Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
No me convenzas de que la contaminación es mala, quítamela
Los tres últimos años han sido los más cálidos jamás registrados en el planeta. La contaminación mata más que las guerras. Las ciudades europeas podrían evitar hasta 10.000 muertes prematuras al año sólo con ampliar su red de carriles bici. De los diez años más cálidos en España desde que hay registros, cinco de ellos pertenecen a la actual decena que comenzó en 2011. Bruselas reclama explicaciones a España por la contaminación de Madrid y Barcelona. La polución global mata a nueve millones de personas al año y amenaza la supervivencia de la humanidad.
El primer párrafo de este texto es un popurrí de noticias más o menos recientes en torno al medio ambiente, el cambio climático y la contaminación. Cada cierto tiempo, podría cosechar titulares como éstos para ponerlos en el macetero de este blog y florecerían de forma muy parecida. De hecho, creo que, en parte, es a lo que me dedico. No sirve para mucho.
Hace tiempo que le doy vueltas al punto de vista y la forma en que cuento las cosas y por eso me ha venido bien que varios amigos me hayan guiado hasta Don't Even Think About It: Why Our Brains Are Wired to Ignore Climate Change (Bloombsbury, 2014), un libro escrito por un ecologista, activista y divulgador británico llamado George Marshall. La obra es una laberinto lleno de caminos pero sin salida alguna (salida a la solución que nos liberará del desastre, digo). El autor va abriendo vías para tratar de entender cómo demonios, a pesar de todas las evidencias científicas y de tantísimas campañas de concienciación, seguimos sin hacer casi nada, ni desde lo colectivo ni desde lo personal. Marshall habla con psicólogos sociales, con premios Nobel, con analistas políticos y hasta con activistas del Tea Party, habla con muchas personas muy diversas y abre interrogantes distintos para saber todo lo que está fallando. Yo sólo voy a señalar dos.
Por un lado, expone que cada uno de nosotros tenemos nuestro “sesgo de confirmación”, es decir, la tendencia a elegir y quedarnos con aquello que reafirma nuestra posición. Nuestros esquemas mentales degluten cada nueva información que recibimos para convertirla a nuestro pensamiento, ya sea sobre lo que hace nuestro hijo por las noches o sobre las consecuencias de nuestra forma de vida hipercarbónica. La otra cosa que dice Marshall que quería compartir va sobre eso mismo, y es que la lucha contra el cambio climático requiere a priori renuncias a costumbres que creemos convenientes por una ganancia (o disminución de pérdidas) que no terminamos de ver.
El autor explica que la divulgación y la comunicación sobre esta materia no sirve porque, en general, deja a la mayoría de lado, peca de superioridad moral, pide esfuerzos difíciles de asumir y lo hace pretendiendo convencer solo a base de lanzar verdades como puños (o sea, que duelen). Lo mismo pasa en la vida misma, donde unos pasamos el día intentando persuadir a otros de cualquier cosa, y viceversa, y sólo logramos cavar trincheras más profundas. Esto es bastante desesperante, pero la gente es muy libre de echar a perder la jornada en Twitter y Facebook. Otra cosa es cuando esto de convencer se convierte en ejercicio de gobierno. Gobernar debería ser escuchar, hacer y contar lo que se hace (comunicar, no convencer). No siempre es así.
No hay que perder el tiempo
Se puede ver en los asuntos de medio ambiente, cambio climático y contaminación en ciudades. En Madrid, por ejemplo. Muchas veces da la sensación de que el Ayuntamiento y Ahora Madrid, tanto en sus canales y comunicaciones oficiales colectivos como en los personales, pierden muchísimo tiempo tratando de catequizar al personal. Se pierden horas y esfuerzos en una didáctica que sólo añade gasolina al sesgo de confirmación de cada bando y no evita ningún comportamiento ni gana apoyos, tiempo y energías que estarían mejor dedicados a diseñar políticas y acciones poderosas. Pienso en la intervención en Chamberí y en bastantes de los pocos kilómetros de carril bici hechos hasta ahora, acciones con fallos desde el origen y, sobre todo, poco valientes en su implantación que se han defendido muchas veces atacando a quienes no las entienden. Por suerte, también hay ejemplos de lo contrario. Ahí está lo de Gran Vía, un dispositivo de reducción de tráfico y ampliación del espacio público cuyos resultados, visibles e invisibles, son el mejor argumento posible.
Ayer en el Pleno se habló del protocolo de contaminación y se anunció que se iba a modificar, de forma que los escenarios más restrictivos salten con más facilidad y respondan así a la realidad del aire y al peligro que supone para nuestra salud. Aunque queda trecho para la aprobación de lo que ahora es un borrador y pueden pasar muchas cosas, este endurecimiento del protocolo es una muy buena noticia. Lo es incluso para aquellos a los que no les convenza. Lo es, también, por la forma en que sucede: se hace después de comprobar que el actual, ya un pelín endurecido con respecto al aprobado y nunca aplicado por el gobierno anterior, no ha funcionado.
Ojalá el protocolo sobreviva a la polémica y los debates. Ojalá, también, el Área Cero Emisiones que viene no se frene y la idea se aplique no sólo al centro, sino también a los barrios de la periferia. Ojalá el año y poco que queda de legislatura, este Gobierno se concentre en su mandato y se acuerde de que gobernar para todos no es convencer ni caer bien a todo el mundo, sino hacer lo que se propuso hacer. En el caso de la contaminación, quitárnosla (lo más posible) de en medio.