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Ballet en medio de la guerra: la niña que cumplió su sueño y volvió al Teatro de Odesa

Margo en el papel de protagonista en un momento de la puesta en escena

Gabriela Sánchez / Gian Marco Benedetto

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Detrás de un imponente telón rojo, Margo apura sus últimos estiramientos antes de pisar el escenario después de casi diez meses. Su rostro, serio y concentrado, contrasta con el cuerpo y aspecto de una niña de 10 años. Está nerviosa, pero no lo evidencia. Es la primera vez que interpreta a Caperucita como bailarina protagonista. Es la primera vez que actúa en el simbólico Teatro de Odesa desde el inicio de la guerra de Ucrania. 

Aunque por un rato todo parece igual que antes, ahora todo es diferente. Lo recuerda una voz que resuena en el teatro minutos antes del inicio de la actuación: “En caso de sirenas, vayan al refugio dentro del teatro”. Pero se abre el telón, la música empieza y el ballet infantil de Svetlana Antipova permite al público olvidar el conflicto durante la hora y media del espectáculo. 

Han pasado casi diez meses desde que Margo, su hermano y su madre, Veronika, abandonaron Ucrania tras el inicio de la contienda. Se refugiaron en Moldavia y, tras pasar por distintos albergues, fueron acogidas en un resort convertido en refugio improvisado para las personas desplazadas de la guerra en el país vecino, como contaron a elDiario.es el pasado mes de marzo.

Atrás dejaron entonces a Oleksei, el marido de Veronika y padre de los niños. Atrás dejó Margo también sus clases de ballet presenciales, impartidas por su propia abuela, una histórica primera bailarina del ballet de Odesa, Svetlana Antipova. 

Volver a casa

En la platea del teatro, Veronika y Oleksei se agarran la mano mientras observan, entre nerviosos y emocionados, la actuación de la niña. Después de haber pasado seis meses separados por la invasión rusa, la familia vuelve a estar unida. La mujer decidió regresar a casa junto a sus hijos el pasado mes de agosto. Aunque la guerra continúa, la situación parecía más tranquila en su ciudad. 

“Me echaban menos, echaban de menos su casa. Yo los echaba de menos… ”, explica Oleksei a través de una videollamada desde la casa de su madre, la profesora de Margo. Él fue quien convenció a su mujer para que saliera del país, a pesar de las dudas de Veronika, que se inclinaba por quedarse. Pasados los meses, sin un acuerdo de paz a la vista, apostaron por retomar su vida en Ucrania. 

“Decidí volver porque los niños echaban mucho de menos a su padre. Para mí era muy duro estar en otro país y cada día estaba muy nerviosa por mi marido”, cuenta la ucraniana, estilista especializada en vestuario de danza, a través de mensajes de teléfono.

“Nuestro encuentro fue muy emotivo, los niños corrieron hacia el padre y saltaron sobre él y luego corrieron dentro de la casa para ver a nuestro gato. Cuando me encontré con mi marido nos quedamos de pie en la calle, llorando y abrazándonos muy fuerte”, describe. 

Han cambiado su refugio, un apacible hotel ubicado junto un gran lago en una tranquila zona rural de Moldavia, por su hogar en un momento difícil para volver. “Ahora vivimos en casa y es una gran felicidad, pero los apagones y los ataques con cohetes nos ponen nerviosos. Especialmente el 5 de diciembre, hubo muchas explosiones y oímos el ruido de los cohetes... Fue terrible, teníamos mucho miedo”. Los reiterados cortes de electricidad sufridos en la ciudad también dificultan aún más los ensayos de ballet de su hija. 

Ballet a oscuras

Un único foco -cargado con baterías- ilumina el espejo donde todas las alumnas se observan en el Estudio de Danza de Svetlana Antipova. Las pequeñas bailarinas se preparan junto a la barra que rodea la sala y la música marca el inicio de un ensayo de ballet diferente.

En penumbra, sus movimientos se funden con las sombras dibujadas en las paredes del aula de danza. Una voz increpa a quienes no estiran los pies lo suficiente, a quienes podrían elevar un milímetro más los talones. Podría parecer que apenas se ve nada. Pero ella, Svetlana Antipova, lo ve todo. Y tenía demasiadas ganas de hacerlo. 

Ahora las observa a oscuras, pero las ve completas y sin una pantalla entre medias, como hacía durante los primeros meses de la contienda.

La abuela de Margo rechazó salir del país y siempre se ha quedado en Odesa. Allí dedicaba parte de su tiempo a pensar cómo podría reanudar sus espectáculos en caso de que el Teatro de Odesa abriese sus puertas de nuevo. Muchas de sus alumnas habían abandonado el país y estaban desperdigadas por distintos países de Europa u otras ciudades ucranianas.

Pero Antipova nunca dejó de dar clase: para que sus alumnas mantuviesen su nivel, impartía lecciones de ballet on line. Después, retomó las clases presenciales. Había que retomar la vida, había que seguir bailando, aunque fuese en medio de una guerra. 

Cuando Margo regresó a Ucrania, tenía muchas ganas de volver a la escuela de danza, pero la niña se preguntaba qué pasaría si las sirenas o un bombardeo interrumpiesen una de sus clases. No se sentía segura lejos de su madre. “Después de hablar con ella y de que yo le prometiera estar siempre cerca de la escuela, retomó las clases de ballet”, cuenta Veronika.

En junio, el teatro decidió retomar su actividad con un dispositivo de seguridad adaptado a tiempos de guerra. En caso de sonar las sirenas, la actuación se interrumpe. Público y bailarines deben resguardarse en el refugio subterráneo. Si la alerta se mantiene durante una hora, la función se suspende y se celebra otro día. Si la alerta dura menos de 60 minutos, la obra continúa a pesar de la interrupción. 

Un mes de preparación

La abuela recibió la deseada llamada en octubre. Desde el teatro querían que su ballet infantil de Svetlana Antipova regresase a su escenario. Tenía poco más de un mes para prepararlo, pero aceptó. “Ella solía trabajar duro. Le preocupaba cómo estaban preparados los niños, después de un tiempo sin entrenar tanto como antes”, cuenta su hijo.

“Muchos aún estaban fuera de Ucrania, pero utilizamos a algunas personas de otras escuelas, porque es una gran oportunidad para que los niños actúen en este teatro”. El lobo de Caperucita, por ejemplo, es un adolescente procedente de Jersón, una de las ciudades que fueron ocupadas por las tropas rusas y han sido recientemente liberadas. El bailarín se refugió en Odesa, más tranquila que su lugar de origen, y acabó formando parte del elenco de Antipova.  

Para Margo, el reto de convertirse por primera vez en primera bailarina llegó de la mano de otro desafío: preparar la actuación en un tiempo récord con su exigente abuela como profesora. “Estaba muy contenta de volver al escenario y muy nerviosa, porque era la primera vez que bailaba el personaje principal de la obra, y sólo tenía un mes para aprenderlo”, explica su madre.

“Su abuela es muy dura como profesora de ballet y ha sido un mes estresante para Margo. Han discutido mucho, pero al final ha salido todo muy bien”, añade su padre, el hijo de la bailarina. 

Cuando el telón del teatro de Odesa se cierra, el público rompe en aplausos. La cortina roja se abre de nuevo y la pequeña Margo aparece con un gran ramo de flores, junto al resto del elenco. Entre cajas, el hijo de Svetlana trata de empujar a su madre al escenario. Ella se resiste. Prefiere que el protagonismo se centre en sus bailarines, pero Oleksei acaba por conseguir su objetivo.

La histórica bailarina retirada sale al escenario, mientras Vernonika y Oleksei se emocionan. Hacía años que la directora del ballet no salía al escenario tras la actuación. Su familia llega a empujarla, para que permanezca un poco más sobre las tablas. Quiere que, después de tantos meses complicados, Antipova vuelva a escuchar y observar los aplausos en un teatro repleto a pesar de la guerra.

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