¿En qué momento se ha convertido en normal compartir la geolocalización?

¿En qué momento se ha normalizado compartir la geolocalización?

Daniel Soufi

22 de octubre de 2025 21:54 h

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Estudiar día a día y no dejarlo todo para el final, guardar todos los meses algo de dinero para la cuenta de ahorro, o acordarse realmente de mandar ese mensaje para confirmar que has llegado a casa después de salir por la noche son cosas al alcance de pocas y muy concretas personas. Para esta última, la de avisar que hemos llegado sanos y salvos, se ha inventado un remedio tecnológico: el envío de la geolocalización permanente, una práctica que se ha extendido gracias a la nueva concepción de la intimidad que tienen los jóvenes.

Todo el mundo ha mandado alguna vez la ubicación por WhatsApp. Pero esto es distinto. La ubicación se queda de manera permanente. Una encuesta de CivicScience muestra que el 65% de los jóvenes de la generación Z comparte su ubicación con al menos una persona. Por su parte, un informe elaborado por Life360 —una empresa con más de 50 millones de usuarios que permite compartir geolocalización—, revela que el 94% de los jóvenes considera que compartir su ubicación tiene un efecto positivo en su vida. Esta app no es la única forma de compartir ubicación. Los usuarios de iPhone, por ejemplo, pueden utilizar una aplicación que en España se llama “Buscar”. 

Las mujeres, más expuestas a los peligros de volver solas a casa por la noche, encuentran en esta herramienta una forma de sentirse protegidas sin tener que esperar a que la amiga se acuerde de mandar el mensaje al llegar. Así le ocurrió a Carmen, periodista, que se fue sola a hacer el Camino de Santiago: “Mi mejor amiga me dijo que activara la función de localización del iPhone para poder seguirme. Si dejaba de ver movimiento, me escribía”.

Otras lo tienen ya completamente interiorizado en sus vidas. Elena, una diseñadora de 25 años, comparte su ubicación con sus amigas del pueblo y con las del barrio. Lo utilizó por primera vez en un viaje, para encontrarse cuando el grupo se dividía. “Era útil para la típica situación de salir de fiesta y que alguna quisiera volver antes”, explica. Suele consultarla casi siempre que regresa a casa tras una noche de fiesta, para asegurarse de que sus amigas han llegado bien. También cuando viaja. Este verano, por ejemplo, se fue de Interrail y consiguieron incluso que el grupo de chicos que las acompañaba activara la función en sus móviles. “Costó un poco, y creo que se la pusieron porque iban un poco borrachos”, bromea.

Además, Elena reconoce que muchas veces esta herramienta sirve para “cotillear” lo que hacen otras amigas. En una ocasión, se enteraron a través de la geolocalización de que una de ellas había vuelto con su ex. “Vimos que el ex había subido una ‘storie’ desde Aranjuez, y nos pareció raro que estuviese allí solo. Nos metimos en la aplicación y vimos que, efectivamente, nuestra amiga también estaba en ese pueblo. Ella nos había dicho que se quedaba en Madrid”. Admite que es un poco peligroso, porque dificulta la mentira, aunque a ella no le preocupa demasiado perder cierta intimidad: “Como lo tengo solo con mis amigas más cercanas, me da un poco igual”.

Como lo tengo solo con mis amigas más cercanas, me da un poco igual [perder cierta intimidad]

Elena diseñadora, 25 años

Patricia Gómez, investigadora del área de Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Santiago de Compostela, reconoce que este tipo de aplicaciones puede ser útil en situaciones puntuales, pero en el momento en el que es permanente “la privacidad se muestra comprometida”. Lo que han observado, sin embargo, es que los jóvenes no lo perciben así, no lo sienten como una invasión de la intimidad. Una de las razones, explica, es que la costumbre de compartir la geolocalización a menudo nace en casa, a petición de los propios padres, como una forma de asegurarse de que sus hijos están protegidos.

Es el caso de Marina, de 27 años, que comparte su ubicación con un grupo de amigas. La costumbre empezó por su padre, que le ponía como condición estar geolocalizada para poder hacer determinadas cosas. “Me tuvo geolocalizada hasta muy tarde, hasta el punto de que pasé muy poco tiempo sin estarlo. Cuando me hice mayor, ya no le mentía a mi padre y prefería seguir así. A mi hermano pequeño también lo tiene geolocalizado: es una regla para que esté más tranquilo. Lo que aprendí es que tienes que ser más creativa con las mentiras”.

Este hábito hace que les resulte más difícil distinguir entre control y amor, o entre control y amistad

Patricia Gómez investigadora del área de Ciencias del Comportamiento de la USC

Gómez señala que pedir la geolocalización a los hijos puede llevar a confundir la protección con la sobreprotección. “Sabemos que, a largo plazo, la sobreprotección los deja más indefensos: no les ayuda a madurar ni a desarrollar autonomía”, explica. “Además, este hábito hace que les resulte más difícil distinguir entre control y amor, o entre control y amistad”.

Natalia Franco, psicóloga del centro Área Humana, confirma que cada vez más jóvenes llegan a su consulta con ansiedad derivada del hecho de compartir su ubicación, ya sea con sus parejas o con amigas. “Lo vemos mucho en parejas jóvenes: se medio obliga a la otra persona a decir dónde está como acto de confianza, pero en realidad funciona como una herramienta de control. Lo que tratamos de enseñar es que no es, en absoluto, un gesto de amor, sino algo que genera malestar emocional, tanto en las relaciones de pareja como entre amigos o familiares”. Franco explica que este tipo de funciones son potencialmente peligrosas en personas con falta de confianza o apego ansioso. “A veces este tipo de sinceridad puede ser patológica o excesiva”. 

En un post de su newsletter Embedded, la periodista Kate Lindsay advertía de la llegada de la era de la hipervigilancia, impulsada por redes como TikTok, en la que cualquiera corre el riesgo constante de ser “cazado” —como la famosa pareja grabada en un concierto de Coldplay— haciendo o diciendo algo socialmente inconveniente. Una dinámica que recuerda al universo planteado por George Orwell en 1984, donde el Gran Hermano lo observa todo. Por eso, este tipo de tecnología les genera rechazo.

Lo vemos mucho en parejas jóvenes: se medio obliga a la otra persona a decir dónde está como acto de confianza, pero en realidad funciona como una herramienta de control

Natalia Franco psicóloga

Lucía, de 29 años, es una de las pocas de su grupo que no comparte su ubicación con las demás. “Me parece terrible. Mis amigas lo hacen por la gracia, para cuando viajan poder ver en qué punto está cada una. A mí me resulta agobiante, me genera ansiedad pensar que alguien pueda saber dónde estoy en cada momento”. De hecho, el otro día una amiga le propuso activar también la función de compartir el calendario, para que así fuera más fácil encontrar el día que mejor les viniera para quedar. “Le dije: ni por encima de mi cadáver”.

Cristina, de 27 años, vive desde hace tres en México, en una región con altos niveles de delincuencia, y aun así se niega a utilizar este tipo de tecnologías, pese a que varias amigas se lo han recomendado. “A mí, la verdad, me da más miedo que existan tecnologías y personas que sepan lo que estás haciendo y con quién estás en cada momento que los criminales”, dice. Y añade que en estas aplicaciones ve el potencial de un uso tóxico, tanto en parejas como entre padres e hijos o incluso entre amigas: “Es una forma de controlarnos a nosotros mismos”.

Me resulta agobiante, me genera ansiedad pensar que alguien pueda saber dónde estoy en cada momento

Lucía 29 años

Franco recomienda que, más que prohibir, se eduque a los jóvenes en el uso adecuado de las nuevas tecnologías. Al mismo tiempo, se observa una corriente de jóvenes que intentan moderar la presencia digital en sus vidas, a través de espacios libres de móviles, encuentros de desintoxicación tecnológica o el ejemplo de celebrities como Ed Sheeran, que ha reconocido haber dejado el teléfono móvil. Abandonar la red, recuperar la intimidad, puede tener un sencillo objetivo de fondo que el escritor Enrique Vila Matas expresó de manera brillante cuando, en Doctor Pasavento, le preguntan al protagonista de dónde viene su obsesión por desaparecer. “Ignoro de dónde viene, pero sospecho que, paradójicamente, toda esa pasión por desaparecer, todas esas tentativas, llamémoslas suicidas, son a su vez intentos de afirmación de mi yo”.

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