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Feijóo realiza un balance triunfalista de su gestión en el primer debate de política general tras la pandemia

El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo (d) a su llegada al primer debate de política general de la legislatura.

Daniel Salgado

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Entre andanadas contra el Ejecutivo de PSOE y Podemos y una visión triunfal del propio trabajo, discurrió la intervención del presidente de la Xunta en el primer debate de política general gallega tras la pandemia. En el que anunció que las escuelas infantiles de 0 a tres años serán gratuitas a partir del próximo curso. Y eso que Alberto Núñez Feijóo no es del todo alérgico a la autocrítica. De hecho, él mismo afirmó este miércoles en el Parlamento de Galicia que su gabinete está dispuesta a hacerla, por lo menos en lo que respecta a la falta de trabajadores sanitarios. Acto seguido mostró lo que entiende por tal concepto: la culpa es del Gobierno central por no eliminar la tasa de reposición. No mencionó que en su día la implantó Cristóbal Montoro, eso sí.

Dos horas y cuarto de discurso, enmarcadas por sendos homenajes al conselleiro de Facenda Valeriano Martínez fallecido la pasada semana en su despacho, sirvieron a Feijóo para exponer sus consideraciones sobre el estado de la autonomía. Donde imperan el “rigor, la normalidad y la estabilidad”, es decir, la mayoría absoluta del Partido Popular. Y donde él mismo ejerce de “político moderado” que pide acuerdos bipartidistas a la antigua usanza, de PP y PSOE, y confía en el “progreso sensato”. Más allá, extraer de sus palabras un plan estratégico o de futuro para Galicia no es tarea fácil. Prefiere las escaramuzas con las políticas de Pedro Sánchez o la confrontación con las posiciones del BNG en energía antes que desarrollar en concreto su idea de lo que debe ser la comunidad que preside.

Lo que sí hizo fue celebrar los datos de la pandemia y la respuesta de los servicios públicos a la misma. El día en que el Sergas registra 495 casos activos de coronavirus, nueve de ellos en cuidados intensivos, y las muertes alcanzan las 2.643, volvió a insistir en que comienza “una nueva fase, un nuevo paradigma económico social”. Confirmó que la situación de emergencia sanitaria vigente desde el 13 de marzo de 2020 decaerá la semana que viene. Y habló de la “importancia de los cuidados” y de la “Galicia familiar”. Él, que con tanta aplicación abrazó las recetas neoliberales para la crisis anterior, asegura ahora que al virus “resistieron mejor los estados de bienestar fuertes”. Quizás en ese punto sí haga autocrítica, aunque sea implícita. Que se borra en cuanto expone sus consideraciones sobre los sectores implicados en la lucha contra la epidemia: la sanidad y lo sociosanitario, sobre todo.

En la versión de Feijóo, y contra la percepción de personal y no pocos pacientes, la Atención Primaria “nunca ha contado con tantos recursos humanos y presupuestarios a su disposición”. Los primeros, limitados por esa tasa de reposición que afea al Gobierno central. Los segundos, centrados más bien en el ladrillo. Obras y reformas de hospitales, que no duda en calificar de “nuevos”, por todas partes. Sobre mejorar las condiciones de trabajo, apenas ninguna mención. Sí sobre “el enorme potencial de la telemedicina” y un “centro sanitario virtual”. La aversión por lo tangible del discurso de Feijóo vuelve a aflorar cuando explica sus planes para las residencias de mayores, uno de los epicentros de la pandemia y cuyo cuestionado modelo público privado la Xunta no se plantea alterar. Presentará el “modelo más vanguardista de España” a partir de 2022, fruto de “un esfuerzo de modernización sin precedentes”. Los detalles que ofreció consisten en dividir los usuarios en grupos de convivencia con un máximo de 25 personas, crear un “cuadro de mandos autonómico” que revise la situación y una unidad de cuidados intermedio tras las hospitalizaciones.

Esos son los ejes de lo que calificó de “revisión completa de la hoja de ruta a largo plazo de los servicios públicos” pero sobre la que no aclaró mucho más. Todo en un escenario en el que el empleo responde -eso afirmó en base a los datos de la Seguridad Social y a pesar de las malas noticias de septiembre- incluso en el marco de una “reconversión industrial a las bravas”. En ese punto se explayó y descargó responsabilidades sobre el Gobierno central. Sobre el de Sánchez, no sobre el de Rajoy, que se encontraba en el poder cuando comenzaron los conflictos que el mismo Feijóo citó: los cierres de las centrales térmicas de As Pontes y Meirama, la concesión de ENCE o la falta de carga de trabajo en Navantia. A Sánchez lo acusó de “centralismo que ni atiende ni escucha”.

El “centralismo” fue efectivamente blanco de sus ataques, sobre todo en lo referido a la transición energética y sus consecuencias. Contrasta con la desidia con que sus sucesivos gobiernos han manejado la cuestión competencial: no han obtenido, tampoco reclamado, ninguna nueva en 12 años, lo que supone una situación inédita en la historia de la autonomía gallega. Pero Feijóo lo obvió y llegó lamentar la “negativa” del Gobierno a transferir el dominio marítimo terrestre que ninguno de sus gabinetes reclamó oficialmente. En todo caso, amalgamó las protestas ambientalistas y ese “centralismo que ni escucha ni comprende” en lo que calificó “despotismo ecológico más o menos ilustrado”.

A la todavía nebulosa de los fondos Next Generation confió la transformación de la economía gallega. Aseguró que buscará un emplazamiento en la provincia de Lugo para la fábrica de fibra vegetal -uno de los proyectos sobre los que ha transcendido más información de los que la Xunta quiere incluir en las ayudas europeas- y que abrirá una Delegación del Gobierno gallego en Ferrol, donde, además, quiere que se instaure una nueva zona franca. El impulso de la economía circular, la “apuesta por lo verde en la vanguardia del combate contra el cambio climático”, el “refuerzo de la automoción” o un polo de computación cuántica fueron algunos otros anuncios con los que salpicó su discurso. En el que no faltó un ataque preventivo a los Presupuestos Generales del Estado, que se presentaban a la misma hora.

Ni una celebración del “bono cultural” de la Xunta que, dijo, le había copiado el Gobierno central. Este último lo tildó Pablo Casado de “peronista”, pero lo hizo en el Congreso casi al mismo tiempo en el que hablaba Feijóo y este no se dio por enterado de la táctica de su partido. Tampoco atendió a las consideraciones de la Real Academia Galega, que en un reciente informe analiza el papel de la enseñanza pública en la pérdida de gallegohablantes. Feijóo solo dijo que “amar la lengua gallega es posible sin dejar de lado el español”. Su advertencia sobre la necesidad de reformar el sistema de financiación autonómica que tenga en cuenta la dispersión y el envejecimiento de la población enlazó con su preocupación por la “crisis demográfica”, común a no pocas zonas europeas. Entre las medidas que adoptará al respecto, el anuncio más importante de sus intervención, la gratuidad de las escuelas infantiles, y sus “puertas abiertas a todas las personas nacidas fuera que quieran vivir como gallegos en Galicia”.

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