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Participación ciudadana en la cultura: concepto y realidad

Fábrica de Gas de Oviedo

Carmen López

El término “participación ciudadana” se repite en el lenguaje político-social de manera constante desde hace meses. No sólo en los discursos de nuevos partidos o movimientos sociales, sino también por parte de los encargados de gestionar las acciones gubernamentales, especialmente en los ayuntamientos y más concretamente en relación con la cultura.

Un ejemplo puede ser el del proyecto de la Fábrica de Gas en Oviedo, una más de las que han ido surgiendo como setas en todo el territorio nacional. En 1999 las partes que la forman estuvieron a punto de desaparecer debido a la fiebre inmobiliaria de la época. Finalmente se salvaron, en gran parte por la protesta ciudadana. En 2012 Hidroeléctrica del Cantábrico (EDP) presentó un plan que proponía varias acciones de rehabilitación, obra del arquitecto César Portela. Tras aprobarse dicha propuesta y con el reconocimiento del espacio como Bien de Interés Cultural, el Ayuntamiento de Oviedo se quedó con el edificio de la entrada, que decidió dedicar a la actividad cultural.

El equipo encargado de llevar a cabo la transformación incide en que la participación ciudadana debe ser parte esencial del proceso en el que se decida exactamente qué es lo que va a contener el continente. Chus Neira, asesor cultural del equipo de gobierno local desde mayo de 2014, es la cabeza visible de dicho proyecto. “El edificio no es muy grande y sobre todo no tiene grandes espacios: no es el prototipo de fábrica con techos altísimos con unas naves inmensas. Hay como unos diez espacios de diverso tipo y tamaño. En función de eso pensamos que quizá lo mejor era enfocarlo a un espacio para la residencia de artistas. Tiene que responder a una carencia que hay en la ciudad con respecto a las artes plásticas y al arte contemporáneo. No resolverá el problema de un gran espacio expositivo que hace falta en la ciudad, pero sí el de tener un lugar donde los artistas tengan un sitio en el que intercambiar proyectos además de un centro de formación de artistas y público”, explica.

El proyecto marco está colgado en la página web del Ayuntamiento, a través de la cual los ciudadanos pueden hacer sus propuestas acerca de las actividades que se vayan a realizar o del modelo de gestión del espacio. Por el momento se están organizando visitas guiadas para ver la arquitectura del edificio por dentro además de un “plan de usos, gestión y viabilidad” encargado a la empresa Interpreta Cultural Projects por 21.175 euros, en el que se deberán presentar acciones concretas.

Asimismo se han organizado charlas con la presencia de representantes de proyectos de “Fábricas culturales” ya consolidados como el Ateneo de Nou Barris de Barcelona, Zaragoza Activa y Matadero de Madrid. “El modelo que más me gusta es el de Matadero”, explica Neira, “me parece el más flexible, que combina bastante bien lo público con lo privado y que, sobre todo, ha ido incorporando una participación directa de la programación por parte de la ciudadanía que es muy interesante”. Aunque matiza que “no tiene que ser un clon de otro espacio sino construir su propia identidad”.

El concepto y su realidad

Pese a las buenas intenciones de los impulsores de estos planes culturales y de reutilización de espacios industriales, en ocasiones el resultado no es el esperado. Y muchas veces lo que falla es el propio proceso de participación, que no se hace correctamente o directamente ni se lleva a cabo.

“Antes de llevar a cabo cualquier proyecto de este tipo se debe conocer el contexto en el que llevar a cabo la transformación urbana y por eso es muy importante realizar un análisis y diagnóstico territorial, también participativo”, cuenta Gema Jover Roig, integrante del equipo de investigación social MonoD Estudio [dedicado al análisis socioterritorial y el diseño, gestión y planificación participativa]. “Esto sirve, entre otras cosas, para pulsar el tejido asociativo o social y así reconocer si podemos hablar de gestión participativa de ese espacio a transformar”.

Como ejemplo de fracaso, nombra el de Las Cigarreras de Alicante, una antigua y enorme tabacalera insertada en un barrio obrero con un gran porcentaje de población inmigrante o de edad avanzada. “Su interior se utiliza ahora para dar clases de formación de informática, conciertos y poco más. No han pensado en ofrecer el mínimo servicio básico como una atención de proximidad para la gente mayor, por ejemplo. Se ha programado un tipo de cultura muy concreta para un tipo de persona y con una edad que no abunda en dicho barrio precisamente”.

Un caso de éxito

Jover cita el centro Astra Gernika como muestra de éxito. El proyecto comenzó con una okupación de un edificio pero consiguió convertirse en una verdadera fábrica de creación y servicio a la ciudadanía plenamente consolidado. Lo que pretenden hacer muchos ayuntamientos pero con un servicio real, sin grandilocuencias que mejoren la imagen del gobierno local.

“Lo más interesante es todo ese trabajo previo de coordinación y organización”, dice Jover, “que llevaron a cabo para articular a todo un grupo de gente con el objetivo de conformar lo que después será el contenido del espacio, su uso social”. Las características de su desarrollo dejan al centro fuera de la “burbuja de fábricas” que parece haber surgido en el territorio nacional al igual que antes de la crisis sucedió con los enormes edificios de auditorios y palacios de congresos. Toda ciudad que se precie tiene que tener una.

Que la ovetense Fábrica de Gas acabe dando un servicio útil para la vida cultural y social de la ciudad dependerá, en gran parte, del tipo de proceso de participación que se lleve a cabo. Neira parece tenerlo claro: “El empeño en la participación ciudadana es para que no sea un proyecto cerrado presentado desde el Ayuntamiento como pudo ser el de La Laboral o el Niemeyer. Cito estos porque están aquí en Asturias. Nosotros pretendemos aprender de los errores recientes: hemos visto que muchas veces estos centros están pensados para un colectivo que finalmente los puede rechazar porque no se sienten partícipes o porque han sido diseñados para otros escenarios y no queremos que ocurra con éste”. El tiempo (y posiblemente los presupuestos) dirá si lo consiguen.

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