convertidas en algunos casos en ayuda, y como peligro en tantos otros: “Una vez más, todo depende de a donde quieras mirar, pero en realidad, todo recae en la educación”.
El aumento de las operaciones de cirugía estética en cada vez edades más tempranas refleja que esta es una realidad cada vez más presente en la sociedad. “Antes había cuatro famosas y podías hacer el ejercicio mental de decir bueno, yo no soy Madonna o Taylor Swift, pero es que ahora solamente en tu barrio habrá mínimo unas cinco influencers. Cada vez son más cercanas a ti”, describe sobre un contexto que lleva a que la responsabilidad de quienes comparten contenido y tienen cada vez más seguidores sea crucial en el proceso.
“Nuestro mayor guardián somos nosotros mismos. Los tabúes no se imponen, te pueden educar de una forma, pero eres tú quien te lo impones”, defiende como acto de resistencia a aquellos lastres que no tienen por qué afincarse en nuestras personalidades. La autora adopta una postura optimista en su discurso, como también ha reflejado en Otro verano sin pueblo, aportando una luz que puede que no sea la que siempre ilumina la realidad, igual que las desconocidas con las que pasas el casting para compartir piso no tienen por qué acabar siendo tus mejores amigas; pero a lo mejor sí.
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