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Nadie es contingente en el pueblo de 'Amanece, que no es poco'

Garcinuño enterrado en el semillero de hombres, en la misma localización de la película, cuando todavía conservaba las manos (Manolo Ruiz Toribio / Salvaje)

Virginia Mendoza

Revista Salvaje —

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Ya ha amanecido, que no es poco. La niebla cubre la sierra y es tan espesa que no sé si el sol ha salido al contrario. Al llegar a Aýna, Albacete, el mundo ha dejado de ser un sindiós y se muestra en orden: el sol ha salido y lo ha hecho por donde le corresponde. Este lugar rural, rural nada más, enclavado en la garganta del Río Mundo, muestra su entorno en todo su esplendor cuando el sol le saca todos los tonos posibles del verde a la sierra de Segura, que ya se ha vuelto tecnicolor.

Aunque es día de mercadillo, me pregunto, como Jimmy (el personaje interpretado en la película por Luis Ciges), si los vecinos no se estarán haciendo pasar por fantasmas. Aparecen de pronto dos mujeres sentadas, como si se acabaran de desdoblar, una de esas cosas que aquí hacen los borrachos. Con un bastón de caña, una de ellas apunta hacia su casa: “Si necesitáis algo, vivo ahí”, dice Rosario a modo de saludo. Lleva un pequeño rosario colgado sobre el pecho, no sé si por verdadera devoción o en honor a su nombre. Rosario ha pasado la mayor parte de su vida en Francia y presume de que su padre se negaba a marcharse de su pueblo cuando la mayoría lo hizo. Estuvo a punto de sucumbir: le hablaron de las posibilidades de trabajar en Estados Unidos e inició los trámites. “Pero uno del pueblo le dijo que los americanos no ataban a los perros con longanizas y rajó los papeles”, cuenta. Pienso en Teodoro (Antonio Resines) y contengo las ganas de responder que los americanos también tienen cosas positivas.

De contingente a necesario

En el despacho del alcalde de Aýna, el pueblo que dijo Pepe, hay una mano oscura y dura sobre un mueble. Juan Ángel Martínez, el actual inquilino del despacho, no explica nada al respecto. La primera vez que coincidimos en Aýna sujetaba su pantalón con tirantes, escondía unos ojos azules detrás de unas gafas que no necesitaba y llevaba sombrero. Parecía un director de cine albaceteño. Se acercó y dijo: “Hola, soy el Niño Deprimío”. Le dije que pensaba que era hijo de José Luis Cuerda y me regaló una chapa con la cara que tenía cuando interpretó el papel de un niño sin ganas de vivir. Sobre la cabeza del alcalde hay un cuadro del rey emérito joven. Ninguna señal de la devoción del pueblo por Faulkner.

Tenía doce años, nunca había salido del pueblo y el cine vino a él. A nadie, ni a José Luis Cuerda, se le habría pasado por la cabeza entonces que ese niño algún día llegaría a hablar un pijo de bien. “Me asignaron el papel por tímido. Era monaguillo y recuerdo que me senté a una mesa redonda donde estaba Cuerda con su equipo y, como era muy tímido, no los miraba a la cara”, dice.

El Niño Deprimío es, desde mayo, Munícipe por Antonomasia. “He pasado de contingente a necesario”, fue una de sus primeras declaraciones, dejando claro cómo la película sigue marcando el destino del pueblo. Durante más de 20 años trabajó como delineante, pero ahora se dedica al turismo rural y preside la Asociación de Amanecistas. Su objetivo siempre fue convertir su pueblo en un reclamo turístico gracias a una película que en su momento pasó desapercibida porque no tuvo buenas críticas, pero que Internet y sus actores secundarios están revalorizando cada vez más.

El término 'amanecista' se extiende y cada vez son más los turistas que llegan los fines de semana al pueblo, atraídos por la película, en busca de las localizaciones de sus escenas favoritas e incluso con la esperanza de cruzarse con algún actor secundario. El día de la Quedada Amanecista, que se celebra cada año a principios de verano, el pueblo se llena de forasteros.

Hoy el nombre de Aýna está tan relacionado con la película que el nuevo alcalde asegura que en cualquier parte de España, cuando dice que es de Aýna, siempre aparece alguien que aclara: “Ah, el pueblo de Amanece, que no es poco”. El eco es tal que a él mismo le sorprende todavía: “He salido en la contraportada de El País. Y sin haber matado a nadie”, bromea.

Aparece un hombre con una mirada alegre detrás de las gafas. No muestra ningún síntoma evidente de estar dormido. El alcalde dice: “Mira, es el Niño Sonámbulo. Bueno, el teniente de alcalde”. El amanecismo municipal pudo ir a más: el Niño Sonámbulo, Paco León, asegura que este año en las listas del PP del pueblo también iba uno de los labradores de la película. Para monja no se presentó nadie y la Guardia Civil, como siempre, perdió las elecciones. En Aýna no tardó en extenderse la broma de que nunca habían tenido un gobierno tan completo, regido por el Niño Deprimío de día y por el Niño Sonámbulo de noche. Raro sería que los del pueblo de al lado lograran concretar un previsible intento de invasión.

La toma de posesión coincidió con la novena Quedada Amanecista, una reunión anual a la que algunos acuden disfrazados para pasar el fin de semana en Aýna, Liétor y Molinicos, los tres pueblos sede de evento por su vinculación con la película. Reinterpretan escenas en sus localizaciones, hablan raro, en amanecista, comen atascaburras, juegan al trivial de la película, visitan el centro de interpretación de la película y se hacen una foto en la que cada año son más (en 2018 llegaron a ser 200). A la quedada puede unirse cualquiera durante un fin de semana que culmina, cómo no, viendo una vez más una película que han memorizado. El Niño Sonámbulo recuerda entre risas cómo, en un momento de la quedada, al otro lado de la ventana, los amanecistas gritaban: “Alcalde, todos somos contingentes pero tú eres necesario”. “No lo hicimos aposta”, dice, “fue casualidad. Intentamos que fuera un acto serio, pero era inevitable”.

El Niño Sonámbulo tenía catorce años cuando se rodó la película y ganó tanto dinero ese verano (los secundarios cobraban 5.000 pesetas por día y los extras 3.000) que se compró una moto. Aunque recuerda que lo pasó muy bien durante el rodaje, vivió un día tenso el día que tuvo que rodar la famosa escena en la que su madre le lleva al baño para evitar que se haga pis en el salón mientras deambula sonámbulo. Antes de bajar a rodar, un miembro del equipo de rodaje le dio unas breves explicaciones de lo que tenía que hacer: “Yo voy a estar en el baño. Tú pones cara de dormido y, mientras haces pis, te voy indicando”. Habría preferido estar acostado para no pasar por eso. “Tenía que mear delante de todos. Digo 'a ver cómo salgo yo de esta'”, recuerda. A medida que rodaban la escena, el Niño Sonámbulo se iba relajando mientras pensaba que aquello tenía que ser broma. Que es lo que era.

¿Alguien entendió algo?

Un hombre de rojo cierra una furgoneta de un portazo. Se dirige hacia una tienda en la que una mujer rubia de pelo corto juega con un perro mientras un hombre con chaleco y ojos risueños espera. Los tres aparecieron en la película. El último, José, se apresura a decir: “'La chica tiene que ser comunal'. Eso lo dice otro, pero le digo yo: 'y turgente'. Y dice: 'turgente ya es'. Dice: '¡turgente!' y nos liamos a guantás. Una risión...”, recuerda entre carcajadas.

La Chica Belga, María Enriqueta Cabrera, entra en la tienda. Es un espacio diminuto donde hay gominolas, escobas y lotería. Mientras que muchos de sus vecinos han memorizado el guión, a María Enriqueta no le interesó seguir la película. Lo cierto es que, en el momento del estreno, la cinta gustó menos a los vecinos que el sombrero del argentino que plagió a Faulkner. Lo tiene ella hablado con todo el pueblo: “Nos llevaron a Albacete a verla y nos gustó ver a la gente porque estábamos todos. Pero la película, madre mía. Quien diga que le gustó, pues con el tiempo les estará gustando, pero en aquel momento no”.

En Aýna, todos coinciden en que no entendieron la película. Como tampoco la entendió Antonio Resines, que era protagonista. Pero José Luis Cuerda, como Quijote apasionado capaz de arrastrar a quien no entiende qué está pasando, logró reunir a los mejores actores españoles de la época, a casi todo el pueblo de Aýna, y parte de Liétor y Molinicos durante el verano de 1988. Eligió el lugar con esa misma confianza ciega: alguien le dijo que rodara allí y eso hizo. Un día llegó, convocó al pueblo y casi nadie pudo resistirse a participar en el casting. Aunque algunas escenas se grabaron en Liétor y Molinicos, Aýna se convirtió en el centro de operaciones porque contaba con un hotel, dos taxis y un grupo de teatro infantil. No entendieron nada, pero fueron ellos, esas personas anónimas de Aýna, quienes pronunciaron algunas de las frases más memorables de la historia del cine español. Con el tiempo, no solo fueron entendiendo ese humor que en realidad era demasiado familiar, sino que repiten sus frases con orgullo a los forasteros y algunos vecinos se han aprendido el guión casi al completo.

Fueron tantos los actores secundarios y extras locales que para que fueran al estreno hubo que hacer un sorteo. Los que ganaron fueron hasta Albacete en autobús, se rieron al reconocerse en la pantalla y salieron de allí desconcertados. “Pero éramos ya más amanecistas que la película”, aclara el Niño Sonámbulo. Sin quererlo, el pueblo que dijo Pepe ya se había dejado contagiar por el absurdo de la película. Tanto es así, que sin que nadie sepa por qué, desde el estreno de la película su nombre a veces aparece con tilde y otras sin ella. En vista del sindiós que divide el pueblo, es inevitable preguntarse si esto lo saben en Madrid. Y resulta que sí: un paisano que quería que su pueblo fuera todavía más peculiar pidió a la Real Academia Española que diera por correcta la tilde de Aýna. A la RAE le pareció bien y ahora el pueblo se divide entre los que ponen la tilde y los que no. “Como es un humor habitual aquí, quizá no lo ves importante. Cuando lo muestras al de fuera y se sorprende, lo ves”, dice entre risas el Niño Sonámbulo.

Este mundo surrealista es la plasmación de la infancia de Cuerda, un muchacho manchego cuyos padres, como cuenta en su autobiografía Memorias fritas, recién publicada por Pepitas de Calabaza, fueron conformando el imaginario del cineasta. Su padre era jugador de póquer, ganó un piso en Madrid y decidió dejar Albacete. Su madre una vez se cayó y se quedó clavada en la tierra, como mujer que brota del bancal. Hay una escena de la infancia del cineasta que es claro terreno fértil para lo que vino luego: no se sabe si harto de ir unos días en bicicleta, el padre decidió comprar un coche. Antes de dar el paso definitivo, sentó a sus hijos en un sofá para así comprobar si sabrían ir en este vehículo.

Sus primeras películas no destacaron, hasta que El bosque animado recaudó lo bastante en taquilla como para propiciar el rodaje de aquella historia incomprensible que era Amanece, que no es poco. Han pasado 31 años y todavía hay detalles que nadie, ni el Niño Deprimío, amanecista por antonomasia, entiende.

— Por ejemplo, el cerdo que llevaba Jimmy —dice—. Nadie sabe de dónde sale ni se cuenta en ningún sitio. De repente, aparece. Ni se explica por qué el alcalde va de luto, con el brazalete negro…

— Algún día lo explicará Cuerda — dice el Niño Sonámbulo.

Amancio Palacios, Amanciete, nos abre la taberna de la película, que es en realidad una cochera. A sus 91 años, la cara de Amancio ha recorrido las redes sociales después de que se viralizara la secuencia en la que se entera de que el alcalde manda repetir las elecciones. Recuerda la escena: “Dice [el alcalde] 'habrá que hacer elecciones' y le digo '¿pero es que se ha vuelto loco? ¿Elecciones? Habrá que hacer campaña, pegar carteles'… Y contestaba: 'no, no, aquí ya nos conocemos todos'”. Amancio salió del cine con la misma impresión que sus vecinos. “Fuimos al estreno a Albacete y cuando terminó nos mirábamos los unos a los otros. Aquello era un lío”, recuerda.

Lo que ha cambiado el mundo

Apenas una década antes del rodaje desapareció la última fábrica de esparto, que era el principal sustento de Aýna. Luego empezó a vaciarse, pero la película reactivó el pueblo durante un mes y medio en el que todos participaban, ganaban dinero como actores secundarios, extras o camareros. El hotel estaba lleno y los dos taxis locales siempre ocupados. Durante el rodaje, Aýna contaba con unos 1.500 vecinos. Pero la bonanza de aquel verano solo fue un espejismo y hoy el censo indica una población de 638 nombres que, en realidad, y sobre todo en invierno, es muy inferior. A Amancio le parece que su pueblo “ha cambiado lo que ha cambiado el mundo”.

Ahora caigo en que el primer momento amanecista lo viví nada más llegar al pueblo: el camarero que me sirvió el café interpretaba a un borracho en la película. Es la hora de la cerveza y Pedro está solo ante la barra, la cocina y las mesas. Mientras corretea de un lado a otro, le digo que ha cumplido el sueño del personaje de Quique San Francisco en la película, y a él sí que le han cambiado el papel: de borracho a camarero. Para en seco y, con cierta timidez y un amago de sonrisa, bromea: “Yo me había apuntado ya a Alcohólicos Anónimos y ahora…”. No termina la frase y retoma el trabajo. Pedro ya no guarda casi ningún parecido con su versión del pasado. “Es que soy el único que ha rejuvenecido”, aclara.

Cuando al fin queda vacío el local y aun asegurando que no se puede parar, Pedro sale de la barra y empieza a hablar con una voz tímida, floja, sin prisa: “Fueron dos horas y media a 50 grados. 'Vocea más, vocea más', me decían. Y yo: 'pero si no puedo vocear más'. Y venga micrófonos...”. Está a punto de bajar la persiana. El pueblo está vacío a la hora de la siesta y los bares ya están cerrados.

Algo de Góngora

A punto de abandonar Aýna, encontramos a Garcinuño manco en el bancal, clavado en la tierra porque le dio por no brotar y no brotó. Un día, Garcinuño tenía cuerpo de Góngora. Como no podía moverse, clavado en en semillero de hombres como estaba, dijo a un labrador: “Tráeme algo de Góngora”. Años después, en ese punto se colocó una réplica. Los visitantes se han hecho tantas fotos sobre sus brazos que se quedó sin manos, como esos huecos que se quedan en las iglesias donde todo el mundo besa, cerca de los santos. Hoy una de sus manos está en el despacho del alcalde. La otra, no se sabe.

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Texto del número 2 de Salvaje, la revista trimestral que quiere sacarte al campo que se publica exclusivamente en papel y no tiene versión online. Hemos querido hacer una excepción compartiendo este reportaje con los lectores de eldiario.es en homenaje a José Luis Cuerda. Puedes suscribirte a la revista aquí.Salvajeaquí

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