Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
El juez, el médico y el catedrático
Hace unos cuantos años en un pequeño pueblo de España en fiestas pregunté por un grupo de personas que se mantenía algo alejado del jolgorio popular. Estaban de fiesta pero no en la fiesta. Levemente apartados pero no por ello marginados. Se les veía saludar y conversar con los paisanos con cierto aire de suficiencia y pinta de estar acostumbrados a ser tratados de usted y con el ‘don’ por delante. Pregunté por ellos. Eran el médico y el profesor del pueblo. No eran currelas de la construcción ni agricultores. Eran la élite del pueblo, las familias pudientes y mejor formadas, y a las que todavía se les mantenía el respeto debido.
La escena parecía sacada de otros tiempos y, aunque atemperada por el paso de la democracia, el progreso económico y la reducción de las desigualdades, la esclavitud mental de inferioridad de algunos vecinos frente a estos despotas ilustrados -más despotas que ilustrados- mantenía en el ambiente un halo de jerarquización social que, sin ser dramático como antaño, facilitaba que el dúo sacapuntas en cuestión se dirigiera al resto de sus vecinos desde la tarima que suelen utilizar algunos profesores para dirigirse a sus alumnos. Podemos llamarlo clasismo. O conciencia de clase. De la clase a la que mejor le van las cosas.
A pesar de que al país se le ha dado vuelta y media en los últimos 40 años todavía muchos profesionales dedicados a la judicatura, la medicina o la universidad siguen sin renunciar a esas tarimas desde las que se dirigen a sus conciudadanos, esa condescendencia tan característica suya con el vulgo. La sentencia de la Manada y su reciente orden de puesta en libertad son un ejemplo de ello. Imbuidos en esa burbuja que los mantiene apartados del sentido común que recorre las calles, los jueces han convertido a la víctima de una violación en una superviviente a pesar de la justicia.
Las críticas a estas decisiones judiciales han sido duras y razonadas pero el gremio de los jueces -con un claro sesgo conservador- no las soporta. El Poder Judicial y las asociaciones de jueces se echaron las manos a la cabeza para denunciar en su día la respuesta masiva contra la sentencia de los violadores de San Fermín. Entre los indignados estaban jueces que no han levantado la voz en las ocasiones en las que la judicatura ha sido manoseada por intereses políticos o ha servido para proteger a los poderosos. El mensaje es claro: mientras la indignación a sus decisiones venga por parte de sus iguales, no hay problema. Son refriegas entre quienes se entienden. Cuando el enfado surge de quienes están bajo la tarima, tiemblan sus sacrosantas señorías y llaman al orden al populacho.
El reciente caso del fraude en numerosas especialidades médicas de la OPE del Servicio Vasco de Salud (Osakidetza) es otra muestra más del carácter gremial de un colectivo de médicos que -con la aquiescencia de las autoridades políticas- ha implantado desde hace años en Euskadi un sistema clientelar y corrupto para conceder a dedo las plazas en las oposiciones. Se filtraban exámenes a los elegidos para librarlos del engorroso esfuerzo de tener que estudiar y enfrentarse a un sistema basado supuestamente en la igualdad de oportunidades. Se colaron a hijos de médicos, a colegas y a aquel que estuviera dispuesto a prestarse al juego. La igualdad de oportunidades quedaba para quienes se presentaban a celador, administrativo, enfermera o médico de familia: para los que están bajo la tarima. El tesón de varios médicos honestos y las traiciones cruzadas entre quienes forjaron el sistema ha provocado que el escándalo salga a la luz. Esos médicos endogámicos -nostálgicos de tiempos pretéritos- andan, por supuesto, molestos con que vulgares peatones los señalen con el dedo y confían en que los políticos pongan un cortafuegos que evite que la verdad lo arrase todo.
Esta actitud corporativa -indulgente para sí mismos y exigente para los demás- es más habitual de lo que se cree en la universidad donde los principios de mérito e igualdad se ven suplantados, en ocasiones, por los intereses particulares de los departamentos. Quienes han osado enfrentarse a estos juegos de intereses han salido escaldados. Conozco más de un caso. Ocurre además que catedráticos engordan sus currículums firmando artículos de investigación en los que no han participado. Y es en ese contexto de lealtad clientelar en el que se ha producido el escándalo del máster de Cifuentes. De nuevo, los de la tarima, envueltos en una sucesión de privilegios. Los implicados respondieron con la arrogancia tradicional de ese mundo, pero el empeño periodístico de este medio en el que escribo ha hecho que su tarima se tambalee.
Son algunos jueces, médicos o catedráticos -pueden apuntar otras profesiones liberales si lo desean: arquitectos que se masturban en el diseño de edificios que no son funcionales para sus habitantes; notarios que no saludan en el ascensor; periodistas económicos que hacían de guardianes de los atropellos financieros en España y se escandalizan cuando ahora los ponen a parir en Twitter, etc- que han sido impermeables a los cambios sociales, que miran con desdén a eso que se llama ‘la gente’. Que desde el arduo conocimiento que exigen sus profesiones se han creado un salvoconducto para soslayar las críticas, porque en todo caso las críticas son las suyas a una plebe que no comprende, que no sabe. Pero esa licencia de indulgencia -que les permite trapichear con favores y desmanes- se les está caducando. Por mucho que les pese, ellos también tienen que estar sometidos al escrutinio público, y a manifestaciones frente a los juzgados como las de estos días. Y la mejor forma de que comprendan que los tiempos están cambiando es que dejemos de hablarles de usted y se bajen de la tarima. Y si no se bajan ellos, los bajamos nosotros.
Sobre este blog
Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.