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Landero, contra la muerte de la cultura campesina

Luis Landero hace memoria en "El balcón de invierno"

Pablo Sánchez

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Sostiene Landero, y también Jhon Berger, que la mayor tragedia cultural del siglo ha sido la extinción de la cultura campesina.

Esa tragedia cultural en Extremadura nos azotó de lleno, pero como por aquí siempre andamos atareados en las cuestiones varias y nimias que imponen los dirigentes culturales y políticos de turno, ni siquiera hemos hecho un funeral digno por esa cultura muerta.

Ahora, Luis Landero (Alburquerque, 1947) acaba de poner una bella corona de flores en la tumba de nuestra cultura campesina en su última obra (El balcón en invierno, Tusquets Editores).

Hace unos años, Landero ya insinuó un homenaje a la cultura antigua en un librito (“Esta es mi tierra”, Editora Regional, 2002) en el que revelaba sus orígenes de una familia de hojalateros judíos asentados cinco siglos atrás en Alburquerque.

Pero en esta ocasión, Landero ha salido al balcón en pleno invierno y ha reivindicado la vieja cultura extremeña, portuguesa, castellana, andaluza, la vieja cultura que escuchó de su abuela Frasca que era analfabeta pero que sabía contar historias mejor que nadie, la antigua cultura de un tiempo en el que no se viajaba, ni había televisión“ en la soledad de aquellos pobres campos de secano de aquella triste España de entonces”.

Por este balcón de Landero se asoman sus queridos familiares, todos ellos muy parlanchines y por ende un poco mentirosos, y nos enseña con enorme belleza el paso del inverno al verano campesino, el paso de su infancia a su adolescencia guitarrera o el paso de la vida en Alburquerque hasta el madrileño barrio Prosperidad cuando un día, años cincuenta, el Padre (el Padre, el Abuelo, el Maestro, el Cura… y cosas así dice Landero se escribían entonces con mayúsculas), cuando un día el Padre vendió la tierra para comprar un piso en Madrid para que los niños se hicieran hombres de provecho.

La emigración, otra gran tragedia humana del siglo XX extremeño, también atraviesa estas páginas del balcón, pero en este caso Landero, vitalista o tal vez mentiroso o ambas cosas, prefiere quedarse con la alegría del mundo nuevo que se abría allá lejos, allá en Santa Coloma de Gramanet, en Frankfurt, en Aluche o en las cercanías de Barajas, en el barrio de Prosperidad, que fue su destino.

Y así, pasando los años, el niño que nació en una casa extremeña sin libros, amamantado por la vieja cultura campesina, terminaría rodeado de libros y escribiendo libros como éste en el que viaja a su infancia extremeña y homenaje a la cultura campesina, posiblemente porque no tenía más remedio que ponerse a ello, y así viene a reconocerlo cuando habla de “nosotros, los hijos de los campesinos somos los últimos eslabones de una cadena que se ha roto”.

Quizás no se haya roto del todo esa cadena. Hay jóvenes escritores extremeños que olfatearon aquella vieja, mágica y ancestral cultural y han comenzado a contarla. Ahí están el alguacil, el cabrero, el olivar, los terrones secos, la violencia silenciosa, las lombrices, la paja, el hambre, el miedo… y todo ese universo que encoge el corazón y que Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) nos contó en Intemperie. Ah… y Jesús Carrasco le ha contado está a punto de traernos más cosas, eso le contó aquí en una reciente entrevista a Mercedes Barrado.

Tal vez también Carrasco intente hacer el boca a boca para resucitar (un poco aunque sea) a nuestra cultura campesina. De momento, es muy recomendable asomarse al balcón de Landero en una de estas tardes de invierno y recordar tal como fuimos hasta que nos dieron el cambiazo a este tiempo. Aquellos tiempos no fueron hermosos, fueron duros, crueles en ocasiones, pero el recuerdo y la palabra de Landero los han convierten en algo maravilloso.

 

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