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“En Gaza el día a día no se aguanta”

Tawfik, con el único de sus hijos que ha sobrevivido a la última ofensiva israelí, Rami, de 4 años. Tras ellos, el agujero donde antes estaba su casa. / Ana Garralda

Ana Garralda

Para Tawfik, Taisir y Tasam, tres de los cuatro hermanos de la familia Abu Yami, no hay futuro. El pasado 20 de julio cuando el clan al completo se encontraba en su vivienda de la calle Abu Safer de Jan Yunis, al sur de la Franja de Gaza, celebrando el iftar (la comida vespertina con la que los musulmanes rompen el ayuno durante el mes de Ramadán), dos misiles lanzados desde un F-16 israelí impactaron contra su casa. Murieron 26 miembros de la familia, incluidos Fátima, la madre, de 60 años, y Yasser, de 25, el cuarto de los hermanos, que falleció junto a su esposa y sus tres hijos (de 7, 5 y 3 años de edad) en el bombardeo. Según dijo el presidente palestino Mahmud Abás, durante la Conferencia internacional de donantes para la reconstrucción de Gaza celebrada este pasado domingo en El Cairo, 90 familias de la Franja han desaparecido del Registro Civil.

De los Abu Yami que han sobrevivido, Tawfik es el mayor. Trabaja en el puesto fronterizo de Kerem Shalom (único paso de mercancías entre la Franja de Gaza e Israel) y ha perdido a su esposa y a seis de sus siete hijos. Rami, de 4 años, es el único que le queda. Desde hace unas semanas el niño está al menos más distraído, ya que empezó –con más de 20 días de retraso por el último conflicto– el año académico para los casi 500.000 niños gazatíes en edad escolar. “Antes no paraba de hablar, era como un pequeño loro, ahora apenas se le escucha, habla muy bajito”, explica Tawfik, que no se separa del crío ni un momento.

Por las noches Rami tiene pesadillas, llama constantemente a su madre. “Se echa a llorar a cada rato y yo ya no sé cómo consolarle”, asume apesadumbrado Tawfik. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (UNRWA), más de 400.000 niños de Gaza necesitan ayuda psicosocial de manera urgente. Rami engrosa esa lista, pero de momento no ha recibido tratamiento. Muchos de ellos tampoco lo recibirán, y les quedarán secuelas psicológicas de por vida.

“Este es nuestro futuro, ya no existe”

Su tío Tazihier, de 32 años, policía de tráfico, también está solo. Los misiles israelíes se llevaron a su esposa y sus cinco hijos. Lleva sus fotos en el móvil y enseguida las muestra. Su mirada sobrecoge cuando las mira. “Este es nuestro futuro, ya no existe”, asegura este palestino a pocos metros de lo que antes fue la casa familiar, hoy convertida en un amasijo de hierros y escombros. El mismo amasijo de emociones que le sobrecoge por dentro cuando piensa en aquel día de julio, “aquel maldito día”, dice el gazatí, la jornada más mortífera que se recuerda en el sur de la Franja de Gaza.

A su lado se encuentra su hermano menor, Tasam, de 30 años, que aún va con muletas porque del día de los misiles le quedó una pierna rota y una herida en el cuello que no termina de cicatrizar. Como Taisir, él también perdió a todos los suyos. Con las bombas se fueron las vidas de su mujer y de sus tres niñas, la más pequeña de tan sólo un año. “Yo no pienso en el mañana. ¿Y el hoy? El día a día no se aguanta”, afirma este hombre de gesto amable. Se le intuye risueño en otro tiempo, pero ahora apenas esboza una sonrisa.

De acuerdo a la organización de Derechos Humanos israelí B’Tselem, decenas de familias, de entre 3 y 26 miembros, han desaparecido completamente de la Franja de Gaza en un total de 72 ataques israelíes (hubo más de 5.000 en las casi siete semanas que duró la operación “Margen Protector”. Las milicias palestinas lanzaron más de 4.300 cohetes contra Israel). Entre los 547 palestinos fallecidos en estos ataques contra viviendas familiares, según datos publicados a dos días de que ambas partes acordaran el cese de hostilidades, 125 eran mujeres menores de 60 años, 250 eran menores y 29 eran personas mayores de 60.

Familias como los Abu Yami, marcadas por la tragedia de una manera que es difícil siquiera describir. En su caso, la vida les reservaba otra desgracia más, aunque esta sí reparable. Los misiles israelíes que cayeron sobre su casa sepultaron los 38.000 euros en joyas y otras pertenencias que la familia había acumulado durante décadas de trabajo. Unos recursos con los que ya no podrán contar ni Tawfik, ni Taisir, ni Tasam y tampoco el pequeño Rami.

Más de 14 millones de euros sólo para retirar escombros

Según un estudio de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) publicado en septiembre, sólo para retirar los escombros dejados tras más de 50 días de guerra en Gaza hacen falta casi 14 millones de euros, pero antes hay una larga lista de prioridades. Entre ellas, seguir reparando la única central eléctrica de la Franja, las carreteras, los hospitales o las escuelas que han quedado destrozados.

Una reconstrucción que costará alrededor de 3.100 millones de euros, tal y como reclama el Gobierno unitario palestino y que no será posible si Israel y Egipto no abren sus fronteras para permitir la entrada de las 10.000 toneladas diarias de cemento que harán falta, según estimaciones de la ANP, para devolver a la depauperada Gaza al ya insostenible estado en el que se encontraba antes de la guerra. Entonces 1,8 millones de gazatíes malvivían en apenas 370 kilómetros cuadrados. Ahora seguirán sin poder salir, pero sobrevivirán, al menos hasta mañana. El futuro se presenta negro para decenas de miles de gazatíes, como aseguran los hermanos de la familia Abu Yami.

Sin embargo ellos, como adultos, disponen de más recursos para salir adelante junto al único superviviente menor del clan, el pequeño Rami. En el caso de Bisán Daher, una niña de 8 años del castigado barrio de Shejaiya, en Ciudad de Gaza, el futuro es más borroso. Perdió a sus padres, a tres hermanos y a una sobrina durante el bombardeo de su casa el pasado mes de julio. Sólo recuerda que tenía mucha sed –ayunaba junto a su familia por el mes de Ramadán– cuando cayó un misil sobre la vivienda familiar. Sufre, como centenares de miles de niños en la Franja, heridas físicas pero sobre todo emocionales, como la enfermedad que padece, el síndrome de estrés postraumático –trastorno psiquiátrico que aparece en personas que han vivido un episodio dramático en su vida–. La niña da respuestas confusas, apenas habla y, cuando lo hace, de pronto calla y se queda ausente.

Bisán vive ahora con una de las hermanas que le han quedado, casada y con una hija de su edad, lo que le hace los días más llevaderos junto con la visita diaria al colegio. Su drama no es único, ni mucho menos. Hay más de 1.400 huérfanos en la Franja de Gaza, entre ellos se cuentan por decenas los que no sólo han perdido a sus padres, sino también sus casas, sus libros, sus muñecos, sus sueños. Infancias quebradas difíciles de recuperar, como el enclave en el que habitan, sumido en ruinas y a la espera de que la comunidad internacional inyecte, no sólo el dinero necesario para su reconstrucción (como prioridad el Gobierno de unidad palestino ha establecido la reparación de viviendas e infraestructuras), sino también la presión suficiente para que termine con un bloqueo que ahoga a más de un millón y medio de personas.

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