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Esperanza Aguirre dimite poco, tarde y mal

Ignacio Escolar

Esperanza Aguirre dimite pero poco. Deja la presidencia del PP de Madrid –un cargo en el que le quedaban pocos meses de mandato–, pero se queda como concejala en el Ayuntamiento de la capital. La presidenta que llegó al poder con el tamayazo, que convirtió el Gobierno autonómico en un lodazal de corrupción, que no se enteró ni de la Púnica ni de la Gürtel ni de la Gestapillo ni del ático ni de Fundescam ni de todo lo que ha pasado en el Canal, ahora dice que “asume su responsabilidad política” por la corrupción. No es así. Aguirre deja el cargo orgánico, pero se aferra al sillón público, como si su responsabilidad fuese con los militantes del PP, en vez de con los votantes. Tampoco se va solo por la corrupción.

Esperanza Aguirre dimite poco y tarde. Si sus culpas son “in vigilando” e “in eligendo”, como ella misma admitió este domingo, tenía que haber dimitido en 2009, cuando explotó la Gürtel, una trama cuyos herramientas de saqueo eran el PP de Madrid y el gobierno autonómico que ella misma presidía.

Han pasado siete años desde que Aguirre “descubrió” la Gürtel y quince meses desde que Francisco Granados, su número dos en el PP de Madrid, fuese encarcelado por corrupción; irónicamente, está encerrado en una cárcel que él mismo inauguró. Cuando Granados fue detenido y apareció esa fortuna que escondía en Suiza, Aguirre también nos contó que “asumía su responsabilidad”. Aquella penitencia simplemente consistió en “pedir disculpas” y nada más.

Que Granados fuese un corrupto no es nuevo, ni tampoco es la primera evidencia de que el PP de Madrid se financia de manera ilegal, por mucho que Esperanza Aguirre se haga ahora la nueva y diga que “no le consta”.

Aguirre sabe muy bien cómo funcionaba esa financiación porque fueron sus dos campañas electorales del tamayazo las que se pagaron ilegalmente a la Gürtel con los donativos de empresarios amigos –luego recompensados con jugosos contratos públicos– a través de una fundación opaca del partido, Fundescam. Esperanza Aguirre fue presidenta de aquella fundación, que recaudó cerca de un millón de euros para su campaña incumpliendo la legislación electoral.

Aquel presunto delito nunca fue juzgado porque Fundescam estaba prescrito, no porque las pruebas no fueran lo bastante claras. Entre otras cosas, en la investigación de Fundescam publicamos los recibís de esos donativos irregulares, que estaban firmados por el tesorero de Aguirre: Beltrán Gutiérrez Moliner. Es el mismo Beltrán cuya casa y su despacho en la sede del PP fueron registrados este jueves por la Guardia Civil, el mismo que tuvo que dimitir tras ser imputado por las “black”, el mismo al que Esperanza Aguirre recolocó de tapadillo en el partido con el mismo sueldo y probablemente la misma responsabilidad.

“No me he ocupado de las cuestiones económicas en el partido”, dice ahora Aguirre. De lo que sí se ocupó, y mucho, es de proteger a su tesorero, exactamente igual que hizo el PP nacional con Luis Bárcenas y su despido en diferido, en régimen de simulación.

“Tú no quieres enfadar a tu tesorero, si hace falta le acompañas al baño a sujetarle la chorra mientras mea, pero no puedes cabrear a la persona que conoce todos tus secretos”, me dijo una vez un antiguo senador del PP. Viendo el protocolo aplicado con Bartolomé Beltrán o con Luis Bárcenas (hasta que se fue de la lengua), es obvio que tenía toda la razón.

Esperanza Aguirre dimite poco, tarde y mal. No lo hace porque crea que “hay que asumir las responsabilidades políticas”; de ser así, hace mucho tiempo que habría dimitido ya. Cuesta encontrar una cazatalentos con una lista de garbanzos negros mayor.

Aguirre se va por la misma razón por la que, hace unas semanas, también dimitió Ignacio González como secretario general del partido –una decisión que Esperanza Aguirre ocultó a su propio partido; en la última reunión de la Junta Regional aseguró que González no acudía porque estaba de viaje fuera de Madrid–. Se va porque sabe que el empresario corrupto David Marjaliza ha cantado y la investigación judicial del caso Púnica pinta muy mal. Hay importantes dirigentes del partido que temen que van a acabar en la cárcel antes de que termine el año porque Francisco Granados no es un concejal corrupto de medio pelo y lleva demasiado tiempo pudriéndose en prisión. Sospechan que, si Marjaliza ha cantado, Granados también puede cantar.

La Púnica ha abierto una enorme vía de agua en el PP de Madrid, que se va a pique. Aguirre y González se van de un barco que se hunde y que probablemente acabará dirigido por una gestora en cuestión de días. Y lo hacen en el tiempo de descuento, pocos meses antes de que llegue el congreso ordinario que tenían perdido frente a Cristina Cifuente porque ya no manejan presupuesto público con el que mantener las lealtades internas en un partido. El “aguirrismo” empezó a morir cuando la publicidad institucional –que tan buena prensa le daba a Aguirre– y los puestos a dedo cambiaron de manos.

Aguirre también se va para debilitar a Mariano Rajoy al que abiertamente invita a irse a su casa: “El señor Rajoy debe asumir su camino”, dice Aguirre: “Este no es el tiempo de los personalismos, es el tiempo de las cesiones”. Aguirre, que ya no está “personalista” en la guerra de sucesión que pronto llegará al PP, ya no juega de ganadora sino de colocada, en el bando de Soraya Sáenz de Santamaría y contra Cristina Cifuentes, su nueva gran rival desde que Alberto Ruiz-Gallardón se retiró.

Hace años que Esperanza Aguirre debía haber asumido también “su camino”, esa responsabilidad política que hace unas horas acaba de descubrir. Si se va ahora, y no antes, es por tres razones: porque le sale barato, porque no le queda otra y para morir matando; para forzar la dimisión de Rajoy.

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