Una Electra muda deja sin palabras al público del Teatro Romano
Sin necesidad de decir ni una sola palabra y sólo con el sonido de los violines y la musicalidad de sus propios movimientos, la Electra que nos presenta el Ballet Nacional de España ha conseguido dejar sin palabras al público que el viernes por la noche asistía al estreno del LXIV Festival de Teatro Clásico de Mérida.
Una apertura que ha contado con la presencia del ministro de Cultura y Deporte, José Guirao, junto al presidente de la Junta, Fernández Vara.
Los silencios previos al aplauso generalizado, al terminar cada uno de los cuadros en los que se divide la obra, han sido una constante muestra de que no sólo de palabras vive el teatro y de que el público de Mérida sabe apreciar el atrevimiento de aquellos que apuestan por lo difícil.
En esta versión, dirigida y coreografiada por Antonio Ruz, la danza contemporánea se une con el flamenco y el folclore español en una fusión perfecta, para hacer participe al espectador del amplio espectro de emociones y sensaciones por los que pasan los personajes.
“La sangre llama a la sangre” lloraba el corifeo, interpretado por la cantaora Sandra Carrasco, al final de la obra, como si de un resumen de la misma se tratara. Y es que “Electra” no es una obra de perdón, sino de violencia, de justicia, de venganza, de pagar una muerte con otra muerte y de remordimientos.
Remordimientos como los que sentía Clitenmestra (Esther Jurado) cada vez que intentaba dormir y se le aparecía su esposo muerto, o como los de Electra (Inmaculada Salomón) cuando, a pesar de haber cumplido su propósito, no puede dejar de sentir una profunda pena.
Y eso que todo había empezado con cantes, bailes y alegría en la boda de Ifigenia (Sara Arévalo), hija de Clitemnestra y de Agamenon (Antonio Correderas) y hermana de Electra.
Pero la tragedia ha de abrirse paso y cobra su sentido cuando, para obedecer a los dioses y poder así tomar partido en la célebre Guerra de Troya, Agamenon mata a la radiante novia. Un acto que su mujer no perdona y venga, junto a su amante, Egisto (Antonio Najarro), al matar a este cuando este regresa de la guerra.
En este contexto, Electra se desenvuelve en un amplísimo abanico de emociones que, unido a la soledad en la que ella misma se sumerge, termina por desembocar en un odio visceral hacia su madre por la muerte de su amado padre.
Cuando su hermano Orestes (Sergio Bernal) regresa a su hogar, ambos organizan, junto al amigo del primero, Pílades (José Manuel Benítez), la venganza sobre la que -suponen- se sustenta su descanso.
Para desarrollar la acción argumental, la compañía se vale de una escenografía a priori sencilla que, a medida que avanza la obra, se transforma. Mediante unas bisagras, los bailarines recolocan pedazos del suelo de madera para mostrar un pequeño regato o la tumba de Agamenon.
Todo ello, con una estética y vestuario ambientados en la España rural y lorquiana del siglo XX, que refuerza aún más el impacto de las temporeras, fandangos, tonás, alboreás, carceleras o martinetes, interpretadas por el corifeo.
Como explicaba su director en la presentación, “Electra” es toda una “experiencia humana y sensorial” en la que todos los activos sobresalen, incluidos los violines, violas, contrabajos y demás instrumentos de la Orquesta de Extremadura, dirigida por Manuel Coves, y la guitarra y percusión de los músicos del Ballet Nacional. Para poner el broche final a la noche de estreno Jesús Cimarro hacía entrega de una placa conmemorativa al director del Ballet Nacional de España, con motivo del cuadragésimo cumpleaños de la compañía.