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Arte para provocar: “¿Por qué unas personas son más valiosas que otras?”

Marc Quinn en su intervención en el Hay Festival de Segovia.

Marta Maroto

Arte para borrar las fronteras, arte migrante. El escultor británico Marc Quinn habló en el encuentro internacional de arte y literatura Hay Festival en Segovia de su nuevo proyecto Our Blood (Nuestra Sangre), una instalación con la que pretende mostrar que todos los seres humanos son iguales pese a las apariencias.

Dos cubos de un metro de longitud con un peso de una tonelada. Una tonelada de sangre. Esa es la idea, radical y minimalista, con la que Quinn pretende aportar y reaccionar frente a “una de las tragedias más grandes que nunca hayamos visto”, la llamada crisis de los refugiados. Cada caja, una frente a otra, estarán llenas de la sangre congelada que han donado personas refugiadas y migrantes y otra de personas 'no refugiadas'.

Un cubo, un bloque, y la reducción del mundo a dos categorías de personas. Simplificar para “humanizar” y contar que “todos somos uno”, como reza uno de los testimonios del vídeo con el que Quinn ha lanzado su proyecto. Porque, según cuenta el artista –que ya utilizó la sangre para esculpir su autorretrato–, más allá de la piel, de la procedencia, lo que todos tenemos igual es el color de la sangre.

Así, las dos cajas serán idénticas, resaltando el ridículo de las etiquetas. “¿Por qué unas personas son más valiosas que otras?”, se preguntaba desde la majestuosa sala del Instituto de Empresa segoviano. “Los refugiados están tan infravalorados que no pueden vivir en sus propios países, entonces pensé en buscar a las personas más sobrevaloradas en la sociedad”, y por eso eligió a artistas y personajes famosos para mostrar “los dos extremos”.

Así, el cubo de sangre de los 'no refugiados' contará con caras como la de Bono, Kate Moss, Anna Wintour… El poco original recurso de hacer participar a famosos, sumado al de una fuerte presencia en redes sociales y carteles publicitarios sirven al objetivo principal del autor: que el mensaje llegue a todo el mundo, a un público muy amplio.

Por eso, la instalación, que se podrá ver por primera vez el próximo año 2020, tendrá la máxima visibilidad posible y estará al alcance de cualquier transeúnte. Estará situada frente a la entrada de la biblioteca pública de Nueva York, protegida por una estructura diseñada por el célebre arquitecto Norman Foster. Para completar el proyecto y poder personalizar la mezcla, las personas refugiadas que han participado han grabado una película corta en la que cuentan quiénes son, de dónde vienen y cuál es su historia.

Una de esas historias terribles es la de Yayah y Salou Samassa, contada en castellano en el evento por su hermana Fatoumata. Hermanos del mismo padre, ellos nacieron en Mali y ella, en Francia. Pese a que su padre, funcionario público, tenía la nacionalidad francesa, no logró en vida ver cumplido el empeño al que dedicó más de una década y todos sus ahorros: que sus hijos nacidos en África se reunieran con él en Europa y así poder darles las mismas oportunidades.

Yayah tenía apenas 21 años cuando el Mediterráneo se lo tragó en la peor tragedia que ha sufrido esta triste frontera. “Se cansó de esperar”, cuenta Fatoumata, “tenía ganas de conocer otro mundo, y con la inconsciencia de su edad… decidió hacer lo que no debía”. Robó dinero a su padre y partió de Bamako hasta la frontera con Libia. Ahí fue la última vez que escucharon su voz. “Muy pocos inmigrantes que salen de Libia llegan a su destino, es el trayecto más peligroso que hay”, habla despacio.

Su hermano Yayah partió rumbo a Europa en una embarcación de madera en la que viajaban 700 personas. Sin embargo, “ese pesquero nunca llegó” a su destino, la costa italiana de Lampedusa, cuenta. Apenas un barco acudió a la llamada de socorro. El hacinamiento y el miedo hundieron la nave: “mi hermano Yayah desapareció en el mar el 21 de abril de 2015 con 21 años. No hubo rescate del cuerpo, no hubo duelo”.

En aquel entonces, el desastre produjo reacciones. La Unión Europea por fin contestó a las llamadas de Italia, cuya Operación Mare Nostrum ya llevaba dos años operativa, y apoyó con la creación de la Operación Sophia. Con el objetivo de combatir las redes de tráfico y no con la de socorrer, quedó prácticamente desmantelada a principios de 2019, desvalijada por el aumento de la presión de la ultraderecha en Europa.

A los pocos meses de enterarse de pérdida de su hijo, al padre de Yayahle detectaron un cáncer. Murió a principios de este año.

Y años más tarde, otro de sus hermanos, Salou, que está sentado en silencio al lado de su hermana, “cometió el mismo error que Yayah”, explica ella. Sin embargo, “entendió que Libia no era el camino” y voló a Casablanca. Se refugió en el Gurugú, el monte de Nador cercano a la frontera, “escondiéndose de la Policía de Marruecos, que se dedica a hacer redadas, a cazarlos en el bosque para devolverlos fuera de las fronteras de Marruecos”, relata.

Aguardó ocho meses “esperando su turno para subirse a la patera que le llevó a España”. Una zodiac con 62 personas a bordo, sin combustible suficiente. “Con esa gasolina nunca pueden llegar a la costa española”, señala Fatoumata. El conductor de la barcaza era un senegalés que había sido pescador, no era un traficante, señala. Y con una brújula y un mapa —no podían llevar móviles para que no les detectasen los radares de otros barcos— estuvieron 12 horas en el mar.

“Así hasta que un barco, si les encuentra a tiempo, les rescata”, continúa. Esta vez Salou sí tuvo suerte y un barco de Salvamento Marítimo le llevó a tierra. “Gracias a eso mi hermano no murió”, relata. Desde entonces Salou vive en casa de su hermana “de forma totalmente ilegal, sin derecho a trabajar, sin derecho a nada y… Así estamos”, cuenta resignada. Explica que toda su familia se había esforzado para que ellos llegaran por las vías legales pero que, tras diez años de espera, los dos hermanos habían decidido por su cuenta tratar de llegar a Europa de forma irregular.

Ahora los dos hermanos viven en Barcelona, donde conocieron a Quinn a través de otros familiares. Y son historias como las de Yayah, Salou y Fatoumata las que el escultor, con más de veinte años de activismo a través del arte, quiere contar al mundo. “Una escultura migrante y nómada” que recorrerá varias capitales mundiales portando en su interior la sangre de miles de personas refugiadas o en busca de refugio que, si no fuera a través de esta obra de arte, no podrían atravesar tantísimas fronteras.

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