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La anterior carrera sucesoria de Feijóo: una batalla en el PP gallego que prefiere recordar como “primarias”

Rajoy alza la mano de Feijóo tras su elección como presidente del PP gallego en enero de 2006

David Lombao

Alberto Núñez Feijóo no aclarará hasta que el PP convoque formalmente su congreso si optará al puesto que abandona Mariano Rajoy y si, en consecuencia, abandonará o no la presidencia de la Xunta. Pero el plan está en marcha. Gran parte de la prensa conservadora editada en Madrid mira hacia un Feijóo que a priori partiría como favorito a causa de la diferencia positiva entre apoyos y rechazos internos. El campo en el que se librará la contienda lo ha dejado marcado Rajoy; la sucesión no será producto de una designación 'digital' por su parte, como hizo Fraga con Aznar y este, con el propio Rajoy. No habrá primarias porque los estatutos del partido no las contemplan; pero sí un proceso congresual regido por el nuevo sistema de “doble vuelta” -una votación de toda la militancia y otra, solo de delegados que pueden mantener o no el voto de la militancia- en el que caben una o varias candidaturas. Esto es, un sistema solo ligeramente distinto al de la anterior carrera sucesoria a la que concurrió Feijóo en el año 2006. En sus palabras, unas “primarias”.

Al actual presidente gallego le gustaría escribir el relato de su ascenso a la cúpula de la madrileña calle Génova y hacerlo en términos semejantes a los que utiliza para relatar cómo llegó a la silla que había ocupado Manuel Fraga. Esto es, que en su expediente conste que venció en un congreso por un elevado porcentaje de votación entre los delegados que conformen su plenario. Esto fue lo que sucedió el 15 de enero de aquel 2006 en el Palacio de Congresos de Galicia, a donde llegó como candidato único. Lo hizo después de una dura pugna interna, la batalla final que libraron como tales los sectores apodados como boinas y birretes. En ella los poderes tradicionales del PPdeG no sucumbieron definitivamente, pero sí tuvieron que flexibilizar sus tesis para acomodarse a un escenario en el que el aznarismo y sus ramas gallegas vencieron.

La carrera sucesoria de Fraga se inició dos años después de que la dirección de Aznar eligiera a Feijóo para eliminar del escenario político gallego al entonces conselleiro de Política Territorial, Xosé Cuíña, en plena crisis por la gestión política del naufragio del Prestige. Entre sus credenciales destacaba el aval de José Manuel Romay Beccaría, bajo cuya máxima confianza había ocupado ya entonces una sucesión de cargos relevantes como secretario general del Servizo Galego de Saúde, presidente del Instituto Nacional de Salud -en vías de extinción por los traspasos autonómicos- y de Correos. En la vuelta a Galicia asumió la poderosa cartera de Cuíña y un año después, la vicepresidencia primera de la Xunta, de nueva creación.

La vicepresidencia segunda del que acabó siendo último gabinete de Fraga la había ocupado José Manuel Barreiro, actual portavoz del PP en el Senado. Con Barreiro tuvo que compartir protagonismo en los meses en que el fundador del PP continuó en el Parlamento autonómico y con Barreiro estuvo en la línea de salida de la sucesión. Con ellos se puso a competir quien ya era esperado, Cuíña, y también Enrique López Veiga, antiguo conselleiro de Pesca. Los cuatro se lanzaron a la recolecta de avales para el congreso y desde Madrid el ya presidente del partido, Mariano Rajoy, intentaba aparentar indiferencia ante una lucha que le incomodaba. “Mire, yo soy liberal”, respondió a la prensa cuando lo cuestionaron por la existencia de cuatro candidatos frente a su preferencia de que hubiera uno solo.

De cuatro candidatos a uno

La batalla estaba lanzada y el primero en caer fue López Veiga, que tras la elección de delegados y delegadas para el Congreso admitió que no le salían las “cuentas”. Mientras, Cuíña aseguraba que, si ganaba, iba a “refundar” el PPdeG “en clave gallega sin paliativos y radicalmente democrática” con el primer objetivo de frenar la “paulatina pérdida de autonomía” con relación a dirección estatal. Las posibilidades del exconselleiro dependían, entre otros factores, de los movimientos de José Luis Baltar y sus afines, así como de las posiciones que adoptaran los numerosos alcaldes del partido. No fueron pocos los regidores, recuerdan personas implicadas directamente en aquel proceso congresual, que consultaron con Romay cuál era la apuesta de Rajoy para Galicia y que ponderaron también dónde los dejaría partidaria e institucionalmente ubicarse con Baltar o con dirigentes también poderosos en la época como Rafael Louzán, entonces presidente de la Diputación de Pontevedra.

La lucha era tensa y estalló definitivamente en los primeros días de diciembre de 2005. Aprovechando los actos del Día de la Constitución en Ourense, Baltar padre hizo el anuncio a la prensa: los alcaldes de Pontevedra bajo el influjo de Louzán iban a apoyar masivamente a Feijóo y Cuíña, dadas las circunstancias, retiraba su candidatura. Y sin Cuíña en el congreso, sus delegados tenían “libertad” para apoyar a Feijóo. Lo mismo que los ourensanos. Con López Veiga y Cuíña fuera, lo de Barreiro era solo cuestión de tiempo y dos semanas después anunciaba la integración de su lista en la de Feijóo; a cambio, el exconselleiro sería vicepresidente del partido.

Así fue, en síntesis, cómo los cuatro candidatos se quedaron solo en uno y cómo el congreso competitivo se transformó en cónclave de aclamación del actual presidente de la Xunta. Aquel 15 de enero Feijóo se llevó 2.257 votos a favor frente a unos residuales 90 sufragios en blanco y 8 nulos. “Don Manuel, nunca seré un Judas”, aseguró el nuevo presidente orgánico en su primer discurso, donde también mantuvo que si Rajoy “no fuera el presidente nacional del partido, yo nunca me habría presentado a este congreso”. El entonces atribulado líder del PP español ofreció en Santiago un personal balance de lo sucedido: “Quizás no se me note, pero estoy muy emocionado. Estoy que me salgo”, había resumido Rajoy sobre el resultado de la elección de Feijóo.

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