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Michael Kiwanuka: razones para amar la diferencia

Michael Kiwanuka

Mónica Zas Marcos

Madrid le debía una disculpa a Michael Kiwanuka. La organización de su primera visita a la capital habría quitado las ganas de volver al músico más vocacional. Pero el de Londres ha querido reconciliarse con un concierto, cinco meses después de su paso por un caótico festival Mad Cool.

Kiwanuka acababa de atravesar una crisis creativa que desembocó en su impecable segundo álbum, Love & Hate. Habían sido cuatro años de dudas y de presión por seguir a la altura de los grandes nombres con los que fue comparado en 2012. Las reminiscencias de Marvin Gaye o Bill Withers aparecían en cada reseña de su primer disco, Home Again, y terminaron pasando factura. No alcanza la treintena y ya siente sobre sus hombros la responsabilidad de ser la esperanza del soul.

Pero lo ha conseguido. El cuidado con el que elige cada sintetizador, arreglo vocal o referencia en sus diez temas nuevos le sitúa con creces a esa altura. Así son los diez minutos de apertura en Cold Little Heart, con las cuerdas temblorosas y un coro femenino que transporta. Así es también Love & Hate, la canción donde aprendió a catalizar los grandes miedos de la humanidad y fue merecedora de bautizar su regreso. Los medios especializados puntuaron con un sobresaliente este trabajo y por fin Kiwanuka pudo aflojarse un poco la soga.

Y así, recién recompuesto, se subió a un escenario del Mad Cool para enseñarnos el fruto de sus años de sufrimiento. A cambio, nosotros le recibimos en un enorme bloque de hormigón que ahogaba su voz rota y los solos de su guitarrista. Además de la penosa acústica, la pista quedó desangelada por culpa de las ineficaces medidas de seguridad del festival. Pero Kiwanuka arañó sus minutos como quien no tiene nada que perder. También prometió a los frustrados asistentes que volvería en noviembre. Por descontado.

Como hombre de palabra, se subió el pasado jueves a lo alto del teatro Barceló para tocar en Madrid como si fuese la primera vez. Las paredes ya no rebotaban el sonido y la pista estaba llena de una multitud tranquila pero dispuesta a acompañarle con palmas y tarareos. Por fin entendimos por qué Baz Luhrmann le eligió para la BSO de The Get Down y cómo Kanye West, el gran capo de la industria R&B, le hizo una oferta que sí pudo rechazar.

Estos últimos discos del británico merecen una escucha con los cinco sentidos, pero no se pueden comparar con sus directos. Las Midlands ya se rindieron ante ellos, ahora nos toca al resto del mundo. Y aquí van algunas razones por las que merece la pena agitar un poco el bolsillo y apuntarse la fecha de sus próximos conciertos.

Sus acústicos

No podemos presentarnos a una cita con Michael Kiwanuka dispuestos a robar sus canciones con nuestros tarareos o chillidos de emoción. Los temas que nos hemos aprendido al dedillo a golpe de repetición se antojan totalmente nuevos en el cara a cara. En el comienzo de Home Again, por ejemplo, sus guitarras y bajos se alargan tanto que inundan la atmósfera de un aire jazz sesentero.

Tampoco hay forma de seguir las letras. El británico repetirá las estrofas y cambiará graves por agudos según le interese. Ese perfil de cantautor profundo le ha valido el título de Van Morrison negro. Son momentos de pura intimidad, donde parece otra vez ese chaval que se escondía a componer en su cuarto. Desde abajo solo nos queda contagiarnos de la música en mayúsculas y pendulear un poco sobre nuestros pies.

Su nobleza

Hay pocos talentos anglosajones que puedan contar que rechazaron a un rapero millonario en sus inicios. Decíamos que este londinense de raíces ugandesas dio calabazas a Kanye West, con todo el riesgo que supone ofender a uno de los capos de la industria. Ya había compuesto para West en 2013 algunas melodías para Yeezus, que se convertiría en la última colaboración entre ambos.

El magnate le quiso de nuevo en su equipo para cantar I am a God, pero Kiwanuka no aceptó por motivos de fe. Como cristiano declarado le hizo saber que no se sentía cómodo con esa canción y, de paso, reconoció que sus avanzados equipos técnicos le quedaban grandes. Esa honestidad, lejos de pasarle factura, le ha abierto puertas y Kanye West ha seguido admitiendo la debilidad que siente por el de Londres.

Su banda

Kiwanuka no solo canta “lo que le sale del pecho” -como él dice-, también lo hace rodeado de los mejores músicos para ello. Es difícil encontrar a un vocalista y cabeza de grupo que pida una y otra vez una ovación del público para su banda. Así es el bueno de Michael. Siempre acompañado de su soberbio bajista, el cantante dejará largos momentos de lucimiento personal también al pianista y a los bombos de su percursionista.

Con ellos, I'm getting ready y Black man in a white world suenan como recién salidos de un club nocturno de Nueva Orleans. Los medios de comunicación muchas veces olvidamos a los que aguantan estoicos en la segunda fila. Por eso necesitan un líder humilde que sepa compartir el baño de multitudes entre seis y recordar que ese concepto abstracto de banda tiene nombres y apellidos. Al fin y al cabo, sus cantos a las injusticias raciales y a los dramas humanos no se podrían tocar en solitario.

Sus derrotas

Kiwanuka reconoce que ha tenido suerte en su carrera y le han abierto muchas más puertas de las que ha ido tocando. El disco Home Again fue el mejor currículim que pudo presentar. En seguida le apadrinó el Midas de la música, productor de Adele, Beck y The Black Keys. Pero eso tampoco le libró de algunos tragos amargos, aunque sean pocos.

El británico ha perdido dos años consecutivos el Mercury Prize, el premio británico más relevante entregado a un álbum. Ha reconocido que su primera derrota frente a Alt-J, en 2012, le hizo replantearse su lugar en la música. Pero ya recuperado y con un chute de energía extra por las excelentes críticas, ha asimilado que su carrera no depende de una popularidad repentina. El suyo es un ascenso a fuego lento. Quizá no robe las primeras planas, pero siempre tendrá las larguísimas ovaciones de un público que sabe reconocer el músculo y el corazón de su música.

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