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Paul Graham y el arte de convertir lo anodino en extraordinario

Paul Graham en la Conferencia de Fotografía Contemporánea/ Foto: Fundación Telefónica

EFE

Madrid —

“Detente y presta atención por un momento a este fragmento de vida. Ahora, piénsalo otra vez”. Así resume Paul Graham la cualidad esencial de la fotografía artística y ese es para él su mayor atractivo, convertir lo anodino en algo extraordinario.

“Es algo que siempre he respetado en el trabajo de otros -William Egglestone, Walker Evans, Diane Airbus-, cómo nos muestran cosas que uno no percibe a simple vista, casi lugares comunes a los que no prestabas atención”, explica a Efe el fotógrafo británico a su paso por Madrid para impartir una conferencia en la Fundación Telefónica.

Dos piezas de su serie “American Night” (1998-2003), resultado de un viaje por el lado invisible de varias ciudades de Estados Unidos que ya se exhibieron hace diez años en Photoespaña, pueden verse de nuevo, hasta el 30 de marzo, en la exposición de la colección permanente de fotografía contemporánea de la fundación.

Tanto esas instantáneas, como las que componen su serie sobre el conflicto de Irlanda del Norte (“Trouble Land”, 1986) o las que invitan a la reflexión sobre la identidad europea (“New Europe” 1992), dejan traslucir una especial sensibilidad social desde la que Graham invita a transformar la representación de la realidad.

“Una de las cosas grandes y únicas de la fotografía es la forma en que te obliga a involucrarte con la vida”, afirma, sentado frente a un retrato anónimo de Sam Taylor Wood, un hombre yacente de inspiración clásica también incluido en la muestra, junto a obras de Thomas Ruff, Andreas Gursky, Cindy Sherman o Richard Prince.

“La fotografía que adoro sale al mundo. Coetzee decía que un buen autor aprende a escuchar a los personajes y les acompaña en su viaje, pero no les dice adónde ir. Con la fotografía es igual, sales al mundo, lo escuchas y el mundo te lleva a otro lado”.

Pionero en la introducción del color en la fotografía documental, la obra de Graham se ha expuesto en los museos más prestigiosos, desde la Tate de Londres al MOMA de Nueva York, pero si le preguntan por un momento clave en su carrera hacia el éxito, él prefiere mirar hacia dentro.

“Si buscas el reconocimiento de un periódico, de una novia o de tus colegas, nunca estarás satisfecho”, razona. “El verdadero momento de reconocimiento para mí ocurrió hace 33 años, en 1981, cuando hice una serie de fotografías, después de un viaje por Inglaterra, miré los negativos y pensé 'Caramba, esto es bueno'”.

La serie era “The Great North” y retrataba la desigualdad de caracteres en un mismo territorio a uno y otro lado de una autopista. “Fue un momento maravilloso”, rememora.

A sus 57 años, Graham también recuerda con bastante precisión ese otro momento clave, muchos años antes, en que vio claro que lo suyo era la fotografía.

“Estaba en la universidad, yo estudiaba Biología. Fui a la biblioteca y había una sección de Estudios Americanos, y dentro de ella, un apartado de Antropología. Tenían fotos de Robert Frank, Gary Winogrand, Lee Friedlander, Paul Strand. Me pareció increíble que eso existiera”.

A partir de ahí empezó un aprendizaje completamente autodidacta, que no le ha impedido poder ponerse, al cabo de los años, en el lado del profesor y dar clases en el máster de Fotografía de la Universidad de Yale.

“Debe de ser extraño recibir lecciones sobre cómo hacer arte, pero los buenos consejos siempre son útiles”, considera.

¿Y cuál es su consejo principal? Lo piensa unos instantes y responde: “No seas estúpido. Hay muchos libros estúpidos, películas estúpidas, fotografías estúpidas y pinturas estúpidas. No te unas a ellos”.

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