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Confesiones de un informático en prisión: así se ve la cárcel con los ojos de un 'geek'

Imagen de un preso en una celda de aislamiento (Foto: i am real estate photographer | Flickr)

José Luis Avilés

Si te vieras en la obligación de visitar una prisión de Reino Unido, Estados Unidos u Holanda, no tendrías que ser demasiado avispado para identificar al tipo que podría configurar tu ordenador o reparar tu 'smartphone'. Lo reconocerías inmediatamente como un hombre de color blanco, aislado, sin tatuajes, con gafas, y que ha conseguido ganarse el respeto del resto de los presidiarios.

Como han venido a corroborar las embestidas legales contra 'hackers' como el polémico Edward Snowden, el atrevido Julian Assange o el siempre 'entrañable' Kim Dotcom, el gremio de los informáticos no está exento de peligros. Más aún si, como todos ellos, tienes un profundo y particular sentido de la justicia y estás dispuesto a tirarlo todo por la borda por el bien de tus congéneres humanos.

Si es así, las autoridades de todo el mundo procurarán echarte el guante cuanto antes para que dejes de campar a tus anchas por la web, haciendo y deshaciendo a tu antojo. Y todo ello a pesar de que los casos de Snowden, Assange o Dotcom, poco o nada se parecen a los de nuestros protagonistas. Estos sí que dieron con sus huesos en la cárcel...

La mayor parte de los 'geek' que han tenido a bien compartir sus experiencias en prisión aseguran no haber cometido ninguna tropelía, más allá de haberse colado en aquellos rincones de la Red donde no debían o de haber robado algún que otro dato interesante. Sin embargo, son muchos los que comparten las palabras de Michael Douglas en la secuela de la película 'Wall Street': “la cárcel es lo mejor que me ha pasado”.

Pese a los habituales temores y a sentirse extraños en mitad del resto de reclusos, muchos supieron sacar partido a sus conocimientos para salir airosos de su paso por la trena. No solo sus conocimientos informáticos, que también, sino el saber leer, escribir y tener cierta idea de asuntos legislativos. Si cuando eran pequeños, las collejas llegaban a renglón seguido de un grito de “¡empollón!”, en la cárcel los tozolones en el pescuezo se tornaron en respeto de todos los que tenían algo electrónico que reparar o escritos que presentar al Estado.

No obstante, todos ellos admiten que no pudieron evitar ser testigos de situaciones violentas y espeluznantes. Desde las habituales peleas hasta vivir muy de cerca el drama de la adicción a las drogas, pasando por acciones terribles para conseguir ganarse el respeto de los demás o saldar cuentas pendientes.

Una de las prácticas más truculentas que relatan estos informáticos es el llamado 'syruping', que consiste en echar azúcar en un cazo de agua hirviendo para que, al lanzarlo sobre la cara de alguien, la glucosa actúe a modo de pegamento y el fluido abrasador permanezca más tiempo en la piel de la víctima. El mismo hombre que tuvo que presenciar esta dantesca escena, cuenta también que vio como cuatro presos realizaron una cirugía anal a otro con una cuchara afilada, para extraerle la droga que almacenaba en el interior de su cuerpo. Espeluznante.

Hay quien supo sacar, en medio de tanta tragedia, algunas enseñanzas; quien comenta que la cárcel le mostró un retrato de la sociedad que él, blanco y de familia acomodada, había obviado durante muchos años; quien considera positivo su paso por la prisión y las vivencias, dramáticas y positivas, a las que tuvo que asistir. Pero también hay otros 'geek' que aún tienen pesadillas por todo lo que tuvieron que vivir entre los muros carcelarios.

Es el caso, por ejemplo, de Marcus Thompson, un exinformático - ahora camionero - que en ocasiones se despierta en medio de la noche rememorando viejos episodios que acontecieron entre rejas y que, diez años después de haber salido, aún le impiden dormir como Dios manda.

Sin duda, la experiencia más estremecedora es la de Luke, un joven aficionado a la informática que pasó un tiempo en las temibles prisiones de Alabama (Estados Unidos) cuando solo tenía 17 años, después de haber robado obligado por su padre y por la necesidad de subsistir. Al contrario de lo que les sucedió a otros informáticos de mayor edad, este chico tuvo que soportar todo tipo de perrerías en el trullo, completamente aislado del resto de presos con los que jamás encontró vinculo alguno.

Tal fue su padecer entre aquellos muros que llegó incluso a tratar de suicidarse, ingiriendo una sobredosis de píldoras que le dejaron secuelas. “Mucho de mí murió lentamente en el interior de la cárcel. Es difícil de encontrar significado a algo en mi vida”, afirma en su testimonio.

Así que, como veis, algunos pudieron sacar partido a sus conocimientos para obtener la admiración y el respeto del resto de presidiarios, y otros no tuvieron tanta suerte: la diosa fortuna les dio la espalda y debieron de soportar vivencias atroces que les han marcado para el resto de sus vidas.

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