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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

“El tiempo pasa.....”

Zrenjanin. Atardecer sobre el Begej

Josu Montalbán

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Pablo Milanés hizo famosa una simple frase, archiconocida por quienes van llegando a la madurez, a esa edad que nos aproxima a la cumbre, al “éxito”, a ese punto que no somos capaces de superar plácidamente y nos provoca melancolía. Decía Pablo Milanés que “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”.

No es malo llegar a viejos, más bien es malo no llegar a viejos, sobre todo, es muy malo sentir que la vida se va escapando, huidiza, sin que hayamos hecho acopio de vivencias y experiencias inolvidables. Nada hay más triste que se ve predestinada al olvido. Cuando repasamos nuestro trayecto por la vida, y no encontramos momentos inolvidables, o trances memorables que alimenten nuestro orgullo interior, corremos el riesgo de desear nuestro propio olvido. Entonces, cabizbajos, nos condenamos a nosotros mismos a durar sin más, a perdurar sin ningún aliciente, únicamente aleccionados porque nos asusta el miedo a morir, mucho más que la ilusión por vivir.

La canción de Milanés es tan real como triste y melancólica. “Lo que ayer era amor, se va volviendo otro sentimiento”, dice el poeta cubano. Porque el tiempo llega con efusividad, y nos sublevamos para llenarle de proyectos, de ilusiones y de triunfos. Proyectos, para sentirnos valiosos, ilusiones para estar alegres, y triunfos para sentirnos vencedores. En el fondo las vidas -cada cual debe soportar la suya del mejor modo posible-, sólo son el itinerario entre el nacimiento y la muerte, pero se trata de un itinerario diverso, que discurre en medio de un paisaje variado, que atravesamos con actitudes bien diferentes. Vivimos aprendiendo, siempre aprendiendo. Lo que hoy aprendemos ha de servirnos para vivir mañana, pero incorporaremos nuevas vivencias y enseñanzas, porque el mañana se convierte en hoy y en ayer. “Vamos viviendo viendo las horas que van muriendo, las viejas discusiones se van perdiendo entre las razones”, dice el poeta, y lo canta con un tono de voz declinado por la nostalgia y, quizás, por el desconsuelo. Porque los rigores que nos atosigan nos derrotan en bastantes ocasiones, y en el abatimiento sólo sirven las voces de consuelo.

La vida es una sucesión de pasajes y de vivencias que llegan a atosigarnos e inquietarnos porque no soportan, en muchos casos, un examen de conciencia riguroso. Los recuerdos llegan a agobiarnos cuando vamos descubriendo que quizás estábamos equivocados cuando pensábamos que nuestros destinos estaban escritos y se mostraban como inevitables. Por eso la canción de Pablo Milanés me lleva siempre a un camino lleno de recovecos, pero siempre “caminable” en un solo sentido: el que me lleva del ayer hasta el mañana. En cada uno de esos recovecos vamos dejando el lastre de tantas aventuras innecesarias e inservibles en las que entramos como avezados y valientes protagonistas, pero salimos con el rabo entre las piernas, arrepentidos por haberlas emprendido… Y sin embargo la vida acaba por convertirse en nuestro mejor y más valioso bagaje, porque de ella somos los únicos responsables, y porque podemos explicarla con nuestras palabras, eligiendo los términos y los alcances de dichas palabras. Podemos incluso eliminar tantos momentos de los que no nos sentimos satisfechos, incluso instantes que no sólo se convierten en borrones escandalosos que nos ciegan y obcecan aunque, a fuerza de ser sinceros, nunca nos abandonan del todo, llegando a convertir nuestros descansos en pesadillas.

En su canción Pablo Milanés se muestra algo malvado: “A todo dices que sí, a nada digo que no, para poder construir la terrible armonía que pone viejos los corazones”. Da la impresión de que el tiempo no solo nos hace (o pone) viejos, sino que también nos desarma paulatinamente. No solo va añadiéndole cifras a nuestra edad, sino que va arando surcos en nuestra piel, y va haciendo aflorar nuestras venas y arterias que se dibujan como ríos rojizos o amoratados bajo dicha piel, y nos desprovee del pelo oscuro de nuestras cabezas a las que sumerge bajo la “nieve” de las canas… Y quizás sea todo eso lo que convierte a los espejos en que nos miramos en jueces rigurosos que llegan a convertirse en acusadores o en cómplices de nosotros mismos según cual sea nuestro estado de ánimo.

Yo ya soy viejo, aunque mi estado de conservación sea aceptable. Me gustan los recuerdos, más bien me gusta recordar, pero sin forzar en exceso la memoria, porque aquello que no aflora de forma rápida y automática no merece la pena, forma parte mucho más de lo desechable que de lo conservable. No conviene convertir nuestra memoria en un archivo, porque ella ha de estar a nuestro servicio y casi ser nuestra esclava, debe estar siempre a nuestra disposición. No albergo ninguna duda de que mi memoria es tan fiel a mí cuando me recuerda los hechos loables como cuando se olvida (y me ayuda a borrar) de mis recuerdos aborrecibles. Recuerdo y olvido son los dos filos del cuchillo de nuestra memoria. Ambos, ni siquiera siendo debidamente interpretados, alcanzan a sernos útiles. La vida, cualquier vida, los contiene por igual, de tal modo que solo acaban por atormentarnos, o por placernos, cuando se incorporan a nuestras conciencias, que son los templos en los que veneramos a nuestros recuerdos buenos y son los hornos crematorios en que incineramos los recuerdos malos. Aunque estos, los malos, ¡ay!, suelen resurgir de sus cenizas.

Lo de recuperar la niñez, o la juventud, siquiera en teoría, es un recurso muy usado por los poetas, por los líricos, por quienes quieren, -poesía o música en ristre-, convertir la vida en una travesía en cuyos bordes anidan los sentimientos. Sin embargo esa travesía va mudando sus atavíos y nunca permite dar media vuelta para volver a andar los caminos que ya hayamos caminado, aunque no a plena satisfacción. En la trayectoria de la vida nunca nos encontramos con nadie que camine en sentido contrario al nuestro. Podemos adelantar a quien camine a menor velocidad, a quien se haya despistado y se haya parado a meditar. Podemos encontrar incluso cadáveres al lado del camino, pero apenas nos quedará otra actitud ante ellos que sentir pena y seguir hacia adelante, casi sin aventurarnos a sacar conclusiones. No podemos volver hacia atrás porque la vida es solo una, irrepetible. Nos aconseja de ese modo Violeta Parra: “Volver a los diecisiete después de vivir un siglo es como descifrar signos sin ser sabio competente; volver a ser de repente tan frágil como un segundo, volver a sentir profundo como un niño frente a Dios…”. El cancionero de nuestros poetas-cantores está lleno de alusiones y metáforas que inciden en lo que nos ocupa en este artículo.

Se trata de un artículo escrito con la pluma debidamente dirigida por la mano del sentimiento. “Lo que puede el sentimiento, -afirma Violeta Parra-, no lo ha podido el saber, ni el más claro proceder, ni el más ancho pensamiento”. Y así, dictado por mi propio sentimiento, deseo que mi vida, y la vida de los otros, discurran por caminos gráciles en los que los pasos sean acompasados, en los que no afloren recelos ni miedos, en los que se escuchen mejor los sonidos de la Naturaleza que los ruidos provocados por sus depredadores. En todo caso, “el amor es torbellino de pureza original, hasta el feroz animal susurra su dulce trino, detiene a los peregrinos, susurra a los prisioneros; el amor con sus esmeros al viejo lo vuelve niño, y al malo solo el cariño lo vuelve puro y sincero” (Violeta Parra).

Poco más se puede decir: la vida es amor, o no es vida…

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