Un buen plan de tratamiento de un paciente con cáncer va más allá de la puerta del hospital. Adoptar un estilo de vida saludable, en términos de alimentación y ejercicio, es importante siempre, pero lo es de manera más especial para los pacientes con cáncer porque se asocia a una reducción del estrés y de los efectos secundarios. Con el fin de dar algunas respuestas sobre cómo influyen unos hábitos de vida saludables en pacientes oncológicos y desmentir algunas de las falsas creencias que circulan sobre alimentación y cáncer, la Fundación Jiménez Díaz ha celebrado recientemente, y de manera online, la 2ª Jornada de Nutrición para el Paciente Oncológico, organizada por el grupo de trabajo de Salud del Consejo Asesor del Paciente, con el apoyo de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC).
La importancia de la alimentación
La función de la intervención nutricional en este ámbito es doble. Para Marta Crespo Yanguas, nutricionista clínica del Servicio de Endocrinología y Nutrición de la Fundación Jiménez Díaz, por un lado está la parte preventiva para reducir el riesgo de desarrollo de la enfermedad y, por otro lado, la mejora del estado nutricional en pacientes con cáncer. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre el 30% y el 50% de los cánceres se pueden prevenir si se evitan los factores de riesgo y se implementan las estrategias de prevención basadas en la evidencia.
Actualmente hay muchas opciones distintas de tratamiento contra el cáncer, desde quimioterapia, radiación y cirugía hasta inmunoterapia, terapia hormonal Con opciones de tratamiento tan diversas, surge también la posibilidad de que aparezcan efectos secundarios adicionales, muchos de los cuales pueden combatirse con una terapia dietética adecuada.
Esto significa que, para que sea efectiva, debe tener en cuenta aspectos como el tipo de cáncer, el estadio y el tratamiento de cada paciente. No todo sirve de la misma manera para todo el mundo. En pacientes estables, por ejemplo, la experta apunta la importancia de buscar la calidad de la dieta, basada en alimentos de origen vegetal y limitada de carne roja, comidas rápidas y preparadas o con una densidad energética muy alta. También es importante evitar el consumo de bebidas azucaradas, sal, alcohol o tabaco.
Los principales nutrientes durante el tratamiento son las proteínas, los carbohidratos, las grasas, el agua, las vitaminas y los minerales. El objetivo no solo es mantener un peso adecuado y una buena hidratación para tolerar mejor el tratamiento oncológico y los efectos secundarios asociados, sino poder luchar mejor contra posibles infecciones y mantener un buen estado de salud durante todo el proceso.
Desmintiendo mitos: no existe la dieta anticáncer
En paralelo a las investigaciones en evolución también surgen mitos y falsas creencias entorno al papel que juega la alimentación en el cáncer. Algunos son rumores sin fundamento, con poca o ninguna evidencia científica que los respalde. Lo reconoce Crespo, según la cual, por ejemplo, es falso que el azúcar alimente el cáncer, que existan superalimentos que lo combatan, que la dieta alcalina puede ser beneficiosa o que los alimentos ecológicos sean mejores que los convencionales.
Antes de realizar cualquier cambio en la alimentación, por tanto, es importante consultar con un nutricionista y dietista, que es el que puede orientarnos de forma rigurosa sobre cómo podemos alimentarnos de acuerdo con nuestras necesidades específicas.
Ejercicio como parte del tratamiento
La actividad física no solo es segura durante el tratamiento del cáncer, sino que también puede mejorar el funcionamiento físico y otros aspectos de la calidad de vida. Según la Sociedad Americana del Cáncer, se ha demostrado que el ejercicio moderado mejora la fatiga (cansancio extremo), la ansiedad y la autoestima. Además, ayuda a la salud del corazón y los vasos sanguíneos, la fuerza muscular y la composición corporal como la cantidad de grasa o músculo en el cuerpo. Esto es especialmente importante para los pacientes con cáncer para reducir el estrés, minimizar los efectos secundarios y aumentar los niveles de energía para potenciar el tratamiento y la recuperación.
Para Lucía Gil, especialista en Ejercicio físico y oncológico y miembro de la Unidad de Ejercicio Físico de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) que participó en la cita online, el ejercicio físico oncológico debe basarse en la evidencia científica y estar “supervisado y planificado por un especialista, debe ser individualizado y adaptado a las necesidades del paciente”.
De acuerdo con una revisión de las distintas investigaciones hechas sobre los efectos del ejercicio físico en personas con cáncer avanzado, la mayoría de ellas demuestran mejoras significativas en cuanto a la función física, la calidad de vida, la fatiga, la composición corporal y la función psicosocial. Aunque los efectos sobre el dolor y las tasas de supervivencia no quedan claros, sí lo está el hecho de que el ejercicio pueda constituir una terapia complementaria.