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De represión e ideología en educación
“Las Comisiones depuradoras del personal afecto a la Enseñanza, podrán proponer y la Comisión de Cultura y Enseñanza acordar, además de las sanciones que se determinan en el artículo 5º de la Orden de 10 de noviembre de 1936, la suspensión de empleo y sueldo por un período de un mes a dos años y la jubilación forzosa del interesado, siempre que el mismo tenga un mínimo de veinte años de servicios, y la inhabilitación para desempeñar cargos directivos y de confianza.” [1]. Así rezaba el artículo único de la Orden del 17 de febrero de 1937 dictada por Fidel Dávila, comandante en jefe del Ejército del Norte, tras la muerte del general Mola, ambos insurrectos activos en el golpe de estado que dio origen a la Guerra Civil primero y a la posterior dictadura de Franco.
El objetivo último de tal norma –ampliar el listado de sanciones sobre la depuración del profesorado- era preciso: había que mantener la línea de dictados anteriores: eliminar cualquier resto de innovación pedagógica, laicismo y coeducación, puntales sobre los que el Estado republicano había establecido el sistema educativo. Es decir, los maestros y maestras que venían ejerciendo la docencia en esos años 30 del pasado siglo eran todos sospechosos de haber inculcado en la sociedad – a través de la juventud- el “virus republicano”. Nadie, por tanto, podría ejercer en adelante tal profesión sin haber sido sometido a un expediente de depuración que probase sus actuaciones públicas, privadas, creencias religiosas, ideología y actuaciones políticas. El bando sublevado estaba empezando a tejer los mimbres del futuro estado franquista. La importancia de la depuración fue tal –se barajan cifras cercanas a las 20.000 profesionales depurados- que el proceso depurador pervivió, aunque con distinta intensidad, hasta el año 1.956.
Si se trae a colación este tema no es por la efemérides de celebración del conflicto fratricida (80 aniversario del inicio de la Guerra Civil), sino por la gravedad de las noticias que nos llegan desde Turquía con la situación de conflicto abierto tras la paralización del golpe de estado militar por los afectos al presidente Erdogan. El movimiento represivo alentado por el presidente turco, para -según sus palabras- depurar el intento militar golpista, está generando una avalancha de medidas antihumanitarias, más propias de un estado sin referencias democráticas que de otro que pretende ingresar en el selecto grupo de la Unión Europea. Las denuncias, por tanto, no se han hecho esperar y la propia Comisión europea, como la mayoría de países occidentales han exigido el cese inmediato de la represión postgolpista.
La Federación de Enseñanza de CC.OO. , a través de una carta, ha manifestado su apoyo y solidaridad al sindicato docente turco EGITIM-SEN por las detenciones indiscriminadas a académicos acusados de difundir “propaganda terrorista” por firmar peticiones contra la violencia y a favor de la paz en las áreas kurdas del territorio turco.
También la Internacional de la Educación (IE) y su versión europea (ETUCE) han condenado enérgicamente lo que está ocurriendo en Turquía: más de 15.000 trabajadores/as de la educación turca se encuentran hasta el momento despedidos de sus funciones- bajo la sospecha de presunta participación en organizaciones terroristas. En palabras de Fred van Leeuwen (secretario general de la IE) se está castigando a los educadores para que con su silencio impuesto se acallen las voces críticas contra la situación instaurada por el gobierno leal.
Volviendo a la situación de represión vivida por miles de docentes en España en aquellos amargos años de la dictadura franquista, un interesantísimo trabajo realizado conjuntamente por sindicalistas de CCOO, FETE-UGT y STEs [2], en formato de Unidad Didáctica, recuperaba los avances metodológicos y didácticos realizados por este colectivo en los años 30: experimentación y métodos participativos de aprendizaje, trabajo al aire libre, fomento de la educación física en alumnas y alumnos,... Se abrieron escuelas nocturnas para trabajadoras adultas, bibliotecas populares, colonias escolares en las que los principios de laicismo, coeducación y libertad de pensamiento inundaron las aulas.
Estamos, por tanto, otra vez, -y, desgraciadamente, no será la última- ante el viejo binomio ideología-educación. Los y las educadoras ante el reto/compromiso de ser vanguardia de los cambios sociales y gozar/sufrir por ello. ¿Debe la educación constituirse en avanzadilla del progreso de una sociedad, o, por el contrario, la escuela en su proceso de socialización, se contagia de la realidad que cada comunidad educativa le marca?
Del repaso histórico por los distintos pensadores sobre sociología de la Educación, realizado por el profesor de la Universitat de Barcelona, Josep Rotger[3], en su estudio “Ideología y educación”destacamos a dos que ilustran ambas tendencias. De un lado, el sociólogo francés, Durkheim apostaba por considerar la educación como el sistema que permite crear un ser humano nuevo, el que las demandas sociales exige. Por ello afirmaba que cada cultura produce los hombres que necesita y la educación será interpretada en función de estas necesidades. El profesor Rotger considera, en palabras de Durkheim, que la educación se convierte en un instrumento imprescindible para la continuidad y supervivencia de cualquier sociedad. La educación es entendida como un factor básico de cohesión, idea central en el pensamiento durkheimiano. “Según esta orientación, la educación sirve para transmitir e inculcar a las generaciones más jóvenes los valores, las ideas morales y las concepciones ideológicas que los progenitores y la sociedad que les acoge ya poseen. La educación será así un instrumento fundamental para lograr la cohesión y la continuidad que la sociedad necesita”.
De otro lado, Gramsci, en su estudio sobre el fracaso de la clase obrera en su toma del poder político, atribuía a la falta de hábitos y cualificaciones culturales necesarios para el estudio la razón de tal fracaso. En su opinión, la clase trabajadora consideraba natural la división entre expertos y ejecutores, entre élites directoras y clase trabajadora, cuando esta disfunción es un hecho arbitrario y socialmente impuesto. De ahí el esfuerzo del pensador marxista italiano porque esta clase social tomase las riendas de la educación y porque su expresión política, el Partido Comunista, liderara la producción cultural y, en concreto, la educación para la consecución de la hegemonía del proletariado, objetivo final de esta teoría política.
Dos ejemplos que nos hablan de la importancia del binomio mencionado. Pero las preguntas persisten: ¿Es posible plantearse una educación objetiva, plana, que no supure ideología? ¿Queremos un alumnado neutro, imbuido únicamente de contenidos conceptuales? ¿Es consciente el profesorado de la ideología que transmite cotidianamente? ¿Quieren los gobiernos una educación desideologizada?
Paulo Freire, pedagogo comprometido, reflexionaba: “Pensar en la historia como posibilidad es reconocer la educación como una posibilidad. Significa que, si bien la educación no puede lograrlo todo, sí tiene algunos logros a su alcance… Uno de los desafíos a los que nos enfrentamos los educadores es descubrir qué resulta históricamente factible en la línea de contribuir a la transformación del mundo, originando un mundo más redondeado, menos anguloso, más humano”.
Noam Chomsky, a su vez, crítico y receloso reconocido mundialmente por sus aportaciones lingüísticas y activismo político, se confiesa desilusionado por el flaco favor que la educación realiza a favor del cambio mundial[4]: La escuela impide la difusión de las verdades esenciales. Es la responsabilidad intelectual de los maestros –o de cualquier otra persona que se mueva en este ámbito- intentar decir la verdad. Eso me parece indiscutible. Es un imperativo moral: averiguarla verdad sobre las cuestiones más importantes, y difundirla lo mejor que uno pueda, y siempre al auditorio más adecuado.
Lo que debemos procurarnos es un auditorio que importe. En el caso de la enseñanza, se trata de los estudiantes: no hay que verlos como un simple auditorio, sino como elemento integrante de una comunidad con preocupaciones compartidas, en las que uno espera poder participar constructivamente. Es decir, no debemos hablar “a”, sino “con”…. El aprendizaje verdadero, en efecto tiene que ver con descubrir la verdad, no con la imposición de una verdad oficial; esta última opción no conduce al desarrollo de un pensamiento crítico e independiente“.
La Historia nos enseña que desde la construcción de los estados-nación, los gobiernos en cualquiera de sus versiones ideológicas -nacionalismo, liberalismo, socialismo,...- se han servido de la educación para adecuarla a sus objetivos. Bien se tratase de construir, modificar o sustituir un estado por otro, las consignas políticas impregnaban los currículos educativos. Nos lo recuerda nostálgicamente la escritora Josefina Aldecoa, en su célebre Historia de una maestra[5], cuando pone en boca de Gabriela, la protagonista, algunos de sus recuerdos biográficos:
“Aquella primavera, aquel verano (de 1936) han quedado grabados en mi memoria casi día a día. Me pregunto en mis noches de insomnio: ¿Cuándo empezó todo? ¿En qué momento advertí que Ezequiel (su marido, también maestro) abandonaba su independencia, su entrega a la educación para entregarse a una vida más extensa?
No fue un día concreto. Su cambio no está vinculado a un hecho especial. Me parece que fue un proceso lento que se desarrolló de forma paralela a la marcha de los acontecimientos históricos que nos tocó vivir. (…) Pero fue nuestro traslado al pueblo minero y su contacto con personas y situaciones vinculadas a la política lo que le llevó al compromiso.(…) Todas las injusticias, las frustraciones, los abusos que veía sufrir a los obreros de la mina, reavivaron el despertar de su conciencia. A través de la educación había esperado transformar a gentes como él, privadas de todo aquello a lo que tenían derecho. Pero ya era tarde, ya no podía esperar. (…) Antes de acabar el curso, me dijo: “Voy a afiliarme al partido socialista”.
En cuanto a mí, respetaba y comprendía su actitud, pero no me sentía capaz de secundarla. Mis sueños, vapuleados como estaban, aún eran los de siempre. Educar para la convivencia. Educar para adquirir conciencia de la justicia. Educar en la igualdad para que no se pierda un solo talento por falta de oportunidades…“
Aquellos humanísticos pensamientos de Gabriela quedaron encerrados en una botella tras los trágicos acontecimientos españoles en la Guerra Civil y, especialmente, en la postguerra de los años cuarenta y cincuenta.
No sabemos si ahora en Turquía, como aquí durante la represión franquista, las comisiones depuradoras las compondrán su equivalente de la Guardia Civil, el alcalde y el imán correspondiente de la localidad. pero confiamos en que a diferencia de lo que ocurrió en esta parte del planeta se sobresean los casos sin elemento sancionable ninguno. En todo caso, el mejor síntoma de que la libertad de expresión alumbra una nueva Turquía sería una sociedad permisiva, tolerante con las distintas opiniones y crítica y exigente con el poder, si este se aleja de los principios democráticos. No nos gustaría volver a leer relatos como el de la escritora Aldecoa, cuando en su “Mujeres de negro”[6], la protagonista, Juana, hija de la maestra Gabriela, recuerda:
“(...) Aquel año, al regresar a la ciudad en septiembre, mi madre perdió una de sus clases de la tarde, la que daba al niño enfermo. Cuando se presentó en la casa el día que debía reanudar su trabajo, salió a recibirla el padre y le dijo: ”Mire usted, Gabriela. Lo siento mucho pero no podemos continuar así. Usted es una buena maestra pero tiene un defecto para nosotros, que mezcla la política con la enseñanza y que, además, hace mofa de la religión delante del niño.“ Mi madre se quedó anonadada, Por mucho que pensara, le dijo a la abuela, no podía recordar en qué momento había cometido los errores que le achacaban. ”No te preocupes“, le dijo la abuela. ”Con su mente estrecha interpretan como quieren cualquier comentario que hayas hecho delante del niño. No olvides que ellos saben quién eres y cómo piensas.“ Este incidente nos entristeció. Estábamos viviendo una guerra y esta guerra no solo se desarrollaba en los frentes sino también en los corazones y en las cabezas de las personas de la retaguardia. La presencia de dos bandos se dibujaba nítidamente sobre el fondo sombrío de una situación cuyo final nadie se atrevía a pronosticar”.
Pablo García de Vicuña Peñafiel
- [1]Orden que desarrolla el Decreto 66 para la depuración del personal docente
[2] Las maestras de la República. Sindicadas. Educando en igualdad. Abril, 2011
[3] Ideología y educación, 1996
[4] La (des)educación . Crítica, 2001
[5] Anagrama, 1996
[6] Anagrama, 1997
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