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Cuando internet cabía en un libro: un vistazo a las Páginas Amarillas de los 90

Un profesor de la Universidad de Murcia reunió y clasificó las páginas webs de 1995

Cristina Sánchez

Pocos meses después de que se publicara la primera página web y más de un lustro antes de que Google nos ayudara a localizarlas, Christine Maxwell entra en una librería en busca de manuales sobre internet. Los dueños la conducen a las decenas de libros que versan sobre la Red de redes. Maxwell, que lleva 15 años ocupando cargos de responsabilidad en distintas editoriales, los examina pero no entiende nada. En 1992, los textos estaban exclusivamente dirigidos a ingenieros informáticos.

“Si quieres encontrar información sobre salud, tienes que buscar en Gopher”, lee en uno de ellos. ¿Qué era Gopher? ¿Por qué no le explicaban cómo podía usar ese sistema precursor de la web? ¿A quién se le había ocurrido la genial idea de abordar la salud en la letra G? ¿Por qué no existía un manual para los usuarios que querían comenzar a utilizar la Red y no sabían cómo?

Como no quería esperar, decidió emprender. Compró uno de esos ejemplares, se lo llevó a una cafetería y en dos horas definió cómo serían una Páginas Amarillas que, en lugar de ser un listín telefónico, reunieran alfabéticamente los recursos de internet. “En ese momento, parecía importante dar algo en las manos que todo el mundo entendiera lo que significaba, y las Páginas Amarillas significaban que podías encontrar cosas”, explica Maxwell a HojaDeRouter.com.

10.000 entradas que resumían internet

Como no podía ser de otra forma, Maxwell comunicó su idea a la editorial Macmillan por fax. A los dos días, ya tenía un contrato firmado para vender el libro a la editorial que había pertenecidohabía pertenecido a su padre, el magnate de la prensa británica, propietario del Daily Mirror y rival de Rupert Murdoch Robert Maxwell, que por entonces ya había fallecido.

Christine llevaba el espíritu empresarial en las venas. Propuso a su hermana gemela, Isabel, fundar una ‘startup’. La llamaron McKinley, en honor a la montaña más alta de Estados Unidos, aludiendo así al gran volumen de información que pretendían ordenar, y decidieron que el título del libro fuera ‘New Riders' Official Internet Yellow Pages’ para dirigirse a aquellos que querían explorar la Red sin ser expertos en el álgebra de Boole.

“La internet de principios de los 90 era realmente un territorio virgen para el público general. No había señales reconocibles, no había rutas fáciles para los iniciados”, defiende Maxwell. Su hermana y ella trazarían esa ruta. Eso sí, lógicamente, ellas tampoco sabían cómo funcionaba.

Contrataron a ingenieros que les ayudaron en su misión de búsqueda y clasificación de listas de internet, mailing lists’, ‘newsgroups’ (foros de discusión) y primeras páginas web hasta crear un primer ejemplar con 10.000 entradas organizadas por temáticas.

Para cada una, en riguroso orden alfabético, se incluía una descripción del sitio, una serie de palabras clave y, por supuesto, la URL para servidores FTP, Gopher o Web que los lectores debían teclear cuidadosamente para acceder a la información que deseaban. El soporte analógico servía, paradójicamente, como puerta de entrada al digital.

Clasificando las páginas por estrellitas

Conscientes de que el futuro de internet estaba en la propia internet, los empleados de McKinley trabajaban al mismo tiempo en otro proyecto: la creación del buscador MagellanMagellan, que compitió con Infoseek, Lycos y Yahoo y se hizo un hueco en el navegador Netscape. “La razón por la que se escogió a Magellan como uno de los motores de búsqueda de Netscape era solamente por el éxito de las Páginas Amarillas”, asegura Maxwell.  

No solo pretendía que los lectores del libro o los usuarios de Magellan pudieran encontrar sitios, también quería recomendarles qué páginas visitar, así que creó un exitoso sistema de puntuación mediante estrellas. Cuando fundaron The McKinley Group, eran cuatro. Al año siguiente, cien personas trabajaban en la compañía.

Publicaron varias ediciones de las Páginas Amarillas de internet en Estados Unidos, la primera en 1994. En ese momento, el 80% de su información procedía de bases de datos, ya que la primera web de acceso público se había publicado tan solo un año antes. Se editaron incluso en alemán e italiano y vendieron un total de 450.000 copias, una cifra nada desdeñable teniendo en cuenta que en 1996 solo 77 millones de personas usaban internet.  

Sin embargo, llegó un momento en que la compañía no podía clasificar y valorar el aluvión de páginas web que aparecían. Los expertos mortales no tenían suficiente tiempo para calificar a la máquina. En 1994, había 2.738 páginas web. En 1996, 257.000. “Había demasiada información, no podían hacerla frente”, admite Maxwell. Acabó vendiendo Magellan a otra compañía y el buscador desapareció.

Las Internet Yellow Pages, ‘made in Spain’

En 1995, tres años después de que Christine Maxwell se desesperara ante unas estanterías repletas de libros incomprensibles sobre la Red, José Daniel Sánchez Navarro, profesor del Departamento de Informática y Sistemas de la Universidad de Murcia, se topó con las Páginas Amarillas de aquella pionera en una librería de Boston.

¿Por qué no crear él mismo una guía en español centrándose solo en las páginas web que ya estaban tan de moda por aquel entonces? Aprovechando la 'rápida' conexión por módem de la que disfrutaba en el laboratorio de la Universidad de Harvard en el que trabajaba, se puso manos a la obra él solo, con la única ayuda de un Macintosh, Netscape, Yahoo, Lycos y servidores FTP.

Tardó cinco meses, trabajando desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, sábados y domingos incluidos, en reunir y clasificar prácticamente todas las páginas web que existían en ese momento. “Si no hubiera estado en la Universidad de Harvard y utilizado ese computador, nunca lo hubiera podido hacer”, admite Sánchez Navarro. Cuando volvió a España, le quedaba una semana de investigación para acabar el libro, una tarea que finalmente le llevó tres meses por los problemas para conectarse a la Red.

Ese fue precisamente uno de los motivos por el que creía estar realizando una labor útil: si sugería a los usuarios las direcciones de interés, no perderían el tiempo tratando de llegar hasta ellas. “Una consulta en un buscador por palabra clave podía tardar minutos (u horas) en dar un resultado, y luego había que seleccionar entre todas las páginas mostradas”.

¿Qué es internet? ¿Y el correo electrónico?

Sánchez Navarro decidió que el directorio web fuera la segunda parte del libro. Tenía que dedicar las primeras páginas a explicar qué era internet (“una gran red de computadoras que conecta computadoras de todo el mundo y permite a más de 50 millones de personas acceder a ellas”) y varios capítulos a detallar el funcionamiento de Netscape Navigator.

Al fin y al cabo, solo 50.000 personas utilizaban internet en España a mediados de los 90, y ni siquiera los expertos sabían navegar por la Red en condiciones. Cuando volvió de Harvard, Sánchez Navarro escribió a sus alumnos de 3º de Ingeniería Informática en la pizarra su cuenta de correo electrónico para que le mandaran sus dudas. Después de meses sin recibir ninguna, decidió preguntarles por qué nunca le habían escrito un correo. Un estudiante levantó la mano para plantearle una cuestión trascendental:  “Oiga, ¿y eso qué es?”

Nos creemos que ha existido siempre, pero los propios informáticos ni lo utilizaban ni tenían acceso”, explica este profesor, que añade que el elevado coste del servicio tampoco ayudaba a la popularización de la Red.  

En 1996, McGraw-Hill, la editorial con la que llevaba colaborando una década traduciendo libros de informática, publicó ‘World Wide Web: Páginas Amarillas 96/97’ en España e Hispanoamérica, una guía que “le ahorrará mucho tiempo y dinero cuando necesite algo concreto de Internet”, por un módico precio de 5.500 pesetas.

La guía incluía 500 páginas de direcciones organizadas en un centenar de temáticas, desde “Adivinación” (con páginas como Horoscope), a “Cine” (‘The Star Wars Collector’ se alojaba por entonces en el dominio del Departamento de Informática e Ingeniería de la Universidad de Washington), “Matrimonio” (Match.com acababa de abrir), “Música” (el Palau de Música de Valencia tenía ya su propia web) o “Sexualidad” (la ‘Bisexual Resource List’ reunía listas de distribución y grupos de discusión especializados).

Sánchez Navarro también publicó ‘25.000 páginas de internet en español 99', en la que solo incluyó webs en castellano. Sin embargo, su labor había cambiado: ya no tenía que buscar, sino seleccionar. McGraw-Hill tuvo que eliminar una cuarta parte de su libro. La internet en español ya no cabía en un solo tomo. Decidió crear una versión electrónica con ayuda de sus alumnos, aunque estuvo accesible por poco tiempo, ya que todo el mundo trasteaba con el servidor de la universidad por aquel entonces. A esas alturas, tampoco hizo falta otro.

Tanto José Daniel Sánchez Navarro como Christine Maxwell recuerdan con nostalgia cómo todas las webs que existían cuando elaboraron sus páginas amarillas eran más fiables: la mayoría procedían de universidades y centros de investigación y muy pocas eran comerciales. 

“Los motores de búsqueda de hoy (Google, Bing, Yahoo, Baidoo...) tienen una misión: asegurarse los anunciantes, que cuando busques información la publicidad vaya hacia ti”, defiende Maxwell, que ha continuado emprendiendo en internet y ha sido consejera y vicepresidenta de la Internet SocietyInternet Society.

Actualmente, trabaja como Directora del Programa de Tecnologías Educativas de la Universidad de Texas en Dallas y ha fundado la compañía Techtonic InsightTechtonic Insight para afrontar los retos del ‘big data’. “Espero que un día, en un futuro no muy distante, la gente pueda estar ‘online’ y cuando encuentren una información tengan una manera de entender cuánto pueden confiar en esa información”, sentencia.  

Veinte años después de luchar por entender la Red y que otros la entendieran, Maxwell sigue trabajando para que algún día los buscadores recuperen la inocencia, la misma con la que ella entró en una librería en busca del conocimiento para comprender el futuro.   

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Las imágenes de este artículo son propiedad de Christine Maxwell (2,3 y 4) y Cristina Sánchez (1, 5,6 y 7). Agradecimientos a José Daniel Sánchez Navarro.

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