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Mi amigo Camps

Josep Moreno

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“Puig y Oltra me tienen pavor político, saben que en las urnas los barro” dijo Camps. Y de repente ardieron las redes, se multiplicaron los “memes” y se inició un debate todavía inconcluso sobre si debería o no establecerse un mecanismo aleatorio que obligase a todos y todas aquellos que ostentan un cargo público a pasar un estricto control antidoping inmediatamente después de participar activamente en una rueda de prensa.

Pero yo no pienso colaborar en el linchamiento de quien, nos guste o no, fue “el President” de todos los valencianos. A mi me preocupa el lado humano de la política. Como expolítico que siempre seré, me interesa más el hombre tras el traje que él jura que se pagó. Por eso me pregunto y comparto con ustedes esta duda: ¿Este hombre tiene amigos?

Porque tras escuchar con atención su desventurada rueda de prensa solo cabe preguntarse: ¿Quién, y sobre todo, bajo qué estado mental, aconsejó al todavía “molt honorable” dar ese paso? ¿Quién y con qué deleznable objetivo, suministró a Francisco Camps Ortiz. o dejó a su alcance, esas extrañas encuestas en las que “barre” a tanto diestro y a tantísimo siniestro?

Ver a ese hombre en tan penosa tesitura me ha dado qué pensar, sobre la maldad humana y el encarnizamiento con el que el pueblo llano acostumbramos a devorar a nuestros ídolos caídos. Porque ha de existir el mezquino que dijo a Camps “si te presentas arrasas”, eso seguro. ¿En qué autobús, tren de cercanías o cualquier otro medio de transporte público se le acercó el miserable que le convenció de tamaño despropósito? ¿En qué cafetería, de las muchas que sin duda frecuenta, bar o restaurante se orquestó la mofa? ¿Quién fue el que, achispado por la penúltima copa de la sobremesa, y llevado por la más detestable sevicia, se acercó a la mesa donde el pobre Paco pasaba la más dolorosa de las páginas de su vida para decirle: “¡Paco vuelve!”? Y doy por hecho y me niego a creer que semejante insensatez haya sido inspirada por la compasión de algún familiar cercano o clérigo de su confianza.

Alguien debería haberle dicho a este hombre “Paco, déjalo correr”. Pero no, no hay amigos después de pasar por la política, compañero. No hay honores. No hay agradecimiento. Solo desdén y olvido. Y es ese atronador silencio que queda tras los vítores y clamores de la falsa gloria vivida lo que puede desorientarte hasta el punto de confundir el sonido del tráfico tras la ventana de tu alcoba con el rumor de las multitudes de aquel mitin en la plaza de toros con Alfonso y Rita, al guardia jurado del Zara con el policía autonómico del Palau y al carterista que ayer te abrazó en el metro con aquel agradecido militante de Zombrera del Júcar que tenía una hija llamada Juana y que tú colocaste en Canal 9.

Todo eso pasó, amigo. A ti y a mi solo nos espera el olvido. Estamos solos en ese tiempo que sigue al de la política en el que uno lo daría todo por tener cerca a alguien capaz de asumir el riesgo de causarnos el dolor de arrancar de una vez la venda de nuestros ojos. Estamos solos, Paco, en ese momento de la vida en el que uno lo daría todo por tener, de verdad, un amiguito del alma.

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