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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Unos ateos de mierda?

Podemos pregunta a Gobierno por "incomunicación" de Toledo durante su arresto

Javier Arteta

Gracias a la Asociación de Abogados Cristianos, cagarse en Dios se ha convertido en la blasfemia de mayor proyección mediática en los últimos tiempos. Y hasta se adivina el entusiasmo de quienes se recrean en la suerte, tras el parapeto que protege a esos (y esas) profesionales del periodismo, que, al fin y al cabo, pueden decir que ellos (y ellas) no han sido los autores de la injuria a la divinidad, porque sólo reproducen lo que ha dicho, y reiterado, el actor Willy Toledo, quien, como es de todos sabido, se distingue por su gran sutileza dialéctica; pese a lo cual un juez, seguramente igual de sutil, le ha procesado por insultar a Dios y a la Virgen María.

Hay que reconocer que no es la mejor idea idea ponernos, a estas alturas de nuestra historia, a defender jurídicamente a Dios, que, en su omnipotencia, puede perfectamente defenderse por sí mismo, sin necesidad de intermediarios; que, por otra parte, suelen ser unos perfectos chapuceros. Los que, en 1936, organizaron una 'Cruzada' en su defensa, nos dejaron como regalo una insurrección militar, una guerra civil, una matanza espeluznante y un Caudillo que nos gobernó, por delegación directa del Ser Supremo, durante cuarenta años. Lo atestiguaban las monedas que, hasta hace no demasiado tiempo, anidaban en nuestros bolsillos: “Francisco Franco Caudillo de España por la gracia de Dios”. No parece que esa gracia que Dios nos hizo sea digna de volver a repetirse.

Aunque tampoco me parece que para declararse ateo haya que hacer tantos aspavientos. Y no lo digo porque esté en contra de la blasfemia, sino porque no me parece bien que se la banalice. La blasfemia tiene su propio contexto, más allá del cual carece de sentido. Yo, que blasfemo lo normal, lo suelo hacer, por regla general, cuando me doy un martillazo inesperado en un dedo o en situaciones de enfado propicias para apelar ásperamente a toda la Corte Celestial. Cosa distinta es que ciertas “palabrotas” (que normalmente uno se cuidaría de emplear si hablara con su padre católico) se utilicen públicamente como una solemne declaración de principios.

Fundamentar el ateísmo de cada cual en los metros de mierda que uno almacene para sepultar a Dios, y en la que le sobre para hacer lo mismo con su madre virginal, me parece una solemne estupidez, que no merece el aplauso entusiasta de la España laica. Cagarse en un Dios en quien no se cree es algo así como cagarse en Dios en vano, un desperdicio absurdo de la propia mierda. Salvo que estemos en presencia de una profesión de fe a la inversa y tenga razón Manuel Vicent cuando escribe que “para ser un perfecto blasfemo, primero hay que creer mucho en Dios” y que las blasfemias no son otra cosa que “una jaculatoria al revés”. Desde luego, las que viene profiriendo Willy Toledo parecen más propias de un cristiano cabreado con Dios, que de un ateo como Dios manda.

Y, además, empobrecen alarmantemente eso que los humanos empleamos para explicarnos y nos diferencia de los burros: el lenguaje. Y a este respecto, me cuesta hacer de Willy Toledo un mártir de la libertad de expresión; una referencia de autoridad que merece los elogios públicos del estilo de los tributados, estos mismos días, en el marco del Festival de Cine de San Sebastián.

Parafraseando a Adoldo Suárez, puedo asegurar y aseguro que, a lo largo de los más de cuarenta años que llevamos de democracia, he tenido oportunidad de escuchar y leer, con bastante frecuencia, argumentos muy estimables de quienes defienden con dignidad y altura intelectual las razones de su increencia. Y también, dicho sea de paso, los de muchos creyentes que no se ven precisamente representados por la Asociación de Abogados Cristianos. Las creencias o increencias de la gente no escapan, ni deben escapar, a un debate público de envergadura. Y menos aún en un país con tanta costra nacional-católica sobre sus espaldas. Cosa distinta es que, al final, hagamos de esto un campo de batalla entre quienes se cagan en Dios y quienes lo defienden a muerte, al precio, en última instancia, de un millón de muertos, si fuera necesario. ¿De verdad creemos que es éste el debate que necesitamos para profundizar en la España laica del futuro?

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